La violencia hiere, arremete, desprotege. La violencia no cesa, sigue partiendo heridas, en el silencio, en el concierto, en el recuerdo. Pero hay violencias silentes, no descubiertas, envenenadas, en la abrasión de la confianza.

                    Hacía calor. Me tocó el asiento del medio del avión. A mi derecha, un jovencito de unos catorce años de edad que iba a ver a sus abuelos. A mi izquierda una mujer corpulenta, de unos cuarenta años de edad, morena, ojos castaños y labios finos, que comentó viajaba a ver a un pariente que se encontraba un poco delicado.

                     Móviles en modo avión. El muchacho, aplicado, abre un libro de matemáticas. La mujer mantiene encendido su terminal y se pone los auriculares. Yo me dispongo a leer.

                      En esa estrechez no resulta difícil involuntariamente conocer lo que están haciendo los pasajeros que ocupan los asientos colindantes. Y así, entre página y página, me sorprende que la mujer morena estaba mirando una y otra vez un video en el que se veía una vivienda, la entrada, el salón, la cocina, sus puertas. El salón tenía una mesa grande redonda con un mantel de flores. Una y otra vez sin parar la misma imagen.

                   Seguí leyendo hasta que llegó el momento del aterrizaje. Alcé mi vista y ahora veo que revisa archivos de medicamentos. Será enfermera, me digo. Por eso va a cuidar a su pariente delicado. En la pantalla una imagen de un medicamento : baclofen.

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                       Ella llegó a su destino. Cómo no recordar aquel mantel de flores y aquel sofá, hoy más polvoriento. Aquel sofá en el que ese ser un día le arrebató su inocencia, convulsionando, sudoroso, sobre su cuerpecillo de niña de ocho años. Quiso coger un cuchillo de cocina y rematarlo allí directamente. Pero tenía un plan. Sería un secuestro, él tendría que escuchar todo lo que le tenía que decir, tenía que sentir todo lo que ella sintió, sufriría. Sí, sufriría.

                Alguien había dicho en un foro, que la medicina que prescribían a los alcohólicos, podría dejarle como en coma. Se quedaría así profundamente quieto. Le contaron que sobre las dos- seis horas recobraría el sentido. Suficiente para situarle en la cama, inmovilizarle y retirar el dinero que celosamente escondía bajo la segunda baldosa de la cocina.

                     El desayuno está servido. Leche y un bonito bizcocho demasiado edulcorado y relleno de chocolate para que no se notaran el sabor del polvo de las pastillas incorporadas a la mezcla. El padrastro comía alabando lo sabroso que estaba el bizcocho, con ese anhelo de dulce que trae la vejez inoculada en amargura.

                     Suerte que estaba sentado en el maldito sofá de los horrores, porque se cayó redondo, sin más.  La viajera le llevó a la cama y comenzó con su plan.

                     Pasaron más de seis horas y no cobraba razón. No le notaba el pulso.  Me lo he cargado, pensó.  No sin desazón y desconcierto, temió poder ser descubierta. Pero no podía dejarlo allí, así que decidió llamar al médico.

               El doctor era un hombre bajito y grueso que, tras el examen, entendió procedente remitirlo al Hospital. Allí le diagnosticaron una muerte encefálica.

              Tras unas horas, el médico se dirigió a nuestra viajera. Tenemos que desconectarle. Firme aquí Señorita, lo sentimos mucho. Lo llevaremos a la morgue y mañana le practicaremos la autopsia.

                 La viajera firmó, al tiempo que pensaba que la mejor idea era huir  lo más lejos posible de la ciudad acto seguido. Mientras ella, con el dinero hallado bajo la baldosa, se dirigía rumbo las Américas, el padrastro despertaba en la morgue, rodeado de cadáveres esperando la autopsia. Su grito desesperado llamó la atención de un jovenzuelo vigilante, quien se acercó a la sala de autopsia con un miedo terrible. Al ver al Padrastro alzando sus manos y gritando, entró en pánico, empujando sin pensar a ese tenebroso fantasma. El Padrastro cayó, desnucándose. El vigilante huyó, llamando al controlador de la empresa, quien colocó el cuerpo en su sitio.

            ¿Andando? ¡Cómo piensas que te voy a creer!, pareces un niño de tres años-dijo el controlador al vigilante, mostrando gran enfado-Sí, sí…desde luego, cada vez tienes más fantasía, si no fueras mi sobrino, estarías ya despedido. Deja ya las tonterías, muchacho, qué tienes una edad.

          Causa de la muerte: Traumatismo Craneoencefálico por caída accidental tras accidente cerebral. Etiología de la muerte: accidental.

               Cuando pudo escuchar el mensaje en el móvil, ya destino al Caribe, no le causó la alegría que esperaba. La venganza nunca tiene un sabor dulce.

12 comentarios en “Viajar al lado de una asesina

  1. ¡Qué bueno! Tal vez le dio rabia no haber sido ella quien le matara… je, je.
    Me ha gustado mucho, pero hay una frase en concreto que me ha encantado, es esta: «ese anhelo de dulce que trae la vejez inoculada en amargura», es muy buena.
    ¡Buen domingo! Un abrazo.

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    1. No lo sé, si tú lo ves, será.así…que conste que no tengo empatía con las asesinas, pero tampoco con los pederastas alcohólicos. Él sembró la violencia, el dolor y la vejación, aprovechando la fragilidad de una pequeña, tan amarga siembra que la venganza no puede curar. Dos reflexiones hay crímenes cuyo mal no cesa y no hay pena que pueda sanarlo, ni siquiera la venganza. Soltar, liberar dolor es la única vía. Y muy complicada
      Un fuerte abrazo.

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      1. Hola PIlar. Sì, es cierto que soltar y liberar dolor es la única vía. Yo tampoco tengo empatía con las asesinas y los pederastas alcohólicos pero tu forma de escribir este texto es dulce, no rencoroso

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      2. Quizá tienes razón, escribo como espectador objetivo. Sería mejorable, entonces, quizá, cuando hablo de la propia asesina, remarcar ese odio. Gracias por la precisión. Me sirve para mejorar. Un abrazo

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