
A penas has partido medio metro,
y hablas de cicatrices en cinturas
de torsos desencajados
y de sangre,
a raudales,
sobre los ministerios de la carne.
Yo te asiento, como si impresionada
por esa hiperbólica autoayuda,
hubiese descubierto el algoritmo
que encomendase mi suerte al árbol de la vida
y al magisterio de Odin.
Sin embargo olvidas,
que toda hazaña interior precisa
de una valentía de titanes,
y que ninguno de los hombres que enfrenta
la muerte cara a cara, ignora
el latigar del corazón en palmo
y el rezo sigiloso a la esperanza.
Desconoces las rugosidades de mi ropa
y el altanero imperio del vacío.
No des consejos, háblame,
háblame,
tan solo de ti,
de como el mar humedece tus zapatos,
y de como cada atardecer
te enredas con el sol,
buscando el oasis
en un bar de Madrid.
Así, solo así,
con alma abierta,
podré quererte.