Si esta tierra ha de ser mausoleo

del hijo del león,

que no lo sea,

por ensalzar la bravura de la muerte

o el temple hacia la pérdida,

que lo sea,

tú que te nominas,

hijo del León,

persiguiendo mientras haya aliento,

la suma infinitiva

de mis caderas.

 

Herodoto no te lo decía

pero vale más el amor de una madre,

los ojos de una amante

y las cestas de manzanas,

que cualquier epopeya.

 

El grial de nuestras emociones

no son los escudos,

sino las manos,

abrazadas

al árbol de la vida.

 

No te quiero en batallas

ni en trescientos desfiladeros de agonía

te quiero,

aunque nos quiebren las arrugas

trepando,

los soles de la tarde

y dibujando candela

entre las noches

de febrero.

 

Te quiero

fuego renacido

samain venidero

y resurgido,

entre los girasoles.

que anuncian la llegada

de mis besos.

 

 

 

 

 

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