Caerse,

desesperadamente,

tornarse en túnel,

inexpugnable y oscuro,

derrotado,

el laberinto negro,

sin puerta de salida,

sin meta que te aguarde

pues no hay espejo que resista

el reflejo

del dolor instalado en las entrañas.

Decir adiós, te dicen, es trance doloroso,

que se superará cuando algún día,

la tormenta empuje la palabra.

pero aquello que duele desde dentro,

 se resiste a abandonar nuestra trinchera

tan inexpugnable como ausente.

No nos sirve un listado de consejos,

para arrebatarnos  de la mente

el pensamiento obsesivo que provoca

sentir más la cicatriz que el propio aliento.

El tiempo no obra por sí solo,

hay que poner los puntos de sutura,

la asistencia de urgencias,

el placebo,

imaginario,

que bifurca  caminos

cuando nosotros,

se ha tornado en utopía.

Piensa distinto,

la puesta de sol, el agua clara,

la luna que pausada

ha de traer las noches de verano.

Enfría el sentimiento,

focaliza,

una primavera de naranjos.

 Y qué imposible,

es cumplir tamaño aserto,

el hielo sobre la casa,

las espadas,

siempre afilando los labios,

esos labios,

que ya no saben besar sin condiciones.

Hay que llorar,

te dicen,

hasta que la madrugada traiga el sueño,

el insomnio no resulta aconsejable

cuando todo corroe como ácido

sobre la piel ajena.

Hay que llorar,

te dicen,

 tú te encojes,

en un ovillo infinito de temores,

 ya que la noche solo trae regazos

de la ausencia penetrante de un te quiero.

Hacerse daño,

volver,

y retomarse,

en un ciclo infernal.

tachando del calendario,

los días futuros,

mientras los números,

atónitos,

observan,

su caída libre

sobre quien ya no espera

un mañana.


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