Decía Eastman, desde su alma sioux, que el indio primigenio nunca dudó de la naturaleza inmortal del espíritu del hombre, pero tampoco se preocupó de especular su estado en una probable vida futura.  Defendía que la idea de un feliz territorio de caza era prestada del hombre blanco. El indio primitivo se contentaba con creer que el espíritu, que el Gran Misterio insufló en el hombre, retorna a aquello que lo dio.

  Es curioso como todas las culturas ancestrales sitúan en el aire, ese soplo, ese espíritu de la transcendencia. Somos nosotros los occidentales los que hemos de tener ordenada o clasificada, al menos en grado de probabilidad, nuestra vida futura. A otros le es suficiente el silencio, el tao, la unidad sin más, desnuda de todo orden.

  La esposa, decía, en esa alabanza a la primigenia raza, no tomaba el nombre de su marido, ni entraba en su clan, los hijos pertenecían al clan de la madre…Todos los males del patriarcado los sitúa en la colonización del hombre blanco, soldado y comerciante, que les hizo caer en la bebida e insufló la idea de un marido despreciable, que comenzó a comprar y vender la virtud de su esposa e hija y cuando ella cayó, la raza cayó con ella.

  Son duras palabras frente a nuestra cultura patriarcal, y tal vez afirmadas desde una visión idealizada de la vida anterior a la llegada del hombre blanco, pero no por duras no merecen nuestra consideración, la aceptación de la responsabilidad que nos corresponde y una mínima autocrítica. Hoy leía un artículo en el que se decía que un grupo de científicos de renombre tardaron seis años para que la sociedad científica les reconociera que muchos de los enterramientos prehistóricos revelaban que muchos túmulos venerados por su alto poder de cazadores correspondían a mujeres.

  La dureza de las palabras del Génesis o Beresit, cada vez que se leen a una niña, “tu deseo será el del varón y él te dominará”, vienen a aperturar una brecha instalada en nuestro subconsciente desde demasiados años. ¿Y si hubiéramos leído la maldición divina al revés? De alguna manera se habían abierto los ojos al mal, con lo que el mal sería el deseo de dominación. Sin embargo, y para nuestro lamento, lo cierto es que dicha maldición que se afirmaba divina justificó muchas cosas despreciables y que, por otra parte, no dejaban de estar presentes en la cultura de aquella época, la mujer cosificada, la mujer gusano, la mujer prostituta lapidada, la mujer de menor inteligencia. La soberbia de este modelo de varón es infinita, por algo en el génesis le echó prácticamente la culpa a su mismísimo Dios: “la mujer que tú me diste…”

  Pero la raíz, en realidad, no está en la división hombre/ mujer, un hombre no nace sino de una mujer y lleva sus genes, sino en la propia estructura de poder que revelaba dicho orden patriarcal, del que todavía alimentamos ciertos dogmas. Una estructura de poder negativa, tanto para la mujer, como para el hombre, siempre dador, proveedor, cazador, dominante y guerrero, que tanta lacra de división, sangre, muerte y ausencia nos ha traído durante tantos siglos. La mujer se encorsetó y también el hombre, y de alguna manera no hemos podido rehacernos. Esa estructura de poder sigue presente, laminando al más sensible, dando más poder al descarado, al que maneja las influencias en los pasillos, al arrogante, y menos al humilde. ¿Y cómo rescatarlo? ¿Cómo hacer que quien gobierne sea el mejor no el que más se deja ver y parece menos inofensivo para el líder? ¿Cómo hacer que el propósito común se sobreponga al ego?

  Creo que en esta reestructuración tienen mucho que decir las mujeres, quienes por la atribución de roles han visto la vida desde otra perspectiva, y muchos hombres, los más, que no encajan en la arrogancia de dicha normatividad.

  No soy profeta ni visionaria ni adivina, sino simplemente observo la notoria realidad que tenemos delante, y ello me lleva a comprender que esta estructura de poder está llegando a su final. Sujetó la sumisión del hombre y la mujer mediante el miedo y la violencia y, cuando la violencia no fue aceptada, por un sistema de valores materiales que ahora se cree capaz de retirar porque las cuentas ya no le son rentables. Lo que obvia es que esa retirada aboca a una grave crisis y que el propio instinto de supervivencia de los afectados/as llevará a confrontarla. La ambición rompe el saco o el recipiente. Y ahora, como recipientes rotos nos toca volver a reinventarnos, y quizá a dejar de esperar recibir, de esperar que nos digan lo que es correcto, para idear algo nuevo. No sé si mejor o peor, pero sin duda será algo nuevo. Espero, por el bien de todos, que sea mejor. De alguna forma tengo confianza. La humanidad siempre avanza.

 Por eso me gustaría que este 8 de marzo fuera nuestro día, el día de la mujer, pero también el de los hombres, con los que compartimos el deseo de cambio hacia un mundo mejor.

 Como diría nuestro amigo Sioux: mucho antes de oír hablar de Cristo aprendí de una mujer iletrada la esencia de la moralidad. Con ayuda de la amada naturaleza me enseñó cosas sencillas…percibí lo que es bondad. La civilización no me ha enseñado nada mejor.

  ¡Vamos a por ello!

6 comentarios en “Una reflexión para el 8 de marzo. El alma india

  1. Yo creo que mientras hablemos de mujeres y hombres nos olvidaremos lo fundamental; de que somos personas y, diferenciarnos discriminatoriamente por el sexo, lo mismo que por creencias o color de piel, es una falta de respeto a la inteligencia que se supone tenemos. Actuando así no estamos por encima del resto de animales.
    Saludos 🖐

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