Hace tiempo que no existe profecía.

Tal vez hemos relegado a los profetas,

al universo de los símbolos,

intentando buscar el secreto,

tras su limitada literalidad,

a veces de excesiva violencia.

Tal vez hemos abandonado su magisterio,

tal vez somos capaces de ver su miedo

y las fronteras humanas de su lengua.

Tal vez somos capaces de atisbar su duda

en la magnífica expresión de su palabra.

El hombre es limitado y

siempre es limitado su mensaje.

Huestes apocalípticas que predican

la salvación del converso.

Anuncios de males, tribulaciones varias,

para el descrédito del justo

en el exilio permanente del desierto.

¿Y quién es el justo? Quién el profeta

que se atreva a admitir,

si existiera apocalipsis,

hemos vivido permanentemente en ella,

para el desastre de la profecía.

Todo lo que puede acontecer es superarse,

y comprender,

que exista o no promesa de vida eterna,

aunque fuera esta la única realidad que nos compete,

el hombre nace sin las ligaduras

que luego imponen los dogmas.

El ser desesperado que transita

entre las dimensiones de su esencia,

comprende internamente que esa noche

oscura y primigenia, apocalíptica,

es la confusión de su mirada.

No es bueno permanecer atado

y por no revelarte, poniendo nuevas mejillas,

recibir los golpes,

para asestarte tus propios puñetazos.

El sentido del lenguaje ha sido permutado,

desviado,

a los extremos del abismo.

No es bueno explosionar en emociones,

contaminándose de ira hacia los otros,

transitar en la envidia y el descrédito,

porque también te suicidas desde dentro.

Cuando no te desatas,

te arremetes.

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