Photo by cottonbro on Pexels.com

Él la observa,

desde su ventana.

Se imagina,

el contorno suave de su figura

la desnudez de sus formas,

demandando sus besos.

Ella le mira,

también

desde su ventana.

Se imagina,

primaveras de margaritas

y volcanes,

el roce de la piel

entre sus labios.

Si él dejara de observarla,

si ella dejara de observarlo,

si el amor fuera tan carnal,

como un cesto de moras en verano,

quizá pudiera terminar su historia,

en cualquier balneario de invierno

bajo el reproche de las amapolas.

Por eso prefieren observarse

sin arriesgarse al tacto y al abismo.

Ninguno es consciente

de que existen

porque se observan.

Y que tampoco existen

porque no se prueban.

Son solo una idea

permutable,

en la mentalidad de quien observa.

Y yo que les observo,

puedo hacer reversible su materia.

Y convertir esta historia

en un ensayo

de la fermentación de sus sentidos,

hablar de cómo sus cuerpos

son vestidos, para el acomodo de su esencia.

O quizá llevarlos al abismo,

para embriagarlos de besos,

hasta que la pasión les amanezca.

Y tú, que también observas,

vuelves permeables sus fisuras,

y modificas su imagen y la mía,

en las infinitas posibilidades

de elegir barrica

para el asiento de un nosotros.

Cuerpo en vid, macerando el mosto,

y desatando tormentas

sobre el cuerpo desnudo de una cepa,

que aspira a rozar el horizonte.

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