
El cántaro a la fuente,
allí Castalia,
entre el barranco de rocas de Parnaso,
con su promesa de frutos venideros.
La piedra en el camino,
el cántaro en pedazos,
que se clavan
como cuchillos encendidos
infartando el desacierto.
Una angina insistente
y reiterada,
mi cuerpo en neumotórax,
ya no importan,
mis ojos caídos,
la falta de aliento
ni aquella fotografía que dibujaba
mi cintura en primavera.
Yo, viajera de nubes
no sé cómo expresarme,
y voy corriendo
en la búsqueda
de un espacio vacuo,
entre los laureles.
El bosque se revela alegoría
de mis manos, temblorosas
agitadas,
sobre la cerámica quebrada,
rebuscando tus pasos.
Las musas y las ninfas se entretienen
ajenas a mi huida bulliciosa.
Si tu padre es un rio,
es complicado,
no ser cascada en tormento,
correntía,
colapsando el ritmo de la lira.
Delfos me detiene
y me responde:
No busques la razón,
donde el dolor asienta
el escenario del invierno.
El daño se presenta traicionero
pero hay puertas abiertas,
tras el laberinto de cometas.