Buenos días…

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La misma madera

   Si invirtiera las hojas del árbol de la vida

   qué sexo remarcaría su izquierda,

   quién encontraría su fundamento

    bajo el sendero de la luna,

    quién estimaría la belleza

     en los caminos del olvido

    para quién la fortuna es el amor

    por encima de cualquier éxito

    quién haría de su sabiduría entrega,

en los pilares de la misericordia.

   Si miras con ojos detenidos a tu madre,

   ella porta el cesto con todas las virtudes,

   lleva un bálsamo de olvido

   para reconfortarte en tus fracasos

   un quintal de amor, miles de pócimas de entrega

   y su mayor éxito siempre sería tu sonrisa.

   Por eso el árbol de mi estirpe

   no se organiza por género ni sexo.

   Todas sus ramas comparten

    la misma madera.

El espíritu del agua

Dicen que el agua más clara

tiene un ligero brillo áureo

en recuerdo de la fuente

que amamanta el manantial

en infantes correntías.

Dicen que no ha de ser turbia

ni presentar corrientes traicioneras

y el acceso a su trono no es abrupto

sino un valle con flores violeta.

Dicen que allí te vieron

con tu cuenco blanco,

dando giros,

agradeciendo al agua,

poder descontaminarte.

Y cuanto más te asías

a tu grimorio de Raziel

pudiste comprender que todo

incluso lo más oscuro

nos compete.

Hay quien dice que escribiste versos

de sagrada numerología

y hoy yacen ocultos tras un viejo acueducto

con nombre impronunciable.

Yo te sigo viendo,

circunvalándote,

entre las espirales del silencio.

Me increpas desde lejos

y me ofreces

otro cuenco de agua cristalina.

Siento que hay fuego tras mi espalda

y se hace fango el terreno hasta tu nombre.

Y tú me adviertes:

no creas en el espejismo.

No hay túnel, ni fango, ni trompetas.

Solo un cuenco con agua transparente.

Tú quieres un lazo con siete nudos

yo con nueve

y, aun así, ambos se rebelan.

Solo quieren reconocerse en sus inicios,

cuando ambos,

bebíamos de la misma copa.

Y mi visión del cuenco tan simétrico

cobra vida.

Mientras me sonríes

me conjuro

contra el ruido de los poderosos.

Y giramos siete veces

siguiendo el marcaje.

Y por fin comprendo

que nada es más fuerte

ni más invencible

que un cuenco con agua.

Que así sea.