Marina adora los árboles. Desde su nacimiento es consciente del sagrado poder de su madera, y de que sus raíces alimentan las más profundas conexiones. Marina hizo dos juramentos ante un roble centenario: uno contra la palabra falaz, otro por el respeto a la vida, a la naturaleza, a todos los seres vivos. Con ese comienzo, todas las leyendas que le va contando su mentora, la preparan para ver la vida, con otros ojos, con otra mirada. Por eso no huye de los retos, conoce que tolerar es igual que consentir y que nuestro pensamiento, tal y como lo ordena la mente, es capaz de transformar la vida. Todo es movimiento, todo puede transformarse. Entonces, ¿por qué no cambiamos nuestro mundo?
Si quieres ser uno/a de los nuestros, portar tu amuleto con orgullo, identificarte con tu linaje, y sumarte a la búsqueda de esa nueva mirada, únete a “Los Extraños Ojos de Marina Bao”. Muy pronto, presentación en Madrid, sábado 27 de noviembre, Librería Taiga, 19 horas.
Nina no desconfía de las personas. Le gusta curiosearlo todo. Anteayer, al abrir la puerta de casa, se adelantó como un rayo para ver lo que hay fuera, con la mala suerte de que en ese momento, pegado a la puerta, un dueño paseaba a su perro, el cual por instinto se lanzó a la gatita. El dueño consiguió retenerlo, pero Nina del susto huyó despavorida. Una vecina la vio trepar por el tejado de la casa de un vecino. La estuvimos buscando sin parar. Lamentablemente la encontramos acurrucada en un tejado, sin querer ni poder bajar, con la mandíbula rota de un traumatismo y sabe dios qué más. La única explicación es que, huyendo, por miedo, se hubiera metido en un patio de algún vecino próximo, y le hubieran dado una paliza de muerte. Ahora está hospitalizada, pendiente de una operación de mandíbula y en observación del resto de los daños. Es tan confiada que me comentan en el Hospital Veterinario que cada vez que se acercan ronronea. No sé que energúmeno/a, desde luego no puede llamarse humano ni animal, es capaz de apalear a una gatita pequeña de esa manera. Vivimos en un mundo egoísta, donde hay muchos que se creen dioses del destino de un pequeño animal. Humanos que desprecian la vida, salvo la suya, y que no miden ni anteponen los medios que utilizan. Fácil hubiera sido abrirle la puerta, asustarla un poco si molestaba. Pero golpear así a un animal asustado es algo que no me cabe en la cabeza. Seguro que ni se movió cuando le apalearon, porque ella, lamentablemente, confía en las personas.
Aunque, por el lugar en el que la encontramos puedo tener alguna pista de quién fue, no lo podré demostrar. Una gatita no puede testificar. Ese energúmeno/a no es muy diferente a otros. Todavía hay muchos humanos que se divierten dañando animales. Y lo peor, creen que tienen derecho y no hacen nada incorrecto. En fin, el mal anida en el hombre desde el comienzo.
Llevo toda una vida juzgando a personas. Cuando un animal ataca o depreda, lo hace por instinto. Pero el hombre, quien nació dotado de poder discernir entre el instinto y lo que está bien, cuando ataca o depreda es capaz de hacerlo por placer, por orgullo, por el odio que nace de su ego. Y lo peor, nunca lo asumen, siguen mintiendo hasta el final y muchos no tienen ningún asomo de arrepentimiento, incluso cuando han abusado de una niña de menos de seis años. Sé que veo lo peor de la gente. Que muchos, los más, son incapaces de hacer daño a una mosca. Nina sigue confiando en las personas. Tiene un tubo de alimentación y está medicada para el dolor, pero ronronea cada vez que se le acerca la veterinaria. Nina confía en las personas. Yo no.