Ritual de invierno

Qué bello está el lago, cuántas flores

adornan el remanso de sus aguas,

para viajar entre mi piel,

permitiendo que la luna recale

entre las esencias de tu nombre.

Las velas despiden la estación oscura,

yo recuerdo la cercanía de tus manos,

y todas aquellas palabras que dijimos

cuando la noche era calma iluminada.

Puede tu amor enraizar en mi boca

en este solsticio de diciembre

y mezclar los aromas del muérdago

en las aguas plagadas de gardenias.

Pueden tus besos traspasar fronteras,

y llevar a mis ojos celosías,

alumbrando colores en sus hojas

para renacerme entre tus brazos.

Puedes tú, con tu sola presencia,

arroparme con los lienzos más blancos.

Los pétalos ya saben que tú fuiste

mi único paisaje deseado.

Comentario: El ritual ancestral del solsticio de invierno es un rito de purificación. Lo esencial, en sí, no es el rito. Lo importante es la actitud con la que decides abandonar lo malo que trajo el año y recargarte de tu más poderosa energía.

Nuestros ancestros buscaban un agua quieta, un lago, un estanque( hoy pudiera ser una bañera); la llenaban de pétalos de flores de invierno y se introducían en el agua suavemente dejando que las hojas se pegasen a la piel. Una vez que esto ocurría, despegaban las hojas echando fuera todo los pensamientos negativos y lo malo que había acontecido. Retiradas las hojas y los pétalos, sacudiendo la piel, comenzaban a visualizar mientras se introducían de nuevo en el agua, todo lo positivo que querían traer a sus vidas. Terminado el baño se secaban con un lienzo blanco( hoy puede ser una toalla blanca).

Feliz Navidad y que todos vuestros deseos se cumplan.

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Espejos

  Nunca me gustaron los poemas

  que comienzan con la palabra espejo.

  Siempre es traicionero reflejar la imagen propia

  en un pequeño artilugio de obsidiana.

  Su sangre volcánica no olvida,

  que un día fue fuego, magma, fuerza

  para arremeterse desde dentro.

  El pequeño artilugio nos traiciona,

 revelando algo más que la fisonomía,

  por mucho que maquillemos las palabras.

Y, sin embargo, hoy quiero hablar de espejos,

de esos espejos cóncavos, redondos,

  que hiperbolizan nuestras manos,

  concentrando la luz para agrandarnos.

  Del espejo convexo de la abuela,

  abarrotado del tiempo transcurrido

  entre manchas negruzcas y otras pardas

  para dispersar los haces de luz,

  sin que nadie pueda reflejarse por entero.

  Curiosa alegoría, nunca somos nosotros

  cuando pretendemos auto- reflejarnos.