
¿Qué traerá este año, madre mía?
Esta noche a la tarde te vestiré de blanco
y adornaré con plata tu bendecido cuello
la entrada iluminada, con los soles de invierno
aromas y perfumes, el muérdago en el banco
y cuando el reloj llegue a marcar su nuevo tiempo
los meses de otro año te llenarán de dicha.
Hija, no desesperes, por mucho que prometas,
mañana será un día como otro cualquiera
La luz será la misma, los campos, las palabras
Y yo seré la misma, aquella que yo fuera
ya se quedó perdida. Allí donde yo vaya
ni el blanco ni la plata, no habrá nada que cambia…
Madre, mira mis ojos, no creen tu desgracia
ni piensan que la noche que en el deseo aguarda
sea como cualquiera, sino más renovada
aligerando sombras, con su mirada clara.
Ay ,hija, la esperanza no nace desde fuera
más bien crece muy dentro y dentro se cobija
por eso si ella existe no hay tempestad que turbe
ni vendaval de otoño que su espíritu arruine
pero si la raíz de dentro está así de marchita
por mucho que engalanes las partes de la casa
y por muchas riquezas que vengan a su puerta
nada dará sus frutos en esta voz desierta
seguirá la tristeza embriagando mi alma
Madre, mira mis ojos, no creen tu desgracia
Ahora son mis brazos los que, presto, te abrazan
Y no solo este día, también lo harán mañana
Yo llenaré con flores aquellas tus ventanas.
Ante tanta insistencia, la madre sonreía
y se llenó la tarde con las nuevas sonrisas
la plata de su cuello iluminó la estancia
el blanco del vestido con suave fragancia
adornaba tu ausencia con luces de bengala.
Y tú viniste allí, pude sentir tus manos
cómo la acariciaban y tu cabello cano.
Y madre se dio cuenta, y al ver que tú estabas
esa raíz de dentro que estaba tan marchita
rebrotó, se hizo bálsamo, acallando su herida.
El reloj dio las doce. Y en esos nuevos días
la entrada iluminada, el muérdago en el banco,
su cuello tan bendito y su vestido blanco
retomaron su brillo cada vez que volvías.