Roberto Pérez era un hombre de mediana edad, soltero, sin muchos amigos y una vida plagada de rutinas. A las 6 de la mañana, diariamente, sonaba su despertador. Roberto tenía siempre a mano una palangana con agua. No podía levantarse hasta que lavase cuidadosamente sus manos y los ojos. Si lo hacía, pensaba que su día sería funesto. Tras ello, peinaba su escaso pelo de forma que disimulaba sus ya grandes entradas. Aquel día, un domingo de mayo, prometía ser soleado y apacible. Tras lavarse las manos cuidadosamente, Roberto se levanto con una sensación de incertidumbre. Sentía que algo iba mal, pero por mucho que repasaba sus rutinas diarias no encontraba fallo alguno en su día anterior.
Un fuerte ruido le llevó a mirar por la ventana. Era Marciano Angulo, el vecino excéntrico de la casa adosada de enfrente, que estaba dando insolentes golpes con un martillo. Son las 6 de la mañana, pensó, y ese individuo no deja de molestar con sus ruidos. Marciano salió al patio y observando a Roberto en la ventana le increpó:
—¡Buenos días vecino! No pongas esa cara, este sol de mayo aclarará tu denso cabello y quizá tengas suerte y te regale un prolongado mechón sobre esas entradillas.
—No creo que sean horas de despertar a todo el vecindario con martillazos. En cuanto a mi pelo, yo no te he pedido opinión alguna.
—Quien se pica, ajos come—contestó Roberto, comenzando a reírse a carcajadas—.Acércate, que le invito a desayunar y te enseño por qué eres la causa de mis ruidos.
—¿Yo, la causa?¡Venga ya! Tengo otras cosas mejor qué hacer que escuchar tus tonterías.
—Venga, hombre, no te enfades. Te invito a desayunar.
Marciano Angulo era la comidilla del vecindario. Sus poco convencionales costumbres eran objeto de todo tipo de comentarios. Dormía con las luces encendidas y no respetaba las horas de descanso, ofreciendo a los vecinos un molesto concierto privado de martilleos y zumbidos de una sierra eléctrica. Si alguien se quejaba, eso sí, cesaba de hacerlo, no faltaría más, pero ello no impedía que otro día, a deshora, volviese a sus andadas. Además de quejarse de su insolencia, los vecinos especulaban sobre lo que estaba haciendo Marciano. Unos decían que construía ataúdes para la funeraria de la Calle Ancha, ya que una noche lo vieron sacar lo que parecía un ataúd, envuelto en una sábana gris y entregarlo al encargado de la funeraria. Otros que era un perturbado que fabricaba artefactos para contactar con seres de otros planetas.
Roberto aceptó la invitación a desayunar, sobreponiéndose al rechazo que le generaba Marciano, para ver de propia mano qué era lo que estaba haciendo. Cuando Marciano le abrió la puerta, lo que vio no era ni unos ataúdes ni artefactos insólitos, sino una miniatura detallada y perfecta de la urbanización, cada casa, cada jardín, cada calle y farolas.
—Es mi forma de recordar. Cada pieza, cada detalle, representa un recuerdo, una historia, una vida con la que he tenido el placer de cruzarme —explicó Marciano.
Roberto observó todos los detalles de su casa. La ventana de su cuarto estaba abierta y podía observarse la palangana de agua y un reloj al fondo marcando las 6 de la mañana.
—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Roberto.
—Soy muy observador, amigo—contestó Marciano.
Durante el desayuno Marciano le propuso una idea bastante loca. Le sugirió que intercambiasen sus vidas. Él iría a la oficina, se levantaría a las 6 y tendría al lado de la cama la palangana de agua. Roberto viviría en la suya y su trabajo consistiría dar color a la maqueta, cuanto más realista, mejor, precisaba Marciano.
—Me parece la idea más loca que jamás nadie me había dicho. No se pueden cambiar las vidas.
—Si no quieres voluntariamente, lo tendrás que hacer de forma involuntaria—sentenció Roberto.
—¡Qué tonterías dices! Me voy que tengo prisa.
—Claro Roberto, claro, es domingo y tú tienes prisa.
Roberto se marchó apresuradamente y se introdujo en su casa, cerrando la puerta con la llave. Sintió temor, ese Marciano, estaba realmente loco.
Sin embargo, ese día ya todo fue distinto para Roberto. Comenzó a soñar con la maqueta, pinceles y colores variados. Veía sus propias manos pintando cada detalle de su casa. A las tres de la mañana, no podía dormir. Se dirigió a la casa de Marciano y llamó al timbre.
—Te estaba esperando— le dijo—Ya tengo preparados tus pinceles y la pintura necesaria.
Roberto se resignó. Había algo que le había traído allí. Por lo que comenzó a pintar las miniaturas. Se encontraba feliz.
—Venga, venga— le increpó Marciano—.Ya basta de pinturitas. Estás aquí por una cosa más seria.
—¿Más seria? — pregunto Roberto.
Marciano le guio hasta el sótano de la casa. Lo que encontró en ese lugar, era más extraordinario que cualquier cosa que hubieran imaginado los vecinos. Era como un laboratorio de juegos, con pantallas, gafas virtuales, pero además repleto de artefactos extraños y mapas estelares. En el centro, un cono de cristal que emanaba luces, que parecían de neón.
—Es mi proyecto más ambicioso— explicó Marciano —.Una máquina de experiencias. Te permite vivir momentos de otras vidas, en otros tiempos y lugares.
Marciano introdujo de un empujón a Roberto en el cono, y después lo hizo él, cerrando la puerta.
—¿Qué haces? ¡déjame salir!
—No hay tiempo para tonterías, Roberto. No podemos permitirlo.
—¿Permitir qué? Eres un viejo loco. Déjame ir, Marciano – dijo Roberto nervioso.
Sin embargo no le dio tiempo a reaccionar. Un torbellino de luces y sonidos los envolvió, y en un instante, se encontraron en la Italia del siglo XV. Una secta de asesinos, ataviados de túnicas negras y dagas amenazantes, conocida como “La oda oculta”, les perseguía.
Roberto entendió en ese instante cuál era su misión. Debía dirigirse a la morada de un viejo alquimista llamado Pietro. Conocía de forma sorprendente dónde se ubicaba y que tenía que salvar unos viejos libros.
Al llegar a la casa del alquimista, Roberto y Marciano encontraron la puerta entreabierta. Dentro, el alquimista estaba inmerso en sus estudios, ajeno al peligro que se cernía sobre él.
—Maestro, debéis esconderos. Vuestra vida corre peligro —advirtió Roberto, mientras Marciano buscaba un lugar seguro para los grimorios.
El alquimista, un hombre de edad avanzada con ojos que destellaban inteligencia, asintió y les siguió a un escondite secreto detrás de una estantería. No pasó mucho tiempo antes de que los asesinos llegaran.
Cuando los asesinos se disponían a abrir la estantería donde se encontraba escondido el alquimista, Marciano lanzó una serie de bombas de humo, llenando la habitación de una niebla espesa. En el caos, Roberto y Marciano desorientaron a los asesinos con una combinación de astucia y habilidad, haciéndoles creer que la vivienda se estaba incendiando. Los asesinos huyeron, temiendo quemarse y perder su vida.
El alquimista, agradecido, les reveló que los libros contenían secretos que podrían cambiar el curso de la historia. Cada libro tenía las tapas de color diferente, uno era de color azul y relataba parajes fantasiosos y los trucos para evadirse de sus peligros. Uno hablaba de un bosque de ilusiones donde unos seres pequeños y traviesos, como duendes, pero maléficos, generaban ilusiones para atraparte. El otro libro era verde, hablaba del tiempo futuro y estaba dedicado a una joven llamada Alba, la reina de la luz. El otro era de color ocre y contenía una nota que decía: “A los guardianes del tiempo, Marciano y Roberto, mi eterno agradecimiento».
Roberto y Marciano se despidieron del Alquimista y regresaron a su tiempo. No contaron a nadie lo sucedido. Sin embargo, solo paso una semana, cuando se vieron sorprendidos por un presentimiento de peligro. Roberto aun no estaba recuperado de todos estos acontecimientos y Marciano permanecía absorto en su maqueta. A través de las gafas virtuales pudieron ver como desgraciadamente el alquimista había fallecido horas después a manos de los asesinos y los grimorios habían caído en manos de su heredero, su sobrino Doménico, pendenciero, aficionado al vino y los juegos de azar.
Sin pensarlo volvieron a introducirse en el cono. Tenían que evitar que los grimorios pasaran a malas manos. Algo falló, o eso parecía, pues en lugar de aparecer en casa del alquimista, lo hicieron en una montaña de escasa vegetación. Acto seguido hicieron presencia unos seres, parecían humanos, pero su piel era como transparente, refractando la luz del atardecer. Estos seres portaban los tres libros.
—Los grimorios, y especialmente el azul, debe ser custodiado por aquellos que respeten su poder y comprendan su verdadero valor— les dijo uno de aquellos seres, extendiendo su mano hacia Marciano y Roberto—.Vosotros habéis demostrado ser dignos.
Sin tiempo para asimilar la magnitud de lo que estaba sucediendo, Marciano y Roberto aceptaron el encargo.
—Debéis partir ahora — les instó otro de ellos—. El grimorio ocre os guiará, pero el camino no estará exento de peligros.
Con los libros en sus manos, Marciano y Roberto se embarcaron en una aventura que los llevaría a través de bosques encantados y ciudades olvidadas. No podían regresar a través de su cono. Los libros parecían tener voluntad propia, guiándolos hacia lugares donde el tejido de la realidad era más delgado, donde lo imposible se hacía posible. En su viaje, se encontraron con criaturas de leyenda: dragones que custodiaban puentes, hadas que danzaban en los claros de luna y sabios eremitas que hablaban en acertijos. Y no todos los encuentros eran amistosos. Seres oscuros, atraídos por el poder del grimorio, acechaban en las sombras, esperando su oportunidad para arrebatarles los libros. Marciano y Roberto tuvieron que luchar, no con la espada, sino con la astucia y la fuerza de su convicción.
Finalmente, tras innumerables peripecias, llegaron a un santuario antiguo, un lugar de poder donde los libros estarían seguros. Allí, se encontraron con una bella dama que creó un sello mágico para protegerlos de aquellos que buscaran explotar su poder. Roberto y Marciano creían que esa bella dama era la destinataria de los libros. Sin embargo, no era así, ella les indicó que los libros estaban destinados a una niña, llamada Alba.
—Es verdad—dijo Marciano.
—El libro verde está dedicado a Alba, la reina de la luz— añadió Marciano.
Roberto y Marciano deberían buscar a esa niña, destinada a ser la mayor guerrera de la luz en la tierra. Los grimorios, que contenían secretos de gran poder y sabiduría, debían ser entregados a Alba, quien tenía el poder de impedir una guerra que amenazaba con devastar la humanidad.
Guiados por antiguas profecías y los susurros del viento, llegaron a un pequeño pueblo. Allí, en una humilde casa de piedra, a las afueras, encontraron a Alba, una niña con ojos tan claros como el amanecer y una presencia que irradiaba una calma inusual.
Marciano y Roberto se presentaron ante la niña y su familia, explicando la importancia de la misión que les había sido encomendada. Al principio, los padres de Alba estaban escépticos, pero la niña, con una sabiduría que iba más allá de sus años, aceptó el grimorio con manos temblorosas pero firmes.
—Lo protegeré y aprenderé de él — prometió Alba —. Y haré todo lo posible para mantener la paz.
Con el grimorio en sus manos, Alba comenzó a entrenar bajo la tutela de Marciano y Roberto. Cada día que pasaba, su destreza y su comprensión del mundo crecían exponencialmente. La guerra, sin embargo, parecía inminente. Oscuros ejércitos se movilizaban en las fronteras de los países y la tensión se palpaba en el aire. Alba sabía que para impedir una batalla física y la muerte de inocentes debería lidiar una batalla espiritual, contra los poderes oscuros que enfrentan a los hombres.
Marciano había construido para la joven Alba una corona de un extraño metal. Cambiaba de color y de consistencia según el lugar donde se encontraba.
—No te dejaremos hacer sola este camino. Iremos contigo— le dijeron ambos a la vez.
—No quisiera enfrentaros a peligros—les contestó Alba.
Marciano y Roberto no atendieron a razones y los tres partieron hacia el lugar donde se esconde la más cruel oscuridad. Una vez dentro del cono de experiencias unieron sus manos, sintiendo como la fuerza de los seres lumínicos los acompañaba.
En un instante se vieron en un bosque. Su sendero era sinuoso pero parecía apacible. Los árboles frutales estaban rebosantes y había numerosos manantiales de agua fresca y pura. Roberto se vio atraído por el agradable aroma de un naranjo y se dirigió hacia el con el objeto de probar una de sus apetitosas naranjas.
—Ni se te ocurra—dijo Alba—es un espejismo.
Pero fue demasiado tarde. Roberto acabó envuelto en una maraña de extraños insectos de color oscuro. Alba tuvo que hacer uso del grimorio azul para rescatarlo.
—Este es el bosque de las ilusiones—aquí lo explica—. Parece mentira, Roberto, ¡como si nunca hubieses leído los libros! Está habitado por espíritus traviesos que crean ilusiones para confundir. No hay que desviarse de la senda.
El camino terminaba al borde de un río. Marciano, quien tenía mucha sed, corrió hacia él.
—Detente—dijo Alba—. Es el río de lágrimas. El río doliente de la guerra. Debemos cruzarlo con respeto. Comprendiendo su dolor.
Marciano, Roberto y la joven atravesaron el río, contagiándose del dolor de los inocentes, haciéndose parte del mismo, acariciando sus vidas rotas, deseando su paz.
El río los llevó a un desierto, donde vagaban espectros de los caídos en batallas antiguas, que contaban sus pesares y dolores de la guerra. No era agradable su presencia, pues su alma estaba rota en pedazos. Alba, sin embargo, los acariciaba e iba recomponiendo con cariño sus trozos, los cuales se pegaban de forma milagrosa. Pronto tuvieron un ejército a su lado, que los acompañó en su viaje hacia una oscura gruta, ya casi al borde del mar.
—Aquí sí debo pasar yo sola—dijo la joven.
El ejército respetó las palabras de Alba, permaneciendo de pie, ante la entrada, viendo como se introducía. Marciano y Roberto quisieron entrar tras ella, pero el ejército se lo impidió.
—Debe entrar sola. Ella lo dijo—les advirtió uno de los soldados.
Nadie supo lo que pasó en aquella gruta. Alba nunca quiso contarlo. Solo dijo que había visto un gran dragón y una serpiente voladora y que nada es imposible si confías.
La tensión se calmó. Muchos líderes mundiales apaciguaron sus envites. Alba parece una joven cualquiera, pero tiene una corona de un extraño metal que irradia colores y una misión que nos revelará cuando estemos preparados.