Sonido

Quisiera ser sonido de tus faros

la guía de tus ojos,

la bengala,

aquella que te alumbre

todas las madrugadas

para que puedas arribar sobre mi nombre,

resurgiendo,

entre las olas de invierno

que ya anuncia

el samain venidero,

cabo de año,

sobre una escalera,

repleta de castañas.

 

 

Quién pudiera,

conjugar los sueños en un verbo

que solo signifique

amor

 

 

 

 

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El rayo que me alcanza

Después de unos días de obligada actividad en otros ámbitos e inactividad del blog, ahí va mi primera recuperación:

 

EL RAYO QUE ME ALCANZA.

 

Yo me erijo entre las noches,

anestesiando el dolor entre la ropa,

pues el rayo que me alcanza

sobre la descordura de mis manos,

se erige en la sombra de los parias.

 

Cuando la condena es no poder confesarse,

es un insulto recibir castigo,

y no hay alimento que deslumbre

la lealtad del pasado,

el nuevo desconcierto

y el retablo de sueños de futuro.

 

El rayo que me alcanza

no tiene muesca ni número de serie

sino una decimal aproximación,

un maremoto,

de pulsiones que vienen y que van,

que a veces ni me escuchan

y que claman libertad cuando son yugo,

ese tan propio,

que eleva al victimario a tan alto poder

que incluso mendiga la indulgencia.

 

El rayo que me alcanza

tiene un poco de cielo entre su risa,

un segundo de luz,

ese que empuja,

con la fuerza titánica de un Dios

a los desamparados de la vida

 

Y aquí estoy, o estamos

para decir sin trampas

que la verdad perdura

y siempre en la baraja

hay un angélico comodín para el que sufre.

 

La cuestión es no perderse deslumbrado

ante el repóquer de quien aprisiona

en celdas de versiones la palabra.

 

 

 

No quiero finales

A mi nunca me han gustado los finales trágicos,

ni siquiera me gustan los finales,

quizá los hasta luego,

por eso recelo del amor legendario,

atado a la tragedia de altos vuelos,

las andanzas de malherido caballero

con damiselas de corte y cara triste.

 

Nunca he visto lo bello en la derrota,

la pasión maniatada de esperanza,

un tablero quebrado,

alfil y prisionero,

que se aboca al abismo derrotero,

por no ser estratega de sus coplas.

 

Y es que por mucho que el malogrado amor,

se proclame eterno,

no deja de ser una sospecha,

pues nadie lo sabe, pues la muerte

rasgó el papel en blanco de su historia.

 

Todas las andanzas comienzan con tono glorioso,

fraguadas en química pirotecnia,

y muchas de las veces,

culminan en cítrica batalla

sin nada de lisonja,

sin nada que perdure,

más allá del cubo de basura de las propios

y contaminados reproches.

Y sí fueras,

o no fueras,

lo que hiciste,

lo que no hiciste,

lo que se dijo,

esculpido,

en el tatuaje de la ira.

 

Me pregunto cómo estaría Isolda,

Ginebra, Julieta o la mismísima Helena de Troya,

si su avatar hubiese perdurado

a lo largo de los años,

cómo después de diez o veinte años,

cómo siquiera después de cinco,

cuando las hormonas se apaciguan

y los espejos devuelven

el rostro ante los ojos.

 

Por eso no quiero finales,

ni vuelos mariposa,

ni hilo rojo,

para calmar la soledad del aire,

el único que arropa,

el único que comprende,

que aquí se camina como se puede

y no como se quiere.

 

No me des finales,

quiero un comienzo,

cada día nuevo,

cada sol de invierno,

¿Nos conocemos?

 

El último poema

Muchas veces poemamos un instante

como si fuera el último

y lo más cotidiano,

como las hojas cayendo,

las hojas arrastradas por la lluvia,

se revelan proféticas,

demandadas,

como dogma de verdades,

y a veces, por verdades,

también inconsistentes.

 

Y miramos el papel en blanco,

el papel acabado,

el papel rellenado,

muchas veces, también, atropellado,

eventos publicados,

entradas entre redes,

la celda brillante

de la colmena posmoderna.

 

Y mientras observo este ir y venir de pensamientos,

mi mente se sumerge,

en su obsolescencia programada,

y si todos naciéramos con un número determinado de poemas

tatuados en la espalda,

y si esa fuente inagotable de estrofas

sucumbiera,

a la caducidad de los designios,

y si tal vez no yo fuera siquiera, poeta,

una mujer que debate con el tiempo

el canto de sirena,

buscando agarraderas a la vida.

 

 

Si algún día tuviera en mi mente ese último poema,

lo dejaría en blanco,

tan solo escribiría

tus besos.

 

 

Stand by

Hoy es uno de esos días,

stand by,

en el que los versos son pausa,

el método ficticio,

de un lienzo de impaciencia.

Las palabras derramadas,

las preguntas acumuladas,

aglutinadas

en el embudo de la incoherencia

sin persistencia interna,

en  rebelión externa,

impresionadas,

por la inexistencia de respuesta.

 

¿Oyes el viento ?

Presagio de tormenta.

LLama que no cesa

En un día de esos que el trabajo te sale por las orejas, me tomo un respiro y recupero una antigua entrada, sobre el amor reincidente.

Dice la leyenda que hay amantes que se reencuentran una y otra vez en sucesivas vidas hasta que aprenden a convivir sin su soberbia, y es entonces, cuando quedan unidos para siempre.
Dicen que puedes distinguirlos por una llama azul sobre el hombro izquierdo.Si lo ves, aunque sea un roce, un instante o toda una vida, sabrás que es él/ella…

Porque hay llamas que no cesan…

 

Aun recuerdo ese adiós,

el que nos dimos,

cuando nos huimos,

y nos fuimos

mirando hacia delante,

temiendo regresar,

por un instante,

siempre es hábil cegarse,

apostando al boleto de la pérdida

en las lagunas de los desaciertos.

Hay quien dice

que, en otra vida

nos volveremos a encontrar,

y cuando ello suceda,

nos amaremos

de nuevo en mil intentos.

Cuando te ibas

yo me dí la vuelta

y pude ver

la llama azulada

sobre nuestros hombros.

Hay una historia inconclusa

en nuestro retroceso,

ahora vuelvo cada día,

a aquel lugar,

por si tú,

quisieras,

volver a mirarme.

Sin sol que cobijarse

Maldecir al sol,
a veces, es de menos,
si sale cada día, para que todo aguante,
por mucho que el papel se esmere en embaucarte
este mundo es de locos, y la cordura un arte,
cuando ya todos mienten,
cuando ya nada vale
que no sea el comercio que nos mancha la sangre,
por las venas marchitas de todos los cobardes,
las lágrimas de niña al temblor de la tarde,
los tambores de guerra, la máscara del aire
los monstruos de la noche, lo que nadie comparte,
esos ojos vendados, aquí y en cualquier parte.

Maldecir a la luna,
a veces, es de menos,
si maquilla los días sin luz para cegarte,
tu razón de miseria en vuelo de rasante,
que se arropa en las nubes para no congelarse
en un giro maldito, en lucha de titanes,
donde no existen mitos, ni palabra que aguarde,
donde ya todo vale, porque nada ya vale
donde ya no hay aliento que pueda levantarse
y erizar a los pájaros, para poder llamarte,
despertándote vivo, de este sueño inquietante,
que aliena las verdades sin sol que cobijarse.

Maldecir es sin duda,
a veces lo de menos,
cuando el alma esta huida,
cuando todo es ajeno,
y salpica una vida,
deshaciendo los sueños.
Has sucumbido al frio,
y al poder de su miedo,
te han robado tu rostro,
eres angel caido,
eres dorso y reverso
un errante perdido,
el que vaga sin dueño.

Palabras

La mala calidad,

la baratija,

prosa del conformismo

o la paciencia,

la indigencia o la ciencia,

la palabra académica,

la pluma,

la palabra impresa,

la palabra huida,

la perdida,

denostada,

la palabra ausente,

la no escrita,

sí, esas palabras

que van llegando a tientas,

y que te envuelven

destendiendo recuerdos,

y alborotando esperas.

 

No hay palabra buena o mala,

hay sentimiento,

por eso,

siempre que un verbo emocione,

aun sin tilde,

un solo verso,

siempre que haya un aliento para el hombre”

Sin duda, habrá poesía