Y fuiste viento sobre mi cadera,
musicando la vida
fuiste vórtice,
remolino,
sinfonía,
compactando
nuestras adicionales dimensiones.
Y fuiste viento sobre mi cadera,
musicando la vida
fuiste vórtice,
remolino,
sinfonía,
compactando
nuestras adicionales dimensiones.
Mentres ela mergúllase nas augas
do mar
doente,
el queda co sal,
ocultando a escuma,
para que así lle demande,
rendida,
unha primavera de caricias.
El pensa que destruíndo algas
arremetendo contra a serenidade da area,
obterá derrubar a muralla dos seus ollos
Ainda que sexa mestre na estratexia
das súas cicatrices,
ignora,
que os seus pés descalzos
son capaces
de dobregar as rocas,
mudalas,
cal escudo.
Ela irase,
mollando a súa pel nas ondas,
e el
aínda
preguntarase o porqué.
Caerse,
desesperadamente,
tornarse en túnel,
inexpugnable y oscuro,
derrotado,
el laberinto negro,
sin puerta de salida,
sin meta que te aguarde
pues no hay espejo que resista
el reflejo
del dolor instalado en las entrañas.
Decir adiós, te dicen, es trance doloroso,
que se superará cuando algún día,
la tormenta empuje la palabra.
pero aquello que duele desde dentro,
se resiste a abandonar nuestra trinchera
tan inexpugnable como ausente.
No nos sirve un listado de consejos,
para arrebatarnos de la mente
el pensamiento obsesivo que provoca
sentir más la cicatriz que el propio aliento.
El tiempo no obra por sí solo,
hay que poner los puntos de sutura,
la asistencia de urgencias,
el placebo,
imaginario,
que bifurca caminos
cuando nosotros,
se ha tornado en utopía.
Piensa distinto,
la puesta de sol, el agua clara,
la luna que pausada
ha de traer las noches de verano.
Enfría el sentimiento,
focaliza,
una primavera de naranjos.
Y qué imposible,
es cumplir tamaño aserto,
el hielo sobre la casa,
las espadas,
siempre afilando los labios,
esos labios,
que ya no saben besar sin condiciones.
Hay que llorar,
te dicen,
hasta que la madrugada traiga el sueño,
el insomnio no resulta aconsejable
cuando todo corroe como ácido
sobre la piel ajena.
Hay que llorar,
te dicen,
tú te encojes,
en un ovillo infinito de temores,
ya que la noche solo trae regazos
de la ausencia penetrante de un te quiero.
Hacerse daño,
volver,
y retomarse,
en un ciclo infernal.
tachando del calendario,
los días futuros,
mientras los números,
atónitos,
observan,
su caída libre
sobre quien ya no espera
un mañana.
Ninguna deriva tiene
redireccionamiento automático,
a veces los pilotos no se encienden,
se guardan, luminosos,
en los atributos subconscientes.
El giro de volante que se impone,
para no atropellarse desde dentro,
muchas veces abrasa la conciencia,
dificultando dar orden al cerebro,
las manos agarradas
desesperan,
previendo
una aparatosa colisión.
Es entonces,
cuando el subconsciente toma el mando,
para derivarte a la vía de salida,
la pista de aterrizaje
del consuelo
de verte de nuevo
ante tus propios ojos.
Asumir la derrota,
y rechinar los dientes
en la cruda realidad de la impotencia.
El camino recorrido,
el esfuerzo,
la generosidad del desafío,
se vuelven inútiles propósitos
de un transito que no sabe devolverlos.
Aun así,
hemos de respirar profundamente
y pensar que seremos más hábiles,
en el próximo viaje.
Somos corredores de fondo,
las etapas
pueden superponerse
y quién lo diría,
una realidad paralela descubre
su bosque
ante nuestros ojos
No lo leas,
este poema no nace para ser leído,
nace para ser digerido,
junto a una tapa de patatas alioli
y una copa de vino imaginaria,
la bola de cristal, donde sumerjo
bajo cero
las emociones.
El aceite de bar imprime un olor a frito,
conectado al olfato,
por más que demos instrucciones de bloqueo.
No lo leas,
este poema no sabe ni cómo empieza,
quizá diría que tú eres
la corriente
que arrebata mis días.
Es cierto, eso ya lo he dicho,
en otro poema, y
sin embargo,
pudiera ser un buen comienzo,
para manejar nuestras desconexiones.
Este poema pudiera ser un corte limpio,
perfecto en el diseño de su talle,
ausente de amplitudes,
pretendiendo,
emular al cuerpo que lo porta,
con la sinceridad que al verbo impone,
comenzar la digestión de sus estrofas.
Un poema yo,
navegando
entre todos los besos que nos dimos,
persistiendo,
en la adicción
a demoler los muros
que pueden separarlo
de tu rostro.
Este poema que nace, para no ser leído
tiene su fundamento en la batalla
que cotidianamente nos impone
sortear los aires de la noche
y las inquietudes del mañana.
Es la metáfora
que imprime
sus letras,
cuando no puedo abrir la puerta
de casa.
La metáfora
que reclama
comencemos
por amarnos,
a nosotros mismos.
No lo leas,
aunque me muero de ganas
de que lo leas.
Mejor dicho ya hoy, ya está aquí, tan cerquita, la presentación de Aquelarre escrito por mi preciosa y querida Boadicea,. Que la magia inhunde Malasaña y todo Madrid. Yo estaré allí para verlo y participar en la lectura de uno de sus magníficos poemas. Orgullosa como madre y entusiasmada como poeta. Comparto cartel pata acompañar a la protagonista con poetas y artistas tales:
– Jesús Gutiérrez García compositor
– Olaia Pazos Aialo Laia poeta, actriz, dramaturga, cantante.
– Belén Berlín poeta y actriz
– Laura García De Lucas poeta y performer
– Acoyani Guzmán Bárcena poeta, actriz y dramaturga
– Sergio Jaraiz bailarín y actor
– Rocío Arana artista plástica, performer y bailarina
– Masles Roy pintor y realizador audiovisual
– Balbina Jiménez actriz, poeta y dramaturga
– Laura Luz poeta, historiadora del arte y gestora cultural
– Violeta Serrano, poeta, música y activista transfeminista
– Esther Marín actriz, cantante, cabaretera rockera y poeta
– Marina Kaysen poeta, artista y realizadora audiovisual
– Pilar Astray Chacón poeta y alguna cosa más, en su descripción, la «mujer de su vida». Buen regalo de descripción viniendo de una hija.
Y como no, la reina de la noche, Pilar Astray Boadicea.
Para quien se anime…
A veces, es preciso hallar un buscaminas,
para no dinamitarse desde dentro,
hay algo de kamikaze en la conciencia,
que rebusca el dolor en la cosecha
y cada invierno no es diferente a otro,
la luz se desliza por la habitación
intentando despertarte.
Es una pesadilla,
No hay nada más.
El antídoto de la memoría selectiva.
La identidad se revela filtrada
en un cuenco de agua.
Siempre me he preguntado
quién seríamos sin esta disonancia.
Estamos programados para sobrevivir,
no para ser emocionalmente objetivos,
por eso,
déjame reposar la taza de café
mientras se colocan las nubes en el cielo
y pueda recuperar los besos.
Algún día llegarás,
aunque tengan que pasar algunos años,
para recibirte en bienvenida.
Te imagino con la misma sonrisa que tu madre,
supongo que Boadicea no te pondrá pendientes,
como yo no se los puse,
y que cuando busque su nombre preferido,
hablará con el muérdago y el musgo.
que recogen los vientos de la infancia.
Yo estaré para verlo, o eso espero,
acomodaré tu cuarto,
no tendrá nada rosa,
quizá verde como el de tu madre,
o tal vez el azul cian más bonito,
en recuerdo de un mar siempre presente.
No habrá cuentos de princesas,
pues no quiero que desees un príncipe,
ni que pruebes las esposas del amor romántico,
comiendo perdices.
Yo te quiero ver crecer libre,
en confianza,
de saber que es mejor estar sola que atrapada
en un espiral de estereotipos.
Yo te quiero valiente, como el aire
la reina de tus lagos,
que tus ojos sean nobles y no vean
nada más que la profundidad del alma.
Deseo puedas permitirte ser fuerte,
en todos los principios y en todos los finales.
También me gustaría,
no lo oculto
que cuando atardeciese
mirases al poniente,
declarando
que sabes de dónde vienes,
y para qué has venido ahora.
Porque te quiero mujer, sencillamente.
Te separas, cuando yo voy despacio
te acercas, cuando yo voy deprisa,
y es curiosa la constante asimetría
columpiando perpetuas resonancias.
Parece que te extiendes campo abierto,
hacia el extremo opuesto,
y no vislumbro
el fin de aquellos pasos tortuosos
que suenan a asfalto entre las nubes.
La paradoja es que tú estás más cerca,
la velocidad no es un crucero,
que conjugue el lenguaje de los versos.
La paradoja es que tú estás más lejos,
cuanto más me aproximo a tu horizonte.
Quizá es vértigo, respuesta en torbellino,
que trae el agua presta al sumidero,
y a mí lo que me gusta es espaciar las piedras,
sobre el estanque que compone la mirada.
Carezco de murallas, yo no temo,
ser presa del azar de tu sonrisa,
hace tiempo que vengo de regreso,
atomizada en el viento que roza la piel,
como paso de azahar entre tornados.
Ya conozco todos tus lunares,
la sombra de tus lunas
y la noche.
Ya no soy filamento ni membrana
sino de mi propia piel,
y tanto que no amo,
sino por instantes,
de tantos dígitos,
como los centímetros de mis torres.
He cambiado de dimensión
para intentar comprenderte
y ahora, quizá es tarde,
pero ya sé,
que no era necesario ni preciso,
porque tú, como holograma estático,
eres solo una fantasía de mi mente.