En un país muy lejano, vivía un rey orgulloso de su buen gobierno. Se jactaba de tener contentos a sus súbditos, los cuales cada día eran más sumisos y le glorificaban más. Siempre presumía de la tranquilidad y prosperidad de su reino.
Un día un pequeño y diminuto elfo se posó, cual mariposa, sobre la cama real. El rey notó cómo paseaba por su oreja y se despertó sobresaltado.
—¿Qué haces sobre mi oreja, ser diminuto?, ¿acaso no sabes que te puedo eliminar con un ligero manotazo?
—Para eso, su majestad, tendría que ser más rápido que mis alas.
El rey intentó lanzar un manotazo al pequeño elfo, pero solo consiguió abofetearse a sí mismo. Mientras el elfo se reía, el monarca estaba cada vez más furioso e intentaba alcanzar al pequeño ser sin ningún éxito.
—Deje de abofetearse a sí mismo, majestad. Eso no está bien.
—No bromees, bicho sarnoso. Acabaré alcanzándote.
—Ni lo intente. Acabará magullado, majestad. Me iré si me demuestra ser un hombre sabio. Dicen por ahí que posee el don del buen gobierno, que su reino es próspero y tranquilo. ¿Cómo lo consigue?
—Es algo sencillo, asómbrate, ser minúsculo. Yo simplemente les doy lo que quieren a cambio de que no piensen.
—¿No piensen? ¿Cómo lo hace?
—Antes de llegar al trono mis súbditos eran muy pobres y pendencieros. Vivían en pequeñas chozas y aunque trabajaban en el campo, cada vez lo hacían menos, dedicando horas y horas de su vida a beber vino en la taberna. Yo les ofrecí una larga jornada de trabajo a cambio de no tener que ocuparse de las inclemencias de la tierra y percibir un salario que, desde su pobreza, les sonaba a mieles de abundancia. Y así comenzaron a estar muy ocupados. Pudieron comprar cada vez más cosas y llenar su casas de comida, artilugios, buena ropa. Ahora sus mentes están solo en trabajar y comprar cosas. No piensan más allá, no tienen tiempo para hacerlo, ni para plantearse si están de verdad contentos o si mi gobierno es el mejor.
—Sin duda fue una buena idea —dijo el elfo.
—¿Buena idea? Mi sabiduría es grande, debes reconocerlo.
—¿Está seguro? Yo le demostraré que no es tan sabio.
—!Vete de aquí! No te soporto, maldito ser.
El elfo salió volando por la ventana, no sin antes advertir al monarca que volvería. Se dirigió al pueblo y comenzó a alborotar a los súbditos. Cuando dormían se acercaba a sus oídos y como si fuera una voz interna les contaba que tenían derechos, que podían exigir más, que su rey era un tirano que solo ambicionaba beneficiarse a costa de sus esfuerzos.
El gobierno del pueblo se tornó difícil. Y para mayor desorden, llegó nueva maquinaría, nueva tecnología y el rey tenía menos ocupaciones que ofrecer a sus súbditos. Como no había tantos beneficios, tuvo que disminuir los salarios y el descontento siguió creciendo.
El rey estaba desesperado. Preguntaba a sus consejeros cómo podía solucionarlo. Pero ninguno parecía ser tan sabio.
Y así llegó el día que, de nuevo, el pequeño elfo se posó sobre la cama del rey.
—No eras tan sabio. ¿Lo ves?
—Fuiste tú, desgraciado. Fuiste tú…
El rey se dirigió iracundo contra el elfo. Estuvo a punto de alcanzarlo.
—Volveré el día en que le destituyan, majestad, para reírme en su oído. A no ser que…
—¿A no ser qué? —preguntó el rey.
—Que me pague con un baúl de oro mi consejo. Tengo una gran idea que le servirá para contener a su población y seguir como antes.
El rey no tenía ninguna gana de darle la razón al elfo, pero al final accedió, ya que se encontraba desesperado.
¿Qué consejo le dio el elfo? Simplemente le dijo: «permíteles imaginar una vida diferente. Que vivan de la ilusión, pero no de una ilusión real. Que no les importe tanto alcanzar el progreso real porque ya, en su imaginación, se vean como exitosos. Si se vive en la ilusión tampoco se piensa. La mente siempre busca el camino más directo, el más fácil. Que jueguen hasta creerse el propio monarca».
Y así el rey creo un mundo virtual para el ocio de sus súbditos. Cada vez tenían menos qué hacer y menos ventajas materiales, pero podían pasarse horas y horas imaginándose ser el propio rey.
— ¿Hasta cuándo durará dicho gobierno? —preguntó el rey al elfo, quien se había convertido en su consejero más próximo.