Conexión

El viento es la palabra de tus ojos,

tus manos, sinrazón de mi cintura,

aliento, la pasión, la descordura

y los frutos los besos que recojo.

Y es que este amor anida en mi mirada,

la ocupa, la transgrede, la arrebata,

la torna verso, metáfora, poema,

una semilla que al polvo de la tierra

eleva al cielo abriendo una ventana

detenida en tus labios del mañana.

Viajo por tu cuerpo como errante

y me hago fundamento en tu sonrisa,

ese destello de luz que trae la brisa

y es letra entre tu nombre al completarme.

Y ya no temo decírtelo al oído,

tu cuerpo se hace templo,

yo tu espejo

y la semilla flor de primavera.

La luna se despeina entre las aguas

vistiéndose de mar. Y es tierra fértil

mientras el sol la habita

en el fuego prendido de tu rostro

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Butzina Di Kardinuta

Y quién si no aquel que ha visto la oscuridad puede conocer la luz.

Has navegado por aguas tan oscuras

que tus ojos conservan ese brillo apagado

del tránsito del dolor.

Has reparado tus grietas, un punto de partida

para reescribir la memoria.

No debe pesarte, yo te digo

y me miras incrédulo, constante

rozando la vista con el suelo.

Sigues mis pasos con asombro

por la añeja calzada de regreso.

La vida es siempre una partitura abierta

y el futuro una sinfonía inacabada.

Cuánto duele lo que ya no es, dices

cuánto me duele…

Mientras, sigues rodeando de rosas

las piedras del jardín.

Lo ves, tu nuevo bien es mi bendición.

Ahora puedo oler esas flores…

Como un ánfora de piezas rotas

en las profundidades del océano

te bañas en el agua de tu nombre,

tu nombre renombrado,

y eres luz reconstruida

sobre la montaña de tu rostro.

Érase una vez

En un país muy lejano, vivía un rey orgulloso de su buen gobierno. Se jactaba de tener contentos a sus súbditos, los cuales cada día eran más sumisos y le glorificaban más. Siempre presumía de la tranquilidad y prosperidad de su reino.

Un día un pequeño y diminuto elfo se posó, cual mariposa, sobre la cama real. El rey notó cómo paseaba por su oreja y se despertó sobresaltado.

¿Qué haces sobre mi oreja, ser diminuto?, ¿acaso no sabes que te puedo eliminar con un ligero manotazo?

Para eso, su majestad, tendría que ser más rápido que mis alas.

El rey intentó lanzar un manotazo al pequeño elfo, pero solo consiguió abofetearse a sí mismo. Mientras el elfo se reía, el monarca estaba cada vez más furioso e intentaba alcanzar al pequeño ser sin ningún éxito.

Deje de abofetearse a sí mismo, majestad. Eso no está bien.

No bromees, bicho sarnoso. Acabaré alcanzándote.

Ni lo intente. Acabará magullado, majestad. Me iré si me demuestra ser un hombre sabio. Dicen por ahí que posee el don del buen gobierno, que su reino es próspero y tranquilo. ¿Cómo lo consigue?

Es algo sencillo, asómbrate, ser minúsculo. Yo simplemente les doy lo que quieren a cambio de que no piensen.

¿No piensen? ¿Cómo lo hace?

Antes de llegar al trono mis súbditos eran muy pobres y pendencieros. Vivían en pequeñas chozas y aunque trabajaban en el campo, cada vez lo hacían menos, dedicando horas y horas de su vida a beber vino en la taberna. Yo les ofrecí una larga jornada de trabajo a cambio de no tener que ocuparse de las inclemencias de la tierra y percibir un salario que, desde su pobreza, les sonaba a mieles de abundancia. Y así comenzaron a estar muy ocupados. Pudieron comprar cada vez más cosas y llenar su casas de comida, artilugios, buena ropa. Ahora sus mentes están solo en trabajar y comprar cosas. No piensan más allá, no tienen tiempo para hacerlo, ni para plantearse si están de verdad contentos o si mi gobierno es el mejor.

Sin duda fue una buena idea dijo el elfo.

¿Buena idea? Mi sabiduría es grande, debes reconocerlo.

¿Está seguro? Yo le demostraré que no es tan sabio.

!Vete de aquí! No te soporto, maldito ser.

  El elfo salió volando por la ventana, no sin antes advertir al monarca que volvería. Se dirigió al pueblo y comenzó a alborotar a los súbditos. Cuando dormían se acercaba a sus oídos y como si fuera una voz interna les contaba que tenían derechos, que podían exigir más, que su rey era un tirano que solo ambicionaba beneficiarse a costa de sus esfuerzos.

El gobierno del pueblo se tornó difícil. Y para mayor desorden, llegó nueva maquinaría, nueva tecnología y el rey tenía menos ocupaciones que ofrecer a sus súbditos. Como no había tantos beneficios, tuvo que disminuir los salarios y el descontento siguió creciendo.

El rey estaba desesperado. Preguntaba a sus consejeros cómo podía solucionarlo. Pero ninguno parecía ser tan sabio.

Y así llegó el día que, de nuevo, el pequeño elfo se posó sobre la cama del rey.

No eras tan sabio. ¿Lo ves?

Fuiste tú, desgraciado. Fuiste tú…

El rey se dirigió iracundo contra el elfo. Estuvo a punto de alcanzarlo.

Volveré el día en que le destituyan, majestad, para reírme en su oído. A no ser que…

¿A no ser qué? preguntó el rey.

Que me pague con un baúl de oro mi consejo. Tengo una gran idea que le servirá para contener a su población y seguir como antes.

El rey no tenía ninguna gana de darle la razón al elfo, pero al final accedió, ya que se encontraba desesperado.

¿Qué consejo le dio el elfo? Simplemente le dijo: «permíteles imaginar una vida diferente. Que vivan de la ilusión, pero no de una ilusión real. Que no les importe tanto alcanzar el progreso real porque ya, en su imaginación, se vean como exitosos. Si se vive en la ilusión tampoco se piensa. La mente siempre busca el camino más directo, el más fácil. Que jueguen hasta creerse el propio monarca».

Y así el rey creo un mundo virtual para el ocio de sus súbditos. Cada vez tenían menos qué hacer y menos ventajas materiales, pero podían pasarse horas y horas imaginándose ser el propio rey.

¿Hasta cuándo durará dicho gobierno? preguntó el rey al elfo, quien se había convertido en su consejero más próximo.

Hasta que sean capaces de pensar por sí mismos.

  

Coróname

Coróname, me dices

como si fuese un hada de cuento

portase una varita mágica

que te tornase en princesa.

Coróname, tú ansías,

para tener un reino de juguetes

y trocito de mar.

Primero, niña mía, has de ser mujer

hija entre tus soles

aprender a naufragar entre oscuridades

y saber que la corona terrenal

no tiene ningún valor

si no la fabrican las estrellas.

Pocas cosas hay aquí que no sean prescindibles

salvo tu esencia propia.

Y esa es la gran corona

la invisible

que se posa sobre tu pelo

cuando abandonas el peso de la tierra

para volver a ella renaciente.

Cuando ello ocurra

niña de tus soles

tu pequeño rostro será el más bello

y tus ojos las rosas más bonitas.

El árbol de tu corazón

será frondoso, y las mariposas

reposarán sobre la fuente

mientras el agua discurre suavemente.

Y entonces no me pedirás que te corone

porque tú sola lo habrás hecho.

La varita mágica la tienes tú.

.

Sé que estás

Camino, con los pies descalzos.                          

Camino con el cuerpo alzado.

Se desliza la arena entre mis dedos.         

Diría que no hay tierra firme                                   

Diría que no estoy segura

para sostener mis nidos.

La playa es desierto interminable                        

que no avista el mar.                                            

Lo que está oculto no es inexistente.

                  Yo soy, o tal vez eso parece

en el exilio del subconsciente,

Mis pies no se hunden, se sostienen                     

y el agua fluye

buscando su origen.                                           .

Me acostumbro a mirar sin rostro.                      

para no reconocer el recorrido.                              .

Y me desacostumbro en esa ausencia                   

porque la palabra habla                                                

aunque no se piense.                                

La luz de la tarde se hace tenue                                 

y un viento de aliento

tiñe de blanco la noche.

Los  pasos nocturnos de las olas                              

juegan al escondite con mis ojos.

Aunque no lo parezca                                                   

Sé que estás mirando

sé que me observas

por leve que parezca tu presencia

sé que estás

mientras camino, con los pies descalzos                                              

y la arena se desliza entre tus dedos.