Un poco de tierra negra

Hace tiempo recibí un “loco” mensaje, algo quejoso de que hablara en mis poemas mucho del norte y poco del sur. Me recomendaba que no dudase que era un “ser”, o podía «ser sur». Y que precisaba para alcanzar la luz no conversar tanto con los espíritus del mar y buscar tierra negra, plantar un naranjo y cocinar unas lentejas. Esto último lo hago con frecuencia. Lo del naranjo, vamos a ello, tengo un olivo. Buscaré un lugar para el naranjo para no defraudar a los elfos, que al parecer se encontraban molestos.

 Hoy por casualidad releí ese mensaje. Plantaré un naranjo y tendré un poquito de tierra negra para tranquilidad de esa comunidad mensajera que dice tener como líder a una anciana con bolsas de Mercadona.

Aquí un poema tan críptico como el élfico mensaje.

TIERRA NEGRA

Tu geografía volcánica

imprime el paisaje de mis ojos,

tan lejos, como tan cerca…

a veces extrañamente unido

a las luminarias de marzo.

Dicen que no hay comienzo

sin un exceso de sal,

ni hay gloria sin desencuentro

y que los santos

también precisan de oscuridad.

Más no confundas,

mi mano izquierda estará cerrada

y no habrá oro para tu astado.

No habrá anillo que sostenga

la cintura de tu diestra.

Siempre hay un atisbo de claridad

para plantar un nuevo árbol.

Sus raíces, iluminadas,

encontrarán su rumbo

en la fertilidad de los naranjos,

derrochando

en alquímica mezcla

el abono de las catedrales.

Y en ese momento celebrarás

haberte traicionado.

Y yo celebraré

haberme traicionado.

La oscuridad es una ficción,

unas lentes de sol,

para protegernos en agosto.

Y nada se precisa

en un bello anaranjado atardecer

en la bienvenida de la luna.

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Una joven escribe

Una joven escribe- creo que es un poema-

en una servilleta de una cafetería.

Repasa con su lápiz sus versos escondidos

y dobla con cuidado ese débil papel.

Su rostro es blanquecino, se asoma alguna lágrima

perdida entre sus ojos, quizá un desamor

Me mira fijamente, notando que le observo

y en decisión abrupta arruga su poema

dejándolo en un lado del plato del café.

Se marcha presurosa, su dolor contenido

va imprimiendo la estancia ahora abandonada

de su palabra oculta y su verso de amor.

Yo recojo en silencio su servilleta triste,

un sueño que rehúye, un verso retorcido

y la leo despacio para hallarlo de nuevo

Aquí están sus versos, ese verso latido

que sorprendentemente hablaba de mis ojos.

Una mujer me mira. Tiene los ojos negros

Ella sabe que tengo prendido mi dolor

Mas cuanto más me mira, siento que tu recuerdo

se queda liberado en un trozo de papel,

no haré más versos tristes ni lloraré tu ausencia

pues hoy me siento libre, cargada de valor

para decirte adiós…

Sophie

Quizá el vidrio pueda encerrar un teorema infinito

donde abrazarse las generaciones.

A Sophie…

Te imagino recorriendo a tientas

la galería en búsqueda del sol

que lentamente atrapaban los cristales

y mirar, con esa mirada triste,

recordando los campos de que niña

alegraban tus juegos infantiles.

Vivir ajena en un país extraño

bajo el llanto de un niño

encontrando en el cristal

la raíz propia

y la belleza de toda pérdida.

Fue el cariño a Françoise el que te trajo,

amarrada a sus brazos

y la ausencia, la que amamantó

tantas impresiones.

Otras letras musicaron otro idioma

aunque el mar del norte,

has de reconocerlo,

siempre te trajo flores en invierno,

golpeando las olas el paseo,

como el vidrio domable que hecho joya

alegraba las manos de tu padre.

Puedo ver tus pequeños y azules ojos

esbozándome una sonrisa

Sophie…