
Imaginarte atento y silencioso
ante la inmensidad de los océanos,
reescribiendo un poema como historia
bajo el viento del norte, encaramado
al faro narrador y refulgente.
Imaginarte. Sí imaginarte,
enraizado a la tierra, sosegado,
permutando el viento
hacia el sur infinito de la calma.
Y mirar a poniente, entre tus ojos,
comprensivos del tiempo del otoño,
en tus manos el grano de mostaza,
en las mías el viento del oeste,
Ese soplo, a veces, torbellino
que agazapa la oliva y la conmina
a rebrotar invisible en un invierno
que ya no teme a los vientos de levante
y sacude los arbustos y los peces.
Imaginarte, sí, entre los frutos,
los aromas del huerto y las estelas
de las hojas caídas de los árboles.
Imaginarte en la carne de los labios,
la materia del beso que revela
una caricia en la piel que persistente
se hace huella y sentido, la simiente
que torna al viento brisa, renovando
la fragancia y las rosas de los valles.
Imaginarte.