Muchas veces poemamos un instante
como si fuera el último
y lo más cotidiano,
como las hojas cayendo,
las hojas arrastradas por la lluvia,
se revelan proféticas,
demandadas,
como dogma de verdades,
y a veces, por verdades,
también inconsistentes.
Y miramos el papel en blanco,
el papel acabado,
el papel rellenado,
muchas veces, también, atropellado,
eventos publicados,
entradas entre redes,
la celda brillante
de la colmena posmoderna.
Y mientras observo este ir y venir de pensamientos,
mi mente se sumerge,
en su obsolescencia programada,
y si todos naciéramos con un número determinado de poemas
tatuados en la espalda,
y si esa fuente inagotable de estrofas
sucumbiera,
a la caducidad de los designios,
y si tal vez no yo fuera siquiera, poeta,
una mujer que debate con el tiempo
el canto de sirena,
buscando agarraderas a la vida.
Si algún día tuviera en mi mente ese último poema,
lo dejaría en blanco,
tan solo escribiría
tus besos.