Y llegó el amor

De la lírica y del dogma

Pequeñas reflexiones para poetas vivos y no tanto…

            

           Comprendo a los que defienden que un poema redondo es aquel que se ajusta la métrica y rima más clásica, aunque me apasionan aquellos que, sin perder ni un ápice la belleza del conjunto, son capaces de romper esquemas, ideando estructuras novedosas y patrones de rima asimétricos, ya que en ellos reside la fuerza de la innovación creadora. Cada persona y cada época tienen su propia visión, y ella también se refleja en la creación de un poema.  Diré que no me agradan aquellos versos forzados por sometimiento al dogma, que se convierten en un ejercicio- no un arte- de buscar rimas consonantes y aderezar el texto con palabras, algunas en desuso, que le den un aire de intelectualidad caduca. También aquellos que se fuerzan tanto, anclados a la rigidez de una rima simple, sin importar que el conjunto haya perdido la lírica y su belleza. En definitiva: “como mi corazón, se encuentra en erupción, cuando desde el balcón, te miro con pasión…”

          Pero quizá lo que más me “descoloca” es la tendencia, cada vez más “in”, impuesta por el mercantilismo de los talleres de escritura. Ese “nuevo dogma» que, abrazando una conocida postura estética, trata de encorsetar al verso libre. ¿No era libre? Ah, no perdón, olvida las asonancias, palabra maldita, ataño pilar de la lírica. Por no hablar de respetar cierto grado métrico, desdeñar cualquier encabalgamiento y permitirse hacer largas tesis sobre el ritmo, cada uno a la medida propia. Largas y arduas disertaciones sobre lo que es un auténtico verso libre. ¿No era libre?, repito.  

        Diría que los poetas viven felices bajo el corsé. Más no es eso, la pretensión dogmática, tiene dos principales funciones: la primera, que bajo su yugo permite criticar el trabajo ajeno para engorde del ego propio, como no podría ser de otra manera, para eso sirven los dogmas. La segundo, la falsa seguridad que otorga la norma, en el mundo de lo poéticamente correcto.

      Me niego a restar valor a un conjunto lírico, que se denomina libre, por dogmas y también me niego a alabar aquel que, por ajustarse a ellos, perdió desde el inicio su inclinación a la belleza. Volvemos al corsé, pero de otra manera. Cambiamos el bello- al menos- corsé clásico, de tenues encajes y cosido a mano, por una faja abdominal de color insulso expuesta en un gran almacén. El arte justamente, para mí, es todo lo contrario. Es esa huracanada expresiva que no debe ni puede encorsetarse si queremos un resultado auténtico.

       Y como es libre, es mi elección la única guía, con o sin asonancias. Claro está que una cosa es introducir tanta asonancia o encabalgamiento repetitivo que ahogue al texto y otra defender que la prosa, o el verso libre, ha de ser predicado en el que no haya lugar a la maldición asonante. O consonante, que también.

Que no crezca la hierba fresca, no vaya a ser que al cortarla, descubramos que hay cimientos. Mi idea de libertad creativa no quiere hacer del verso un nuevo sometido que, para llamarse libre, debe despejarse forzadamente y renegar de cualquier herramienta que, en la fragua del poema, resurgiera libremente bajo las manos creadoras de su autor. Si el verso libre es un dogma en sí, tendríamos que pensar en otra categoría, el verso medio-libre, que contradictoriamente, como una letra original, sería el más libre de todos los libres. El poeta se expresa, fluyendo, en el ensamblaje de la palabra.

      Como en el universo de las formas se entremezclan también demoniacos espíritus incorpóreos, a la espera de robar su recipiente, me quedo ausente de tal absurda dogmática sobre el verso libre. Para llegar a este extremo, prefiero la defensa de la forma clásica. Para llevar corsé, al menos que sea una obra de arte en sí mismo.

      Yo seguiré, en ocasiones, rompiendo las reglas conscientemente, que es lo mío. Porque no quiero un verso encorsetado. Y a veces, siento que lo están los propios, por mucho que trate de bendecir la maldición asonante y la libertad corpórea.

A veces eres tú el sueño entero

A veces los sueños tejen hierba fresca

de intensos verdes devotos de tu nombre

que en suaves hojas del aire vespertino

diría que semejan tu sonrisa.

Y a veces como un soplo o una brisa

nos devuelven al saco vitelino

anáfora del personal pronombre

vasija ignota de primigenia bresca

que alfombra el subconsciente de tu luna.

La noche ya es tan clara como el día

o a veces soy yo quien los aúna.

La noche es tan etérea, sutil y tan liviana

que no quiere llegar a ser mañana

para no perder el sueño que rocía

el verbo amante que el beso deshilvana.

A veces eres tú el sueño entero

del caudaloso amor que en mí asoma

y en las tardes de desmedido aroma

despiertas ese beso que yo espero.

Doctorándome