
El cielo no está azul. Diría que es invierno,
tiene esos tonos grises presentes en tus ojos
y un blanco inacabado de promesa perdida,
de esas que tejen huecos vacíos por la ausencia.
Desciende mi mirada, hay algo que me turba
que agita mi impaciencia con velos de infortunio,
como la nube negra que presagia tormenta
cuando todo está bien y la casa está en calma.
Rebelde la madera, entre el barniz y el tinte,
sobresale la letra, comienzo de tu nombre.
Es tenue ese silencio que me trae el recuerdo
de esa tarde de abril que se llevó tus manos,
constantes hacedoras de versos sin palabras,
el reloj en la pared, el papel de periódico,
los paseos sin tiempo, el mar en la ventana
y la madera oscura tallada con esmero
que habitaban cristales imaginando mundos
al paso detenido de los rayos de luz.
Ese viento que añora vestirse en tus zapatos
para poder hablarte, aunque fuera un segundo
y calmar las raíces de ese viejo castaño
que todavía guarda la impronta de tus besos.
El cielo no está azul. Diría que es invierno,
invierno en este agosto plagado de matices,
invierno.