Una joven escribe

Una joven escribe- creo que es un poema-

en una servilleta de una cafetería.

Repasa con su lápiz sus versos escondidos

y dobla con cuidado ese débil papel.

Su rostro es blanquecino, se asoma alguna lágrima

perdida entre sus ojos, quizá un desamor

Me mira fijamente, notando que le observo

y en decisión abrupta arruga su poema

dejándolo en un lado del plato del café.

Se marcha presurosa, su dolor contenido

va imprimiendo la estancia ahora abandonada

de su palabra oculta y su verso de amor.

Yo recojo en silencio su servilleta triste,

un sueño que rehúye, un verso retorcido

y la leo despacio para hallarlo de nuevo

Aquí están sus versos, ese verso latido

que sorprendentemente hablaba de mis ojos.

Una mujer me mira. Tiene los ojos negros

Ella sabe que tengo prendido mi dolor

Mas cuanto más me mira, siento que tu recuerdo

se queda liberado en un trozo de papel,

no haré más versos tristes ni lloraré tu ausencia

pues hoy me siento libre, cargada de valor

para decirte adiós…

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Pura Pasión

 Annie Ernaux me conquistó hace años con su mujer helada. Esa prosa dinámica, fluida, que deslizaba maravillosamente una trama intimista, que se abría, sin abandonar el pulso lírico, a los extremos cotidianos de la realidad. Su ritmo propio abría mis sentidos, donde cada frase descansaba en un acorde sinfónico, que hablaba desde dentro. Hoy he leído, antes no lo había hecho, Pura Pasión. Tan intenso como breve, una historia que te deja en el deseo, no menos obsesivo que la pasión carnal, de prolongar su lectura, aunque se hayan terminado las páginas. Sí, me gusta de Ernaux su magnífica prosa, pero también me gusta Annie, la Annie que destapan sus páginas y que se atreve a mostrarse sin fisuras en todas sus versiones y oscuridades. Siempre dije que no me gustaba la poesía ni la prosa intimista y llevo años enamorada literariamente de una escritora intimista.

 Y me preguntó ahora, cuando llevo casi dos meses sin tocar el teclado debido a una enfermedad intestinal que parece ya me abandona; digo, me pregunto, si yo sería capaz de hacerlo, de narrar, para mí, situaciones personales y libremente decidir publicarlas. Siempre se dice que en toda narración el autor deja algo propio. Puede que sea así, más bien muy maquillado, muy oculto, muy desde fuera. Lo que es cierto es parte de ti es tu propio tempo, tu ritmo. Ese no engaña. Y el de Annie es uno de los que más me gusta.

 Después de meditar la pregunta, creo que no. No sería capaz de soltar mi propio yo, como se suelta un personaje, con la libertad de poder llegar a cualquier parte, a cualquier recoveco sin que asome ese no lo cuento o no caer en la tentación, como humanos que somos, del propio engaño de la memoria. La memoria se construye y algunas veces entre el recuerdo y lo vivido hay matices añadidos que cobran cada vez más vida, cuanto más los observamos.

 Estos días de enfermedad no escribí poesía. No escribí nada. También deje de estudiar. Dejé de meditar. Dejé de pensar en la mística. El dolor era el protagonista del día. Cada ruido del cuerpo, cada síntoma. Podríamos decir que el dolor era como el señor A. El que venía y se iba, aunque yo no deseara su regreso. Me vestía para él, todo me pesaba, me molestaba, me apretaba, por mucho que fuese perdiendo kilos. Compré pijamas anchos, ropa holgada, cuanto más mejor. La colección de pastillas tenía el lugar privilegiado que antaño ocupaban los libros. Fue un dolor intenso, pasajero espero, confío en su no regreso. ¿Pero era tan importante? Sin duda, como un proceso cualquiera. La importancia estriba que el primer aviso que te da el cuerpo, diciéndote a gritos, debes parar, se toma como un retroceso. ¿No puedo seguir con mi vida? Te obliga a detenerte, a saberte mortal, a someterte a pruebas con la incertidumbre de si saldrá algo peor, y no solo por enfrentarse a ello, también por ser conocedora de que ese dolor sordo, mudo, continuará siendo protagonista, deteniendo la vida. Y lo que es más aterrador, por mucho que he indagado no he hallado todas las respuestas y jamás lo haré como limitada y humana. Asumir ese proceso es ser consciente de la limitación. Lo somos siempre en el concepto, pero no tanto en la práctica. Y en esto, como en la pasión carnal, como Annie con su Sr. A, todo se desbarata. Hay un lugar para asumir que la corriente fluye y que, como toda pasión, la emoción desboca porque pretendemos tener el control.

 La pasión es algo adictivo. Quién no quiere vivirla. Quién no quiere suspirar cada día por esa mirada buscada, ese roce, esa hipérbole propia, donde hay más de uno que del otro, como un espejo. Y a la vez qué mortífera cuando es el centro de la vida. Lo único en que se quiere pensar. Esa isla donde perderse y no hallarse. Y qué cruel cuando se acaba de cuajo, o nosotros mismos la acabamos, porque ya no somos hipérbole, somos ojos detenidos en la realidad. La idolatría también nos despoja, mas hay algo penetrante en el abismo.

 Y, aun así, una de las cosas más grandes que te puede dar la vida, es esa pasión al límite, ese deseo interminable que, convertido en la razón de tu existencia, te invita a proyectar respuestas en la existencia del otro. No hay nada más cálido que un beso, eso sí, apasionado e intenso, casi de vampiro.

  Feliz lunes. Me abandonó el dolor intenso. Puedo abrir una nueva página. Creo que imaginariamente completaré en Pura Pasión las páginas que me faltan.

El sueño

Dentro de mí percutían unos versos abruptos. Sentía dolor e impotencia. Mi imaginación, sin embargo, me llevó por otros derroteros.

He visto una mujer alada, de sonrisa apacible y armoniosa. Una mujer de piel brillante, traslucida como un espectro, bendecida por el torrente de las aguas.

— Vengo a hablar por todas para todas — dijo.
Su voz apaciguaba mis oídos, era calma, tan cálida, como una estrella.
— No temas, no vengo a anunciar mares apocalípticos, ni hablar de dogmas ni ausencias. Habitaré vuestros sueños hasta que despierten las palabras de los árboles.
Mi dolor percute como un fuego extraño y la gravedad se oculta en el paisaje. Todo flota. La materia es elástica, como una goma espuma. La miro y todo se recompone.
— No dejes que el dolor te paralice. Escucha, no hay nada sincero en este viento maldito que acobarda las murallas de la tierra. Los tambores de guerra rezuman por dentro, están podridas las trompetas de la ira.
— El príncipe de la mentira ha usurpado el trono desde el comienzo de los tiempos — dije.
— Los hombres, han sido los hombres, aquellos que se regocijan del sacrificio de la sangre ajena. Recuerdas, esos templos con cimientos bañados por la sangre inocente. Ese olor maldito, con muchos nombres, bajo muchos cuentos. Son los hombres. La luz no precisa de sangre para regalarte sus ráfagas generosas.
— Pero tú no eres humana…
— La piel que tu vistes lleva un sello de olvido y debes desasirlo de tu ropa. Mira…
Su mano ligera me señala un árbol. Y se abre su copa como si fuera un abanico. En ella veo una hoguera, gritos, el dolor de inocente. Veo gente alrededor, mucha gente.
—¿Quién si no es un depravado puede presenciarlo?
— Respira — me dice —Y toma aire.
Me trago el fuego como si fuera un faquir. Y se pegan pedazos del tiempo. Las quemadas alcanzan la indulgencia del agua, renaciendo entre cenizas.
— Reconforta poder hacer eso, pero quién podría…
— No preguntes con los ojos clavados en la estaca de los vampiros de sueños. Eres mujer, rebelde, manzana y universo. Nuestro útero es un maravilloso ejemplo de esa vertebral formación. No dejemos que nuestros hijos pasen por el fuego de ningún dios humano, de ningún poderoso. Ya comimos el fruto de la ciencia. Ahora vamos por el árbol de la vida. El custodio es solo un holograma, porque el verdadero fruto lo tenemos dentro.

No se trata de ser inmortal, pensé. Se trata de ser rebelde a toda violencia. Y siguió el dolor percutiendo versos abruptos, pero fuertes en rebeldía.

El espejo de la pareja

Juana era la mujer de su vida. Siempre alegre, sonriente, llevaba el optimismo en los genes. Justamente lo que a Luis le faltaba, que era un hombre tímido, callado y con aspecto triste. Cuando se casaron pensó que sería para toda la vida, ¿quién no querría pasar toda la vida con Juana?  Eran muy jóvenes y tuvieron que afrontar muchas dificultades, dos sueldos escasos, dos hijos y muchas facturas. Pero eran felices sin necesidad de viajar al extranjero o pasarse el verano en una playa paradisiaca. Ellos se conformaban con un paseo matutino por el Retiro y tomar un agradable aperitivo en una terraza.

 Luego vino la adolescencia de los muchachos. Lo cierto es que no salieron buenos estudiantes. Muchas discusiones. Ella más blanda con sus debilidades, él decepcionado porque hubiera anhelado aprovechasen la posibilidad de estudiar, algo que Luis no había tenido.

 Con el tiempo, los jóvenes díscolos se hicieron hombres y se buscaron la vida en Londres, haciendo cosas que ni Juana ni él entendían mucho. El mayor, se dedicaba al tatuaje. Quién iba a pensar que hacerse tatuajes se iba a poner de moda. Llevaba la cabeza teñida de color amarillo, como si quisiese ser un pollo. Eso le ponía enfermo, pensaba que hacía el ridículo y todos los ingleses se iban a reír de él, pero Juana siempre decía que ellos eran viejos ya y no entendían la vida de hoy. El pequeño trabajaba en una empresa haciendo uñas artificiales de diseño. A la gente joven le gusta llevar dibujos de bosques y de lunas en las uñas. Luis pensaba que era un trabajo poco masculino, pero su Juana siempre le recordaba que era un anticuado. Ella decía que era un sexista. Qué palabreja, pensaba, para recriminarle que era un poco machista y trasnochado.

 Aun así, eran felices, bastante felices, lo eran…

 Luis se seca las lágrimas cuando recuerda esos momentos. Ahora no lo eran. No sabe cómo ni por qué un día su Juana se levantó con mal pie y comenzó a quejarse por todo, que si nunca le había hecho un regalo, que si no era detallista, que si iba siempre a lo suyo, que si…Una larga retahíla de reproches, tan grande como el universo. Él al principio contestaba y surgía una discusión cada vez más dramática. Luego pensó en callar y otorgar. Así que un día llegaba con una rosa, otro día con una caja de bombones… Pero a su Juana nada agradaba. Y comenzaba la lista de los que si…y que si…

 Desistió, quizá por su orgullo, y optó por no hacer nada. Y eso, hoy piensa, fue la peor decisión que pudo haber tomado, porque Juana se ponía como una energúmena. Se había ido aquella sonrisa de todos los días, las bromas, los besos a escondidas de los niños. Todo se había esfumado de repente, hasta los niños. La casa ahora era un lugar inhóspito, donde solo Nicolás, el perro caniche que había adoptado, parecía recibirle con agrado.

 El lunes pasado perdió la cabeza. En una de esas ya rutinarias trifulcas la insultó, le dijo de todo, lo que pensaba y lo que no pensaba. Se asustó de su propio comportamiento. Él siempre había sido un hombre prudente. Por lo que ahora estaba en una consulta de psicología.

—¿Qué pensó Juana cuándo usted la insulto? —preguntó el psicólogo.

—No lo sé, supongo que pensó que era un ser despreciable. Bueno, creo que eso ya lo pensaba. En realidad, ella se rio.

—¿Se rio?

—Sí, a carcajadas.

—¿Usted siempre ha sido feliz con Juana?

—Sí, mucho. Yo querría que volviera todo a ser como antes.

—¿Y sabe usted lo que piensa Juana?

—Pues que soy un mal marido…Eso es lo que dice, ¿no?

—Yo se lo pregunto a usted. ¿Es usted un mal marido?

—No sé, habría que preguntárselo a Juana.

—Y si yo le contase que su Juana es la misma de siempre, la mujer sonriente y optimista, y que lo que usted está viendo no es ella. ¿Se lo creería?

—Me dice que estoy loco. Eso, no. Lo que estoy contando es una verdad como puños. No sé cómo agradarla.

—Ha oído hablar de la ley del espejo…

—¿Qué espejo? En casa tenemos muchos.

—No, me refiero a otra cosa. Lo que a usted le está llevando a un infierno, también es parte de usted mismo.

—¿De mí mismo? Claro, no sé cómo agradarla.

—No, no hacia ella, sino hacia dentro. ¿Sabe usted como agradarse?

—¿Agradarme a mí? ¿para qué? Yo me conformo con poco. Bueno, con ver a mi Juana feliz.

—Pues eso es el problema. Su Juana también se conforma con poco…

—¿Con poco? Si le compro regalos, no le gusta. No quiere flores, no quiso ni un anillo de oro blanco, que mis cuartos me costó en la joyería…Yo no sé lo que quiere. ¿Usted lo sabe?

—Creo que sí. Juana quiere verle feliz.

 En ese momento a Luis se le abrió la mente. Como si el castillo de naipes que había construido se derrumbase y hubiese que volver a edificarlo. Juana quería que él fuera feliz.

 Llegó a su casa. Juana estaba apagada y triste como siempre, pero esta vez el le saludó con la sonrisa más grande que pudo fingir. El psicólogo le dijo que a veces las cosas no salían al principio, pero estaban dentro. Él quería hacer feliz a su Juana. Por ello tenía que esforzarse a hacerlas, sin pensar mucho si podía o no sonreír. Era como si llevase un montón de sonrisas metidas en un tarro con la tapa bien cerrada y fuera su propia mente la que no dejaba abrirla. Así que tenía que sonreír y, con el tiempo, la tapa se abrirá como por arte de magia y le saldrían todas las sonrisas del corazón.

—Muy contento vienes hoy.

—Sí, muy contento — La abrazó.

—Quita, quita, que estamos viejos ya para ese jueguecito.

—¿Vieja tú? Si nunca envejeces…

—No seas mentiroso.

—Pues yo no estoy viejo. Y como no lo estoy, me he pasado por la agencia de viajes. Nos vamos a Londres quince días a ver a los chicos.

—¿En serio?  —A Juana se le iluminó la cara.

—Sí, mujer, sí. Ya es hora de espabilar los ahorros de la cuenta. ¿Para qué sino los queremos? Esto va a cambiar, Juana. No me voy a privar de lo que quiero hacer y no voy a privarte de compartirlo conmigo, si es lo que quieres…

—¿Cómo no voy a querer estar contigo, zalamero?

  Y así, entre risas, se abrazaron, comiéndose a besos, mientras hacían las maletas.

Érase una vez la tierra y la rueda de la fortuna

Antes de que la tierra me hablara,

yo anhelaba mantener indemne

un cuerpo de sirena,

el cabello de amazona

y la ancestral espada que tutela

las puertas de la noche.

Antes de que la tierra me hablara,

yo era eterna viajante de la noria,

donde la fortuna gira tras el vértigo

depredando sus hijos, marchitando

los ojos vendados del olvido.

Y atada con sus monstruos,

 como  si fueran míos,

soñaba con la suerte del arriba,

temía la desgracia del abajo,

en ese mapa que dicen es destino.

Pero cuando giraba bien abajo,

la tierra me llamó,

me dijo: Salta.

¿Por qué sigues atada ahí?

¿No es absurda esta rueda?

La fortuna gira, y tú la llamas karma,

la fortuna gira, y tú la llamas suerte,

la fortuna gira, ahora ya es desgracia,

el silencio, la angustia, eso que no llega

…eso que te atrapa.

Salta. Pisa mi tierra que te envuelve

y te hace inmune a la gravedad.

La vida es otra cosa. Y es más simple.

Pero los habitantes de la rueda,

precisan alimentarse de tu engaño.

La seguridad que te prometen es vacua,

su corona no es clara y sus aspas

no son más que senderos tortuosos

que vienen a restarte lo que intuyes.

Lo que te impones ser y lo que se te impone,

no es mas que un no ser desconectado,

devorado

por los depredadores de tu ausencia.

Salta. Regrésate.

Por lo que más quieras, sé libre

Y permítete ver gigantes en molinos

y Dulcineas en tabernas.

Tan dentro de ti esta la memoria

del agua primordial y de mis vides.

La espiral, el torque, y esa hierba

que hace crecer la confianza,

una magia tan poderosa,

que borra de un palmo toda distopía.

¿Ves la semilla? Ya está creciendo

en cada corazón…

Me desaté del tiempo y del espacio,

dejándome caer, tocando suelo,

apegada a la tierra que es la madre.

Y ajena al movimiento de la noria,

pude escuchar su bella sinfonía.

Y danzamos, danzamos…

Adéntrate en una historia mágica: Los extraños ojos de Marina Bao

Mi nombre es Marina Bao. Crecí entre magia y leyendas de la mano de una meiga mentora, quien me hizo heredera de su linaje mágico: El linaje del trébol. Una forma de mirar el mundo reclama su lugar y nos invita a ser partícipes del cambio.

Mi linaje no es único en el mundo. Sé que hay más y que cada uno de ustedes pertenece a uno de ellos. No es casual que me esté leyendo en este momento.

En cada siglo surgen nuevos linajes, a partir de los manuscritos antiguos que se han ido pasando por generaciones de transmisores hasta que llega su turno. Un viejo manuscrito refiere que todos los libros fueron elaborados por un alquimista italiano del siglo XV.

Cada libro tiene dos candados. Estos candados se utilizan para desaparecerlo y evitar que caiga en manos no deseadas. Si advierten el peligro se adhieren, como si fueran imanes, a sus solapas, hasta que lo tornan invisible. Los candados hay que ganarlos, superando unas particulares pruebas, y son entregados a su siguiente propietario, por su anterior, cuando considera que está preparado para recibirlos.

No existe una regla sobre el número de transmisiones que se necesitan para completarlo. Si el propietario no ha logrado hacerlo, debe entregarlo a su heredero, quien se encargará de su cuidado.

Los amuletos fueron creados en un taller de joyería veneciano y comercializados en las diferentes ferias de la época. Cuando el libro ya está destinado a alguien que posea un amuleto, está permitido utilizar la magia para hacer que se reencuentre con los poseedores de los otros tres, siempre que sean igualmente merecedores de los dones del libro mágico.

Así que si en sus manos tiene un libro semejante o un colgante misterioso, consérvelo; todo tiene una razón y la descubrirá.

Hay personas que se empecinan en poner en todo lugar la razón. Niegan todo lo que no ven y no tocan. Otras se empecinan en buscar respuestas esotéricas a todo lo que viven, desdeñando toda razón, aunque saben que no ven ni tocan nada diferente. Pero nada es realmente como lo percibimos. Si no abrimos nuestra mente, no podemos reconocer el camino interior, el camino integrado en la naturaleza, el camino que te lleva a la colina, donde nuestros ancestros veneraban su energía, humedeciendo sus pies descalzos sobre la hierba.

Nosotras, desde que nacimos, percibimos otra realidad y tuvimos que acostumbrarnos a ello, con las dudas, los miedos, preguntándonos si nuestra mente podría funcionar mal. Lúa, Aurora y yo vivimos como cualquiera. Lo que nos diferencia del resto es lo que no contamos, porque no sabemos si siempre va a ser bien entendido o nos mandan directas a una consulta psiquiátrica. Pero ocultar lo que se vive no es del todo bueno. Esta es una de las razones por las que me decidí a contar mi historia, que es también la historia de tres amigas que debieron vencer la carga que les impuso el linaje del trébol con la ayuda de su sensibilidad.

Los extraños ojos de Marina Bao. Mundos Flotantes editorial.

@todos los derechos registrados.

 Desde las raíces de la naturaleza, la tierra, en un diálogo espiritual, confluye un thriller psicológico en el que la magia es también psicomagia y que se trata como una forma diferente de mirar la vida. Escrita en primera persona, la protagonista narra su aprendizaje para lidiar con capacidades que parecen paranormales pero que no son narradas con esa connotación, sino superando dicho concepto y sin etiquetas.

 Misterio y aventuras. Una novela para adultos, pero que también permite su lectura a los más jóvenes.

Mundos Flotantes editorial presenta la novela: Los extraños ojos de Marina Bao

Marina tiene unos extraños ojos que le llevan a observar la vida de una forma especial. Desde muy pronto comprenderá que no son tan extraños y no es la única.

¿Eres una persona altamente sensible? ¿Te gustaría adentrarte en una historia mágica y a la vez real?¿ Y disfrutar a través de la magia de tu forma de ver el mundo? ¿Acompañar a Marina cuando se enfrente a su particular reto y elegir tu propio linaje?

Sigue la historia del linaje del Trébol de cuatro hojas: Los extraños Ojos de Marina Bao.

Disponible en librerías y en sus web de venta on line.

No hay peces de colores

Hoy he estado en el mercado del sentido

y no hay peces de colores.

Había un puesto de algodón de azúcar

y color rosado.

Una mujer extendía su mano,

invitándome a probarlos,

prometiéndome

un finito sabor dulce,

para mí quizá demasiado empalagoso.

En otro puesto se vendían flores,

cortadas, simétricamente colocadas,

para morir en un jardín oscuro,

sin servir de alimento

a las mariposas blancas,

 vendidas

a cuarenta céntimos

en cajas de madera.

Un hombre, desde lejos,

me ofrecía un linimento,

la pócima milagrosa,

para calmar todas las dolencias.

Un manjar alquímico,

que prometía ser pasaporte a las estrellas.

Hace tiempo que no busco linimentos,

ni tiritas sobre cualquier herida.

Huyo de todos los placebos.

Prefiero mi dolencia, el corte limpio,

limpiar mi propia sangre,

quemar las lágrimas,

en cualquier hoguera del silencio,

a una cortina de humo,

donde abrasarme por dentro

y no encontrarme.

Un librero me dijo que sus libros,

serían como un pez sobre mis ojos.

¿Y si todo lo que estuviera escrito

no fuera sino una lente deformada,

un sucedáneo,

siempre mediatizado por las sombras

de quien osó a interpretarlo entre sus noches?

Yo busco el pez, la letra originaria…

y a veces, confieso, que desisto

pensando que, quizá, no existe

ese estanque donde posar los pies

y detener la mente

para liberarse de cadenas.

En el mercado del sentido

no hay peces de colores.

Una vieja mujer

caminaba despacio

casi arrastrando

un pesado cesto de manzanas.

Ella pasó a mi lado

y me miró,

tan detenidamente,

que pude leer en sus labios

su advertencia:

“Los peces de colores

 que tú buscas

no habitan en estanques,

sino en las aguas más profundas,

quizá, la más turbulentas.

Es mejor no buscarlos,

o puedes naufragarte

o desangrarte”.

Y en ese momento

pude observar un mar, adentro,

y las profundidades abismales.

No me importó arrojarme

entre sus aguas.

¿Quién quiere seguridad

cuando,

en el mercado del sentido,

no hay peces de colores?

Zapatos

Photo by Alexandra Maria on Pexels.com

Siempre le habían dicho que, en el día, había horas propicias para encontrar el alma gemela. Por eso, cuando Simón, estaba esperando que el semáforo se pusiera en verde, observaba detenidamente el tránsito de los peatones. ¿Sería capaz de reconocerla a primera vista?

    Era 8 de septiembre. Atardecía. Los rayos de sol caían despacio jugando a iluminar el paso de peatones. Simón interpretó aquello como un buen augurio. Una joven cruzaba la calle de prisa. Las miradas se rozaron. Sintió fuego. Era ella, ella…

    ¿Cómo sería capaz de lograr encontrarla? No sabía dónde vivía ni dónde trabajaba. Si estaban de verdad predestinados, se volvería a encontrar con ella. Pero pasaban días, meses, y no ocurría nada, hasta que un día, paseando por una calle comercial, vio a aquella muchacha ordenar los zapatos en el escaparate de una conocida zapatería. Era ella, sin duda. Ella colocaba los zapatos con tanta delicadeza, dejándolos perfectamente alineados que ni el mismo lo haría mejor. A Simón le incomodaba la gente que no cuidaba sus zapatos. Su abuela le había prevenido: Alguien que no coloca bien los zapatos no está equilibrado. No contendrá sus emociones, será reactiva y su vida será un tormento.

     Nunca viene mal tener unos zapatos nuevos. Así que entró en aquella zapatería, dispuesto a conocer su alma gemela. Se llamaba Sara y era perfecta. Pronto comenzaron una relación que culminó en matrimonio en pocos meses. Amor a primera vista. ¿No hay mejor señal de que las almas están predestinadas?

    La convivencia no fue como esperaba. Cuando Sara llegaba a casa, dejaba los zapatos tirados por todas partes. Decía que ya tenía bastante con ordenarlos todos los días en la zapatería. Al principio Simón los colocaba cuidadosamente, pero poco a poco se fue cansando. Esos molestos zapatos de tacón invadiendo el dormitorio por doquier, en cualquier parte. Definitivamente no era su alma gemela. Pero, ¿Qué podía hacer? Lo mejor era divorciarse y emprender de nuevo la búsqueda, antes de consumirse en una vida sin sentido.

    Simón tenía confianza con un sabio rabino. Le consultó su problema, pero el rabino no le dijo lo que Simón pretendía escuchar. “No estás preparado, para divorciarte. Debes seguir tu camino, si no toda mujer que encuentres será la misma. Debes esperar y si no ocurre en esta vida, quizá en otra merezcas encontrar tu alma gemela”.

  ¿Pero cómo confiar en esa afirmación? ¿Y si no hubiera otra vida? Aquello era como pedir que renunciara a su felicidad. Además, si hubiera otra vida ya no recordaría nada de esta, por lo que su “sacrificio” sería inútil. Simón no dejaba de dar vueltas, una y otra vez, a las palabras del rabino.

   Pensó cambiar de religión, pero casi todos, sacerdotes y pastores, le seguían diciendo lo mismo, que no debía divorciarse. Simón se encontraba cada vez más perdido y molesto ¿Era justo exigirle semejante sacrificio?

    Simón tomaba café todas las mañanas en un bar cercano a su trabajo. Un día encontró cerrado el establecimiento. De vuelta al trabajo y molesto por el cambio que la causalidad estaba imponiendo en su rutina, se cruzó con una mujer rubia, de largos cabellos, a la cual miró profundamente. La siguió. Trabajaba en una panadería y colocaba los panes meticulosamente ordenados, tan simétricos, que cualquiera diría que era su propio espíritu. Es ella, pensó. El rabino se equivocaba. Ella estaba ahí delante de sus ojos.

   Simón se divorció de Sara y se arrojó a los brazos de María. Tras un año se casó con ella y los zapatos de tacón desordenados, caídos por doquier, volvieron a ser la estampa cotidiana de su dormitorio. Simón tuvo dos hijos con María, de la cual terminó divorciándose.

   Unos dicen que Simón sigue buscando a su alma gemela en cualquier escaparate de zapatería y, mientras tanto, enseña a sus hijos a ordenar meticulosamente los zapatos.

  Otros, que logró comprender que el amor no consiste en buscar y exigir que el otro sea un reflejo que responda siempre a nuestra medida, sino permitirse sentir amor y no temer amar. Por eso ahora bebe los vientos por Esther, una mujer que diseña zapatos asimétricos y de diferentes colores.

  No somos sino gotas, en un océano, que no comprendemos la inmensidad del conjunto.

Léase, por zapatos, las pasiones y emociones más reactivas. Simón lo que buscaba era aquella persona con la que pudiera vivir una vida serena. Como quiera que escudriñaba el “orden” de sus posibles parejas futuras, para intentar que su mente ordenase el proceso, se forzaba a enamorarse de aquello que le impresionaba iba a ser correcto y acababa siempre, contradictoriamente, con personas muy reactivas, enredándose en discusiones y reproches sin final. Cuando dejó de tener miedo, conoció a Esther.

 Quizá es tan malo dejarse llevar por lo que suceda, sin criterio, como intentar controlarlo todo. Al final, la vida arrolla.

La noche y las redes

                 Cae la tarde y cierro el ordenador. No se crean que para hacer un gran cambio.  Media hora mirando el móvil, las novedades de las redes. Me asaltan anuncios por doquier de nuevos libros. Muchos prometen lo mismo, su lectura me llevará a un universo desconocido, un paquete místico para aprender a vivir y otro fantástico para sumergirme en historias de puertas dimensionales. Entre tanta oferta no sé cuál elegir, cuál sería ese libro esencial para que mi vida se transformase en armonía perpetua. Pero ¿existe? Dejémoslo ahí, en ese objetivo inalcanzable. Su publicidad me cuenta que todos ayudarme a conseguirlo. Confusa por tanta duda, hago “zapping” en YouTube. Me dejo guiar por su publicidad. Ay, amiga, eras tú aquella a la que la vida no le arrollaba. En fin, todos tenemos contradicciones. Abro el primer video que ofrece la plataforma. Es un hombre que asevera contactar con el propio Dios. Su mensaje es claro: Dios dice que seamos buenas personas. No profundiza más, sigue dando vueltas a la misma frase. Buenas personas ya somos casi todos, ¿no?, con algunas equivocaciones, pero, claro, hay que verse en las circunstancias de cada uno. Cierto que algunos de aquellos que no llegan al “casi” son bien detestables. Paso al siguiente video. Ya entramos en algo más complejo, es una clase de Kabbalah, con meditaciones de letras. Intento meditar. Tengo que luchar conmigo misma para no recordar a aquel hombre repitiendo que hay que ser buenas personas. Al fin me centro y cierro los ojos. Irrumpen en mi mente unos rostros con la cruz de San Andrés. Esto es raro, pienso, abro los ojos y cambio de tercio, no se me vaya a ir demasiado la olla. El tercer intento me lleva a algo realmente inquietante. Un individuo está relatando todos los tipos de reptilianos que existen. Les confieso que no tengo ni idea de ese tema. ¿Pero no tenemos todos un ADN similar? Este hombre lo tiene todo muy claro. Comienza a hablar de Egipto. Según dice allí se conocían algunos individuos de dicha maldita genética. Mi cabeza vuelve a irse. Pienso en las pirámides. Una estructura magnífica pero demasiado pesada para volar. Me las imagino de otro modo, capaces de crear una energía que torne su material en flexible y se queden planas, unidimensionales, en un papiro. El hombre explica cómo reconocer a un reptiliano…quizá todos podamos ser reptilianos, solo hace falta una mera composición en nuestra fotografía. Me inquieta ese tema, de verdad, no molaría tener piel de serpiente. La serpiente ¿es prudente o astuta? Madre mía, qué lío tengo en la cabeza. Cierro el móvil, recuerdo que es hora de cenar. Me voy al frigorífico cojo una Estrella Galicia y unas buenas aceitunas. Esto sí es una autoayuda del mejor nivel.