
Hace tiempo recibí un “loco” mensaje, algo quejoso de que hablara en mis poemas mucho del norte y poco del sur. Me recomendaba que no dudase que era un “ser”, o podía «ser sur». Y que precisaba para alcanzar la luz no conversar tanto con los espíritus del mar y buscar tierra negra, plantar un naranjo y cocinar unas lentejas. Esto último lo hago con frecuencia. Lo del naranjo, vamos a ello, tengo un olivo. Buscaré un lugar para el naranjo para no defraudar a los elfos, que al parecer se encontraban molestos.
Hoy por casualidad releí ese mensaje. Plantaré un naranjo y tendré un poquito de tierra negra para tranquilidad de esa comunidad mensajera que dice tener como líder a una anciana con bolsas de Mercadona.
Aquí un poema tan críptico como el élfico mensaje.
TIERRA NEGRA
Tu geografía volcánica
imprime el paisaje de mis ojos,
tan lejos, como tan cerca…
a veces extrañamente unido
a las luminarias de marzo.
Dicen que no hay comienzo
sin un exceso de sal,
ni hay gloria sin desencuentro
y que los santos
también precisan de oscuridad.
Más no confundas,
mi mano izquierda estará cerrada
y no habrá oro para tu astado.
No habrá anillo que sostenga
la cintura de tu diestra.
Siempre hay un atisbo de claridad
para plantar un nuevo árbol.
Sus raíces, iluminadas,
encontrarán su rumbo
en la fertilidad de los naranjos,
derrochando
en alquímica mezcla
el abono de las catedrales.
Y en ese momento celebrarás
haberte traicionado.
Y yo celebraré
haberme traicionado.
La oscuridad es una ficción,
unas lentes de sol,
para protegernos en agosto.
Y nada se precisa
en un bello anaranjado atardecer
en la bienvenida de la luna.