Tropezar con la piedra
y masticarla,
como en un ritual liberatorio.
Volver a ver la piedra,
digerirla,
maldiciendo la caida reiterada,
destronándote de lides,
pues es humano ser rey de auto-reproches.
Repetir el camino,
y no ver piedras..
Tu cerebro memorizó el abismo
que te abraza, al futuro de sus ojos
Estar arriba y querer volver abajo,
añorar las piedras,
y bañarse
en el sabor agridulce del fracaso.
Visitar las lagunas traicioneras,
el viento de levante,
el acantilado del oeste,
las brumas y las nieblas.
Descender,
para subir contra-corriente,
nadando en mar abierto y en tormentas
ser torbellino en luz,
tornado sin arena,
remolino,
porque no hay mejor victoria
que saberse sin miedos.
Hubo un tiempo,
en el que se apilaban piedras
para recordar cuán transitoria
es esa imagen
serena de los pastos
y cuán inestimable
es la sabiduría, que nos deja
cada tropiezo,
en la piel de nuestros versos.
Voy a poner una piedra sobre tus hombros
para que puedas ascender montañas,
saltar sobre su cima
y descubirme
en la carta de navegación de tu mirada.
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