Derrota

Asumir la derrota,

y rechinar los dientes

en la cruda realidad de la impotencia.

El camino recorrido,

el esfuerzo,

la generosidad del desafío,

se vuelven inútiles propósitos

de un transito que no sabe devolverlos.

Aun así,

hemos de respirar profundamente

y pensar que seremos más hábiles,

en el próximo viaje.

Somos corredores de fondo,

las etapas

pueden superponerse

y quién lo diría,

una realidad paralela descubre

su bosque

ante nuestros ojos

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Piedras

Tropezar con la piedra

y masticarla,

como en un ritual liberatorio.

Volver a ver la piedra,

digerirla,

maldiciendo la caida reiterada,

destronándote de lides,

pues es humano ser rey de auto-reproches.

Repetir el camino,

y no ver piedras..

Tu cerebro memorizó el abismo

que te abraza, al futuro de sus ojos

Estar arriba y querer volver abajo,

añorar las piedras,

y bañarse

en el sabor agridulce del fracaso.


Visitar las lagunas traicioneras,

el viento de levante,

el acantilado del oeste,

las brumas y las nieblas.

Descender,

 para subir contra-corriente,

nadando en mar abierto y en tormentas

ser torbellino en luz,

tornado sin arena,

remolino,

porque no hay mejor victoria

que saberse sin miedos.

Hubo un tiempo,

en el que se apilaban piedras

para recordar cuán transitoria

es esa imagen

serena de los pastos

y cuán inestimable

es la sabiduría, que nos deja

cada tropiezo,

en la piel de nuestros versos.

Voy a poner una piedra sobre tus hombros

para que puedas ascender montañas,

saltar sobre su cima

y descubirme

en la carta de navegación de tu mirada.



Abajo. Navegar el fracaso

Techo y suelo. Abajo y arriba.

         A veces nos preguntamos por qué a algunos todo les resulta facil y por qué a otros les resulta tan difícil conseguir hasta lo mínimo.  El tiempo no debe servir para martirizarnos. Hay que persistir. Digo esto, claro está, dejando al lado situaciones de precariedad. Soslayadas dichas necesidades básicas, ¿Qué hay de malo en estar abajo, en algunas ocasiones? Es lo propio de la naturaleza humana. Lo que nos hace grandes es justamente eso, saber estar arriba y abajo. Disfrutar del éxito, pero también navegar el fracaso.

 

No lamento la piedra que  lleva  mi nombre

ni que el destino se antoje  laberinto

encontrado en bucle, desafiante.

Lamento cuando las botas se resisten a enfundar mis pies

y no  me permiten salpicar los charcos

Sobrepasemos este límite

y las ventanas de mañana encontrarán el sol en este invierno.