Navego entre la niebla sin vislumbrar el faro,
el mar es siempre un esotérico compañero
y en sus formas aplaca los miedos ancestrales
marcándome en espuma las rocas traicioneras.
Hace sol, me dices, el día hoy es espléndido.
Aquí la tierra firme. ¿No la ves? Son tus ojos.
Te engañan y no ven la luz de mi mirada.
Yo siempre soy profeta de mares entreabiertos,
dibujante entre olas de aquellos labios tersos,
que no dejan de amarte por mucho que la noche
te traiga la tormenta y tu mirada ausente.
La niebla va calando los huesos infantiles
y no hay ingenuidad que resista al abismo.
No hay sol, ni luz, ni tierra, ni eres un profeta
sino un hombre perdido que busca alimentarse
de todas las lunas, destruyendo mis mapas.
No creo pueda avistar la tierra si hablas a mi oído,
con absurdas respuestas que nadan en vacío.
Hace sol, me dices, mira qué bello día
ilumina las flores en la mañana abierta.
Te quiero, a mi manera. Lo sabes y te gusta
eres mi faro guía, la luz de mi sonrisa
aquella que tenías cuando nos conocimos.
Una noche cualquiera, en las aguas, perdida,
esperabas mis brazos y yo te di la vida.
Mis ojos ya no miran a través de los tuyos.
Ya veo tu tormenta, la bruma y la indolencia.
Tu vacío, tu horror y tus palabras huecas.
Avisto tierra firme. Estoy de nuevo a salvo.
Te enojas y te irritas, ¿no ves el mar del fondo?
¿No hacía un día espléndido? El cambio de estrategia.
El camino es oscuro, tú no podrás seguirlo.
Te arrepentirás de no venir conmigo.
No miro y me concentro en la mañana clara.
Tu noche sobrecoge tu mente despistada.
Explicas a la gente que estaba enajenada,
que no veía el sol, que navegaba ausente
y buscas en las aguas una nueva sirena,
que te cure esos males que yo solo he causado.
Espero no la encuentres por su bien. El destino
ya me indica el camino para este mi regreso.
Los árboles me escuchan y se abren a mi paso.
Ya veo la salida del cruel laberinto.
Estás loca, me dices, no podrás alcanzarla,
tu precisas mi ayuda, mis brazos, mi cariño.
Pero yo ya conozco que lo que tú no puedes
es amar