
Puede que el olivo no sepa de mi nombre
ni añore aquellos pasos recorriendo su rostro,
un rostro de corteza y rama florecida
bajo esa luz que encala las paredes del patio.
Y puede que los muros no recuerden mis pasos
ni tampoco mi voz llamándote a la tarde
ni esos anocheceres en púrpura y naranja.
Puede que el terrazo no reclame mi ausencia,
ni la mesa de mármol, ni el verde de la puerta,
quizá ningún objeto de los más cotidianos
sepa nada de mí y guarde indiferencia.
Puede que todo el sol que ilumina las cosas
no tenga más sentido que otorgarme nostalgia
para que los recorra imaginariamente,
como si tu y yo aún estuviéramos allí,
entre las aceitunas caídas sobre el suelo,
retozando vida y resistiéndonos
a cerrar la memoria y el silencio.




