Quiero estar cerca

Desbarata la luz, descomponiendo

el antaño esplendor de aquella cómoda,

la madera recuerda la palabra

impresa en la memoria de tus ausencias,

cada vez más habituales.

 

Dicen que tu fantasma,

aquel que no está sobre tu piel cuando me miras,

en el despiste ahogo de la demencia,

vaga perdido entre las densidades

del jardín de invierno,

allí donde recibiste el primer beso de amor

quizás el único

que humedeció tus labios en silencio.

 

Puede que la mayor metafísica

la teoría del todo,

el átomo más puro de tu oro,

se encuentre matizado en capas de electrones

desde las coordenadas de los besos.

 

Desbarata la luz, y ya es tu lecho,

un catre articulado con más de mil funciones,

el colchón anti-escaras,

de la inmovilidad de tus deseos.

 

No sabes cuantas veces pienso,

abrir ventanas y sacudir las sábanas,

desarropar el tiempo en remolinos,

cogerte de la mano, huir corriendo

al universo templado del pasado.

 

Ser el potro salvaje que desencadene,

una carrera hacia una estepa libertaria

sin rostros maquillados e indolentes

que te tratan como si fueras un niño,

restando sabia a tu vejez furiosa,

arrebatada en la suerte de los días,

pero no menos intensa en poesía.

 

Corramos, pues, contra el viento y la marea

pues mientras haya aliento

no puede haber artrosis que no nos permita

rodear la palabra imponente de tus brazos,

y ser amante, ahora y siempre,

en la desestiba del carruaje de los tiempos.

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Diógenes

                     Aun quedaban restos de lo que ella había sido, aunque no lo recordara. Aquellos vestidos de talle alto, agolpados, asimétricamente, sobre la cama de invitados y el sombrero de paja, aquel que había sido su favorito, tirado sobre una alfombra repleta de cajas metálicas de galletas. Barajó las faldas aprisionadas en el armario, pero no se vistió con ninguna. Salió a la calle con una bata de margaritas amarilla y un gorro de baño en la cabeza. Todos los días se dirigía a la tienda de comestibles en la que había trabajado tantos años. Allí, el nuevo dependiente, el bueno de Juan, le esperaba para entregarle, como cada mañana, una bolsa con alimentos. Él garantizaba su supervivencia. Pero ,ella, siempre parecía más interesada en acaparar más cajas vacías de galletas que la propia comida.

                 ¿Tienes por ahí alguna caja?- le preguntaba. Juan al principio se negaba, sabía que acabarían apiladas en su casa, pero siempre cedía.

                No se podía negar nada a aquella anciana de ojos verdes intensos. Como todos los días, de vuelta, con dos o tres cajas más. Ella las depositó sobre la alfombra del dormitorio, mientras canturreaba una canción infantil: «El patio de mi casa es particular…cuando llueve se moja, como los demás «.

                  Ahí estaba, la cara de su madre, su madre, abrazándola, tras la llegada del colegio, la merienda de pan de azúcar mientras guardaba nuevos recortables en una caja metálica de galletas.

                Más y más cajas de galletas. Caminó por la casa, hacia el baño. La bañera era la despensa de los botes vacíos y del silencio amargo; el silencio, su fiel compañero, acompañante de noches de verano, ventana abierta a las estrellas. » El patio de mi casa es particular…» canturreo mientras abría el grifo de la ducha, mojándose la cabeza.  «Cuando llueve se moja como los demás…Agáchate y vuelvete a agachar, que los agachaditos no saben bailar»

            Con una toalla en la cabeza y esa misma bata de flores se tumbó sobre la cama de invitados. Pensó ponerse un vestido de aquellos que usaba de joven. Todavía le servían. Estaba guapa.  «Agáchate, y vuelvete a agachar…»

         Un golpe sobre el suelo, sonido, negro, ella inerte, tendida, sobre las cajas de galletas.

          No tenía a nadie, ningún pariente, falleció sin testamento. El piso para los servicios sociales, no sin una buena limpieza y desinfección.

       La habitación de invitados- aquellos que nunca vinieron- se transformó en una habitación de una preciosa niña de largos cabellos, quien, curiosamente guardaba en una caja metálica de galletas sus recortables de bailarinas.

                  El ciclo de la vida.

 

Viejo

Era viejo.

lento, pastoso, cansino, cansado

era torpe

sus ojos vidriosos en débil abertura

no acertaban siquiera a verte

Creo que se olvidó tu nombre

no sabía dónde hallar sus calcetines

ni calentarse su propio desayuno

Era viejo, diantres, era viejo…

¿Y tú?

Qué alejado te ves y te describes

como si fuera distinto lo que vives

de lo que él vivió por ti un día

Qué alegoría

nadie es eternamente joven.