
Tejemos palabras
para evidenciar el caos,
inconscientes
de la insuficiencia del mensaje.
La palabra no es unívoca,
tampoco lo es la simetría,
ni siquiera los símbolos
impiden
ser utilizados torticeramente
por decenas de impostores.
Un árbol, el roble,
inicio de la vida,
pudo justificar el sacrificio para los druidas
y ser emblema de gloría
para un innombrable genocida.
Y para mí,
es un gran árbol,
solo un árbol,
y por ello grande,
pura naturaleza.
La que me dice
cuán humanas y pequeñas son mis manos,
débiles,
no más que sus hojas.
Si hay tejido en esta realidad
inconclusa,
finitamente irreal,
estará muy alejado
de las interpretaciones de los hombres.
Y bendita entropía,
la que despierta
el caos de las vibraciones,
porque si todo estuviese en nuestras manos,
el resultado aún sería más dramático.