
Si imaginara un universo
habitado por zombies,
no tendrían un rostro extravagante,
sino tan humano como cualquiera,
no vestirían ropas rotas
ni embarradas
con la sangre de la tierra,
ni perseguirían a los niños,
para intentar retomar ese soplo
que trae la consciencia recobrada.
Los muertos en vida son tibios,
amantes de las rejas en ventanas,
indolentes con lo que acontece.
Para un zombie, no hay más muerte
que la propia, ni más suerte
que sobrevivir en sombra
para no implicarse con la vida.
Por eso viven entre nosotros.
Y nos habitan…