
Era 1943, cuando Alberti tildó de maravillosas las páginas de » Mi corazón al desnudo» de Baudelaire. Y era 2005, cuando Boadicea niña tomó el bolígrafo rojo para subrayar las contradicciones de tan generoso prólogo y también las de ambos diarios. Ahora me pregunto por qué le permití leer, a tan escasa edad, material tan sensible. Lo cierto es que ya de niña se defendía bien y contestaba al poeta de forma contundente. No puedo sino sonreír cuando, en el margen de la frase “este libro no está hecho para mis mujeres, mis hijas y hermanas. Casi no las he tenido”, escribe un “ni que lo digas”. O cuando Baudelaire afirma “La venus eterna (capricho, histeria, fantasía) es una de las formas seductoras del diablo”, le conteste que “con los ojos cerrados, yo escribiría soy mujer y no diría tantas estupideces”. “La mujer no sabe separar el alma del cuerpo. Es simplista, como los animales. Un satírico diría que es así porque no tiene más que el cuerpo”, escribió el poeta y Boadicea replica “no me dices nada. Hay pocas buenas frases en este libro”.
Sin duda Baudelaire expone su corazón desnudo, como decía Alberti, desde la rabia y con un caparazón defensivo. En realidad, Alberti no se equivocaba, Baudelaire inspira “ternura”, pero muy moderadamente, sin excesos, porque a la par te desagrada. Alabo su verbo, pero no le admiro. Me provoca la imaginaria sensación de que, una vez por todas, la palabra llegó a ser libre, sin corsés. Y al tiempo, no deja de ser la hipérbole de un desequilibrio detestable.
De los excesos burgueses, el genio, la ruptura, el insurgente verso, pero también estos lodos. Es cierto, en aquellas frases no afirmaba nada diferente a lo que la sociedad imperante entendía sobre el papel de la mujer. Las críticas morales que recibió no lo fueron justamente por esas frases. Pero llevaba a tal punto su misoginia que incluso era vomitivo para una moralidad patriarcal. Sin Baudelaire no entenderíamos la poesía actual, sin duda. Sin detestar gran parte de sus afirmaciones, no entenderíamos el mundo de hoy.
El poeta decía “Joder es aspirar a entrar en otro, y el artista jamás sale de sí”. O versaba “sobre la necesidad de pegarle a las mujeres”. Con odio estremecedor contra sí mismo, entre la perversión y la genialidad, es quien contradictoriamente nos ofrece versos cargados de imágenes con extrema fuerza y en ocasiones demenciado contenido.
Me permito cerrar este capítulo en la confesión de su malogrado intento de convertirse en dandi: “La mujer es natural, es decir, abominable. Además, es siempre vulgar. Es decir, lo contrario de dandi”. “¿Y no es un dandi- pregunta Boadicea- una decrépita femme fatale?”
“La carta de un campesino sin ortografía es más humana que sus fosas”. No, Charles, no todo es la forma, o la performance o el destete burgués. Las frases más profundas se escriben con las manos y son poemas en su puro sentido. Son palabras no pronunciadas pero vivas, que imprimen nuestro subconsciente. Esas que grabaron los hombres y mujeres que mimaron la tierra para amamantar el camino de sus hijas, esas niñas que hoy también pueden llamarse poetas y no sentirse abominables.
Esos hombres y mujeres, trabajando la tierra, no precisaron escribir bien, para ser la imagen más bella que regalar este verano.
Feliz agosto.