Viatori nocturnalia

 

 

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No me cuentes hoy, que este solsticio

que traerá san Juan en las hogueras,

quemará los males de mi ropa

y traerá caricias como brisas,

sobre las cicatrices de mi piel.

 

No me digas, que hay un vuelo

de chamánica profecía,

para abotargar mi hechicería,

con una imaginaria procesión,

de cuervos entre olivos.

 

Hay veces, que yo me siento entre los muertos

y los hago comensales de mi mesa.

De alguna manera su silencio,

es más prometedor que una mentira.

 

No hay solsticio purificador,

si uno no se arremanga y se dispone

a pescar los peces con sus propias manos.

 

Es hora de barrer, puertas adentro.

Hace ya demasiado tiempo que tus manos

desconocen las fronteras de mi cuerpo,

y yo ya vago errante y prisionera

de la deconstrucción de mis cimientos.

 

Saltemos, pues, las llamas en un trueque,

la fealdad del tiempo por la risa.

Cuando el horror se hace bello,

una sonrisa no es más que el pacto siniestro

de la ausencia de misericordia.

 

No aplaudas. Esto no es un teatro

ni hay ninguna función.

La rueda de la vida gira para nuestro descrédito,

en las revoluciones primitivas.

 

Mi ser humano,

hoy se tuerce

porque no hay raíces en los troncos

que inundan de dolor los cementerios.

 

Eso sí, bebamos hasta el amanecer,

hasta que desconozcamos nuestro nombre

y pueda amarte de nuevo sin quererte.

 

 

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Olvídate

Olvídate de mí,

de mis zapatos

abarrotando el armario,

de los frascos de perfume vacíos,

las pinturas en el cuarto de baño,

de los pinceles,

de las pinzas de depilar

(que no uso),

de los libros invadiendo todas partes,

de las camisetas con frases,

del café a media tarde,

olvídate…

Olvídate también de mi risa,

de mis ganas de abrazarte,

de mi mirada ausente

cuando no puedo escucharte.

Olvídate de todo,

olvídate de mí

porque yo no puedo olvidarte.

 

Niebla

 Esa sensación que trae la calma,

los tambores,

desalando la mirada,

impresionando,

arrebatos de furia sobre el suelo,

la impasibilidad del aliento,

la palabra fija,

y adherida

a algún espacio que desconozco.

Me duele tu cielo,

bajo la fiebre intensa

de la noche.

Y no sabes cuánto

lamento

poder ver más allá de tus ojos.

Hay niebla,

bajo la temperatura de tus besos.

 

 

 

 

Dos botellas y un día

En algún lugar de mi paisaje,

habrán quedado instaladas,

aquellas botellas que nos bebimos

en la borrachera de tu ausencia.

En algún lugar,

tal vez muy próximo,

a la nube donde depositamos

los jadeos de mayo

y la brisa,

en la espalda de abril.

Imagino rescatar su envase,

elevarlas en altar

descolorido,

la pose otros tiempos,

en palabras,

que quedaban impresas al oído.

Y beber de nuevo

sus brebajes,

indómita en tu piel

y sedentaria,

en la laguna de tus pensamientos.

Dos botellas de alcohol

que derrocaron,

tu noche,

y mi cordura,

dos botellas, y un día

en penitencia,

 descosidas

sobre la ropa,

como un emblema viejo,

como el mantra

oxidado

e incrédulo que no quiere desasirse,

de tu nombre

Caerse

Caerse,

desesperadamente,

tornarse en túnel,

inexpugnable y oscuro,

derrotado,

el laberinto negro,

sin puerta de salida,

sin meta que te aguarde

pues no hay espejo que resista

el reflejo

del dolor instalado en las entrañas.

Decir adiós, te dicen, es trance doloroso,

que se superará cuando algún día,

la tormenta empuje la palabra.

pero aquello que duele desde dentro,

 se resiste a abandonar nuestra trinchera

tan inexpugnable como ausente.

No nos sirve un listado de consejos,

para arrebatarnos  de la mente

el pensamiento obsesivo que provoca

sentir más la cicatriz que el propio aliento.

El tiempo no obra por sí solo,

hay que poner los puntos de sutura,

la asistencia de urgencias,

el placebo,

imaginario,

que bifurca  caminos

cuando nosotros,

se ha tornado en utopía.

Piensa distinto,

la puesta de sol, el agua clara,

la luna que pausada

ha de traer las noches de verano.

Enfría el sentimiento,

focaliza,

una primavera de naranjos.

 Y qué imposible,

es cumplir tamaño aserto,

el hielo sobre la casa,

las espadas,

siempre afilando los labios,

esos labios,

que ya no saben besar sin condiciones.

Hay que llorar,

te dicen,

hasta que la madrugada traiga el sueño,

el insomnio no resulta aconsejable

cuando todo corroe como ácido

sobre la piel ajena.

Hay que llorar,

te dicen,

 tú te encojes,

en un ovillo infinito de temores,

 ya que la noche solo trae regazos

de la ausencia penetrante de un te quiero.

Hacerse daño,

volver,

y retomarse,

en un ciclo infernal.

tachando del calendario,

los días futuros,

mientras los números,

atónitos,

observan,

su caída libre

sobre quien ya no espera

un mañana.


Cuando el amor se bastaba

La luna ya no me avisa

de la luz de tu mirada,

tus ojos ya no responden,

entre mentiras calladas,

agujeros en esquinas

de todas nuestras palabras.

 

Y mientras pasan los días,

y tú crees que me engañas,

yo ya solo tengo lástima,

de lo que fuimos un día,

cuando el amor se bastaba.

 

 

Interiores

Me ves,

estoy aquí

con un cesto de manzanas y de flechas,

que son encrucijada entre mis ojos.

 

Porque no me quisiste,

yo no pude quererme,

por eso,

arañé mis brazos

hasta que brotó la sangre,

sangre,

espaciosa, blanda

sangre a solas,

en el vendaval de mi impaciencia.

 

Y en ese empeño persistí en la daga,

tatuando un emblema sobre mis manos,

esas manos,

que apenas son visibles en las cortinas de la luz.

Tú me viste,

altiva, quizá, pensaste, débil…¿alocada?

entre la densidad de tu delirio

 

No me reflejes, no,

no me reflejes

Tus espejos me molestan

y ya las nubes no son consejeras en nosotros.

 

Yo soy tu sombra,

soy tu voz,

la mácula

de la ignorancia del mundo.

Y si arde Alejandría,

oda a los libros

que se contuvieron en la memoria,

mi memoria…

la memoria de todas ellas.

 

No me reflejes, no,

no me reflejes

que temo,

hacerme daño.

 

Ya no recuerdo

Ya no recuerdo cuando fuimos algo,

algo como la piel atardecida,

revolucionando los mapas,

y todas las apuestas.

Ya no recuerdo,

y mira que lo intento,

aquella mirada desgobernando

todas mis razones.

Mientras transita el día

sobre mi ventana,

resulta inexorable

el cierre y el telón,

ya no hay persianas

para tamizar los desencuentros.

Y yo,

ya no recuerdo, cuando

tal vez, fuimos algo