Un poco de tierra negra

Hace tiempo recibí un “loco” mensaje, algo quejoso de que hablara en mis poemas mucho del norte y poco del sur. Me recomendaba que no dudase que era un “ser”, o podía «ser sur». Y que precisaba para alcanzar la luz no conversar tanto con los espíritus del mar y buscar tierra negra, plantar un naranjo y cocinar unas lentejas. Esto último lo hago con frecuencia. Lo del naranjo, vamos a ello, tengo un olivo. Buscaré un lugar para el naranjo para no defraudar a los elfos, que al parecer se encontraban molestos.

 Hoy por casualidad releí ese mensaje. Plantaré un naranjo y tendré un poquito de tierra negra para tranquilidad de esa comunidad mensajera que dice tener como líder a una anciana con bolsas de Mercadona.

Aquí un poema tan críptico como el élfico mensaje.

TIERRA NEGRA

Tu geografía volcánica

imprime el paisaje de mis ojos,

tan lejos, como tan cerca…

a veces extrañamente unido

a las luminarias de marzo.

Dicen que no hay comienzo

sin un exceso de sal,

ni hay gloria sin desencuentro

y que los santos

también precisan de oscuridad.

Más no confundas,

mi mano izquierda estará cerrada

y no habrá oro para tu astado.

No habrá anillo que sostenga

la cintura de tu diestra.

Siempre hay un atisbo de claridad

para plantar un nuevo árbol.

Sus raíces, iluminadas,

encontrarán su rumbo

en la fertilidad de los naranjos,

derrochando

en alquímica mezcla

el abono de las catedrales.

Y en ese momento celebrarás

haberte traicionado.

Y yo celebraré

haberme traicionado.

La oscuridad es una ficción,

unas lentes de sol,

para protegernos en agosto.

Y nada se precisa

en un bello anaranjado atardecer

en la bienvenida de la luna.

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Oscura

Oscura está la plaza, nadie hay.

Nadie juega a la comba en sus esquinas,

ya no suena el bullicio de sus días,

en sus ensordecidas marquesinas

Oscura está la calle y la salida.

oscura, siempre ha sido y resiliente,

oscuridad  de siempre, detenida,

a quedarse en la sombra de mis idas

y regresos a vueltas con la vida.

Oscuridad sobre mi cuerpo ausente

encallado en la piedra de la herida,

oscuridad que reta y que levita

oscuridad, ya sombra, ya  batalla

oscuridad, manando, donde halla,

una plaza desierta y apagada

una noche cualquiera ensimismada

y un recuerdo de amor.

Oscuridad de luz,

la nada ausente,

son tus labios el fuego primigenio

la verdad no verdad

y el sueño eterno,

y el despertar sintiendo que te siento,

ese tacto suave de tus manos,

y la palabra omitida de los vientos.

Ráfagas

Por mucho que se oscurecían

los rincones de la casa,

ella, de rodillas, los limpiaba

una y otra vez,

llenándolos de luz.

 

Lástima que él,

no tuviera ojos para verla,

ahogado en un mar de cervezas,

irreconocible ante el espejo.

 

Ella seguía limpiando,

desenredando,

callando.

 

De súbito,

se abrieron las ventanas.

Ya terminó el tiempo de la oscuridad.

 

Y no hubo rincones, ni enredos,

ni labios a medias,

ni ausencias,

ni mujer ahogada

ni un sueño.

 

Solo la luz,

reinando,

con sus ráfagas delicadas

y una mujer viajante,

guiada por las estrellas,

dueña de su propia vida