Y parió el universo contrayéndose
rompiéndose las venas,
el empujón del parto,
los dolores,
hasta que la creación tomó su forma
en las letras versadas y sinceras.
El universo admiró su criatura
y pronunció la frase, satisfecho:
He aquí la tierra de poetas
una más entre múltiples planetas,
pequeña e importante pasajera.
Aleteos de nubes que se forman,
la atmosfera, la estrofa, la primera,
y la ola del verso que indomable
trae agua al seco espíritu
y le habla
de la esencia del aire,
y la armonía que surge
y no perece
resiliente en el ritmo del poema.
Sin saber cómo ni de qué manera,
en esta evolución tan sorpresiva
nació mujer y hombre, poesía
de lo que somos hoy, a la deriva
buscando puerto de luz y buena tierra.
Cerridwen en su caldero de cerveza,
bajo la custodia de los duendes,
hizo de inspiración, sabiduría.
La promiscuidad de Baco,
y los olivos compartidos
con los cereales de Sudiri,
Dionisio, Kamui y la grandiosa Isis,
en el ombligo de todos los placeres.
Esos frutos que en el tiempo anidan
limitados, endebles y proscritos.
Sorberse a tragos,
descenderse, enarbolarse
para intentar el llenado
del recipiente roto de la vida.
Sorberse a tragos,
materia, más materia,
que vamos consumiendo a dentelladas.
Y vino el dogma,
que hizo del mito regla,
los códigos oscuros, las trompetas,
esos pilares de fuego y de misterio
prosélitos
de la justicia de los templos.
Y vinieron los tiempos de castigo,
maldito el hedonismo,
se hizo el verso vestido,
la vergüenza
de no ser más que un cuerpo
que desnudo
se exhibe impudoroso en las versales.
Y fueron convencidos narradores
de las virtualidades de la quema
de esos idólatras poemas,
que pretendían vagar,
de aliento a aliento,
sin la disciplina del juicio,
el cuerpo del delito
y la lujuria.
La narración fue épica, gloriosa,
tornando al verso
en ayuda idónea.
Los poetas que arrepentidos
buscaban transcender entre los soles,
hallaron el espíritu en el cielo
y la misericordia en el desierto.
El soplo de Sofía
insufló
una chispa en su métrica.
Y la gnosis
quiso abrir las llaves del poema,
como algo ajeno a la piel que nos recubre
como algo puro, tan lejos, tan brillante,
del espíritu femenino que destila
los olores en cada primavera.
Rellenos de ilusión
y el cuerpo alzado,
elevado hacia un tiempo prometido,
vino el dogma otra vez
a sepultarlos,
ni espíritu ni vino,
nada de eso,
también esta proscrito levitar
sobre los alambres de las nubes.
Seguir esclavos, la pauta
que asonante
nos empuja hacia dentro
arremetidos,
para gloria del poder
que les promete,
un éxodo constante,
todo exilio,
y unas monedas a cambio de silencio,
y una vacía jarra entre los brazos.
No hay más sol que el que nos quema las pestañas
cuando nos conocemos libres y poetas.
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