La corona de Alba

Roberto Pérez era un hombre de mediana edad,  soltero, sin muchos amigos y una vida plagada de rutinas. A las 6 de la mañana, diariamente, sonaba su despertador. Roberto tenía siempre a mano una palangana con agua. No podía levantarse hasta que lavase cuidadosamente sus manos y los ojos. Si lo hacía, pensaba que su día sería funesto. Tras ello, peinaba su escaso pelo de forma que disimulaba sus ya grandes entradas.  Aquel día, un domingo de mayo, prometía ser soleado y apacible. Tras lavarse las manos cuidadosamente, Roberto se levanto con una sensación de incertidumbre. Sentía que algo iba mal, pero por mucho que repasaba sus rutinas diarias no encontraba fallo alguno en su día anterior.

Un fuerte ruido le llevó a mirar por la ventana. Era Marciano Angulo, el vecino excéntrico de la casa adosada de enfrente, que estaba dando insolentes golpes con un martillo. Son las 6 de la mañana, pensó, y ese individuo no deja de molestar con sus ruidos. Marciano salió al patio y observando a Roberto en la ventana le increpó:

—¡Buenos días vecino! No pongas esa cara, este sol de mayo aclarará tu denso cabello y quizá tengas suerte y te regale un prolongado mechón sobre esas entradillas.

—No creo que sean horas de despertar a todo el vecindario con martillazos. En cuanto a mi pelo, yo no te he pedido opinión alguna.

—Quien se pica, ajos come—contestó Roberto, comenzando a reírse a carcajadas—.Acércate, que le invito a desayunar y te enseño por qué eres la causa de mis ruidos.

—¿Yo, la causa?¡Venga ya! Tengo otras cosas mejor qué hacer que escuchar tus tonterías.

—Venga, hombre, no te enfades. Te invito a desayunar.

Marciano Angulo era la comidilla del vecindario. Sus poco convencionales costumbres eran objeto de todo tipo de comentarios. Dormía con las luces encendidas y no respetaba las horas de descanso, ofreciendo a los vecinos un molesto concierto privado de martilleos y zumbidos de una sierra eléctrica. Si alguien se quejaba, eso sí, cesaba de hacerlo, no faltaría más, pero ello no impedía que otro día, a deshora, volviese a sus andadas. Además de quejarse de su insolencia, los vecinos especulaban sobre lo que estaba haciendo Marciano. Unos decían que construía ataúdes para la funeraria de la Calle Ancha, ya que una noche lo vieron sacar lo que parecía un ataúd, envuelto en una sábana gris y entregarlo al encargado de la funeraria. Otros que era un perturbado que fabricaba artefactos para contactar con seres de otros planetas.

Roberto aceptó la invitación a desayunar, sobreponiéndose al rechazo que le generaba Marciano, para ver de propia mano qué era lo que estaba haciendo. Cuando Marciano le abrió la puerta, lo que vio no era ni unos ataúdes ni artefactos insólitos, sino una miniatura detallada y perfecta de la urbanización, cada casa, cada jardín, cada calle y farolas.

—Es mi forma de recordar. Cada pieza, cada detalle, representa un recuerdo, una historia, una vida con la que he tenido el placer de cruzarme —explicó Marciano.

Roberto observó todos los detalles de su casa. La ventana de su cuarto estaba abierta y podía observarse la palangana de agua y un reloj al fondo marcando las 6 de la mañana.

—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Roberto.

—Soy muy observador, amigo—contestó Marciano.

Durante el desayuno Marciano le propuso una idea bastante loca. Le sugirió que intercambiasen sus vidas. Él iría a la oficina, se levantaría a las 6 y tendría al lado de la cama la palangana de agua. Roberto viviría en la suya y su trabajo consistiría dar color a la maqueta, cuanto más realista, mejor, precisaba Marciano.

—Me parece la idea más loca que jamás nadie me había dicho. No se pueden cambiar las vidas.

—Si no quieres voluntariamente, lo tendrás que hacer de forma involuntaria—sentenció Roberto.

—¡Qué tonterías dices! Me voy que tengo prisa.

—Claro Roberto, claro, es domingo y tú tienes prisa.

Roberto se marchó apresuradamente y se introdujo en su casa, cerrando la puerta con la llave. Sintió temor, ese Marciano, estaba realmente loco.

Sin embargo, ese día ya todo fue distinto para Roberto. Comenzó a soñar con la maqueta, pinceles y colores variados. Veía sus propias manos pintando cada detalle de su casa. A las tres de la mañana, no podía dormir. Se dirigió a la casa de Marciano y llamó al timbre.

—Te estaba esperando— le dijo—Ya tengo preparados tus pinceles y la pintura necesaria.

Roberto se resignó. Había algo que le había traído allí. Por lo que comenzó a pintar las miniaturas. Se encontraba feliz.

—Venga, venga— le increpó Marciano—.Ya basta de pinturitas. Estás aquí por una cosa más seria.

—¿Más seria? — pregunto Roberto.

Marciano le guio hasta el sótano de la casa. Lo que encontró en ese lugar, era más extraordinario que cualquier cosa que hubieran imaginado los vecinos. Era como un laboratorio de juegos, con pantallas, gafas virtuales, pero además repleto de artefactos extraños y mapas estelares. En el centro, un cono de cristal que emanaba luces, que parecían de neón.

—Es mi proyecto más ambicioso— explicó Marciano —.Una máquina de experiencias. Te permite vivir momentos de otras vidas, en otros tiempos y lugares.

 Marciano introdujo de un empujón a Roberto en el cono, y después lo hizo él, cerrando la puerta.

—¿Qué haces? ¡déjame salir!

—No hay tiempo para tonterías, Roberto. No podemos permitirlo.

—¿Permitir qué? Eres un viejo loco. Déjame ir, Marciano – dijo Roberto nervioso.

Sin embargo no le dio tiempo a reaccionar. Un torbellino de luces y sonidos los envolvió, y en un instante, se encontraron en la Italia del siglo XV. Una secta de asesinos, ataviados de túnicas negras y dagas amenazantes, conocida como “La oda oculta”, les perseguía.

Roberto entendió en ese instante cuál era su misión. Debía dirigirse a la morada de un viejo alquimista llamado Pietro. Conocía de forma sorprendente dónde se ubicaba y que tenía que salvar unos viejos libros.

Al llegar a la casa del alquimista, Roberto y Marciano encontraron la puerta entreabierta. Dentro, el alquimista estaba inmerso en sus estudios, ajeno al peligro que se cernía sobre él.

—Maestro, debéis esconderos. Vuestra vida corre peligro —advirtió Roberto, mientras Marciano buscaba un lugar seguro para los grimorios.

El alquimista, un hombre de edad avanzada con ojos que destellaban inteligencia, asintió y les siguió a un escondite secreto detrás de una estantería. No pasó mucho tiempo antes de que los asesinos llegaran.

Cuando los asesinos se disponían a abrir la estantería donde se encontraba escondido el alquimista, Marciano lanzó una serie de bombas de humo, llenando la habitación de una niebla espesa. En el caos, Roberto y Marciano desorientaron a los asesinos con una combinación de astucia y habilidad, haciéndoles creer que la vivienda se estaba incendiando. Los asesinos huyeron, temiendo quemarse y perder su vida.

 El alquimista, agradecido, les reveló que los libros contenían secretos que podrían cambiar el curso de la historia. Cada libro tenía las tapas de color diferente, uno era de color azul y relataba parajes fantasiosos y los trucos para evadirse de sus peligros. Uno hablaba de un bosque de ilusiones donde unos seres pequeños y traviesos, como duendes, pero maléficos, generaban ilusiones para atraparte. El otro libro era verde, hablaba del tiempo futuro y estaba dedicado a una joven llamada Alba, la reina de la luz. El otro era de color ocre y contenía una nota que decía: “A los guardianes del tiempo, Marciano y Roberto, mi eterno agradecimiento».

Roberto y Marciano se despidieron del Alquimista y regresaron a su tiempo. No contaron a nadie lo sucedido. Sin embargo, solo paso una semana, cuando se vieron sorprendidos por un presentimiento de peligro. Roberto aun no estaba recuperado de todos estos acontecimientos y Marciano permanecía absorto en su maqueta. A través de las gafas virtuales pudieron ver como desgraciadamente el alquimista había fallecido horas después a manos de los asesinos y los grimorios habían caído en manos de su heredero, su sobrino Doménico, pendenciero, aficionado al vino y los juegos de azar.

Sin pensarlo volvieron a introducirse en el cono. Tenían que evitar que los grimorios pasaran a malas manos. Algo falló, o eso parecía, pues en lugar de aparecer en casa del alquimista, lo hicieron en una montaña de escasa vegetación. Acto seguido hicieron presencia unos seres, parecían humanos, pero su piel era como transparente, refractando la luz del atardecer. Estos seres portaban los tres libros.

—Los grimorios, y especialmente el azul, debe ser custodiado por aquellos que respeten su poder y comprendan su verdadero valor— les dijo uno de aquellos seres, extendiendo su mano hacia Marciano y Roberto—.Vosotros habéis demostrado ser dignos.

Sin tiempo para asimilar la magnitud de lo que estaba sucediendo, Marciano y Roberto aceptaron el encargo.

—Debéis partir ahora — les instó otro de ellos—. El grimorio ocre os guiará, pero el camino no estará exento de peligros.

Con los libros en sus manos, Marciano y Roberto se embarcaron en una aventura que los llevaría a través de bosques encantados y ciudades olvidadas. No podían regresar a través de su cono. Los libros parecían tener voluntad propia, guiándolos hacia lugares donde el tejido de la realidad era más delgado, donde lo imposible se hacía posible. En su viaje, se encontraron con criaturas de leyenda: dragones que custodiaban puentes, hadas que danzaban en los claros de luna y sabios eremitas que hablaban en acertijos. Y no todos los encuentros eran amistosos. Seres oscuros, atraídos por el poder del grimorio, acechaban en las sombras, esperando su oportunidad para arrebatarles los libros. Marciano y Roberto tuvieron que luchar, no con la espada, sino con la astucia y la fuerza de su convicción.

Finalmente, tras innumerables peripecias, llegaron a un santuario antiguo, un lugar de poder donde los libros estarían seguros. Allí, se encontraron con una bella dama que creó un sello mágico para protegerlos de aquellos que buscaran explotar su poder. Roberto y Marciano creían que esa bella dama era la destinataria de los libros. Sin embargo, no era así, ella les indicó que los libros estaban destinados a una niña, llamada Alba.

—Es verdad—dijo Marciano.

—El libro verde está dedicado a Alba, la reina de la luz— añadió Marciano.

Roberto y Marciano deberían buscar a esa niña, destinada a ser la mayor guerrera de la luz en la tierra. Los grimorios, que contenían secretos de gran poder y sabiduría, debían ser entregados a Alba, quien tenía el poder de impedir una guerra que amenazaba con devastar la humanidad.

Guiados por antiguas profecías y los susurros del viento, llegaron a un pequeño pueblo. Allí, en una humilde casa de piedra, a las afueras, encontraron a Alba, una niña con ojos tan claros como el amanecer y una presencia que irradiaba una calma inusual.

Marciano y Roberto se presentaron ante la niña y su familia, explicando la importancia de la misión que les había sido encomendada. Al principio, los padres de Alba estaban escépticos, pero la niña, con una sabiduría que iba más allá de sus años, aceptó el grimorio con manos temblorosas pero firmes.

—Lo protegeré y aprenderé de él — prometió Alba —. Y haré todo lo posible para mantener la paz.

Con el grimorio en sus manos, Alba comenzó a entrenar bajo la tutela de Marciano y Roberto. Cada día que pasaba, su destreza y su comprensión del mundo crecían exponencialmente. La guerra, sin embargo, parecía inminente. Oscuros ejércitos se movilizaban en las fronteras de los países y la tensión se palpaba en el aire. Alba sabía que para impedir una batalla física y la muerte de inocentes debería lidiar una batalla espiritual, contra los poderes oscuros que enfrentan a los hombres.

Marciano había construido para la joven Alba una corona de un extraño metal. Cambiaba de color y de consistencia según el lugar donde se encontraba.

—No te dejaremos hacer sola este camino. Iremos contigo— le dijeron ambos a la vez.

—No quisiera enfrentaros a peligros—les contestó Alba.

Marciano y Roberto no atendieron a razones y los tres partieron hacia el lugar donde se esconde la más cruel oscuridad. Una vez dentro del cono de experiencias unieron sus manos, sintiendo como la fuerza de los seres lumínicos los acompañaba.

En un instante se vieron en un bosque. Su sendero era sinuoso pero parecía apacible. Los árboles frutales estaban rebosantes y había numerosos manantiales de agua fresca y pura. Roberto se vio atraído por el agradable aroma de un naranjo y se dirigió hacia el con el objeto de probar una de sus apetitosas naranjas.

—Ni se te ocurra—dijo Alba—es un espejismo.

Pero fue demasiado tarde. Roberto acabó envuelto en una maraña de extraños insectos de color oscuro. Alba tuvo que hacer uso del grimorio azul para rescatarlo.

—Este es el bosque de las ilusiones—aquí lo explica—. Parece mentira, Roberto, ¡como si nunca hubieses leído los libros! Está habitado por espíritus traviesos que crean ilusiones para confundir. No hay que desviarse de la senda.

 El camino terminaba al borde de un río. Marciano, quien tenía mucha sed, corrió hacia él.

—Detente—dijo Alba—. Es el río de lágrimas. El río doliente de la guerra. Debemos cruzarlo con respeto. Comprendiendo su dolor.

Marciano, Roberto y la joven atravesaron el río, contagiándose del dolor de los inocentes, haciéndose parte del mismo, acariciando sus vidas rotas, deseando su paz.

El río los llevó a un desierto, donde vagaban espectros de los caídos en batallas antiguas, que contaban sus pesares y dolores de la guerra. No era agradable su presencia, pues su alma estaba rota en pedazos. Alba, sin embargo, los acariciaba e iba recomponiendo con cariño sus trozos, los cuales se pegaban de forma milagrosa. Pronto tuvieron un ejército a su lado, que los acompañó en su viaje hacia una oscura gruta, ya casi al borde del mar.

—Aquí sí debo pasar yo sola—dijo la joven.

El ejército respetó las palabras de Alba, permaneciendo de pie, ante la entrada, viendo como se introducía. Marciano y Roberto quisieron entrar tras ella, pero el ejército se lo impidió.

—Debe entrar sola. Ella lo dijo—les advirtió uno de los soldados.

Nadie supo lo que pasó en aquella gruta. Alba nunca quiso contarlo. Solo dijo que había visto un gran dragón y una serpiente voladora y que nada es imposible si confías.

La tensión se calmó. Muchos líderes mundiales apaciguaron sus envites. Alba parece una joven cualquiera, pero tiene una corona de un extraño metal que irradia colores y una misión que nos revelará cuando estemos preparados.

Zapatos

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Siempre le habían dicho que, en el día, había horas propicias para encontrar el alma gemela. Por eso, cuando Simón, estaba esperando que el semáforo se pusiera en verde, observaba detenidamente el tránsito de los peatones. ¿Sería capaz de reconocerla a primera vista?

    Era 8 de septiembre. Atardecía. Los rayos de sol caían despacio jugando a iluminar el paso de peatones. Simón interpretó aquello como un buen augurio. Una joven cruzaba la calle de prisa. Las miradas se rozaron. Sintió fuego. Era ella, ella…

    ¿Cómo sería capaz de lograr encontrarla? No sabía dónde vivía ni dónde trabajaba. Si estaban de verdad predestinados, se volvería a encontrar con ella. Pero pasaban días, meses, y no ocurría nada, hasta que un día, paseando por una calle comercial, vio a aquella muchacha ordenar los zapatos en el escaparate de una conocida zapatería. Era ella, sin duda. Ella colocaba los zapatos con tanta delicadeza, dejándolos perfectamente alineados que ni el mismo lo haría mejor. A Simón le incomodaba la gente que no cuidaba sus zapatos. Su abuela le había prevenido: Alguien que no coloca bien los zapatos no está equilibrado. No contendrá sus emociones, será reactiva y su vida será un tormento.

     Nunca viene mal tener unos zapatos nuevos. Así que entró en aquella zapatería, dispuesto a conocer su alma gemela. Se llamaba Sara y era perfecta. Pronto comenzaron una relación que culminó en matrimonio en pocos meses. Amor a primera vista. ¿No hay mejor señal de que las almas están predestinadas?

    La convivencia no fue como esperaba. Cuando Sara llegaba a casa, dejaba los zapatos tirados por todas partes. Decía que ya tenía bastante con ordenarlos todos los días en la zapatería. Al principio Simón los colocaba cuidadosamente, pero poco a poco se fue cansando. Esos molestos zapatos de tacón invadiendo el dormitorio por doquier, en cualquier parte. Definitivamente no era su alma gemela. Pero, ¿Qué podía hacer? Lo mejor era divorciarse y emprender de nuevo la búsqueda, antes de consumirse en una vida sin sentido.

    Simón tenía confianza con un sabio rabino. Le consultó su problema, pero el rabino no le dijo lo que Simón pretendía escuchar. “No estás preparado, para divorciarte. Debes seguir tu camino, si no toda mujer que encuentres será la misma. Debes esperar y si no ocurre en esta vida, quizá en otra merezcas encontrar tu alma gemela”.

  ¿Pero cómo confiar en esa afirmación? ¿Y si no hubiera otra vida? Aquello era como pedir que renunciara a su felicidad. Además, si hubiera otra vida ya no recordaría nada de esta, por lo que su “sacrificio” sería inútil. Simón no dejaba de dar vueltas, una y otra vez, a las palabras del rabino.

   Pensó cambiar de religión, pero casi todos, sacerdotes y pastores, le seguían diciendo lo mismo, que no debía divorciarse. Simón se encontraba cada vez más perdido y molesto ¿Era justo exigirle semejante sacrificio?

    Simón tomaba café todas las mañanas en un bar cercano a su trabajo. Un día encontró cerrado el establecimiento. De vuelta al trabajo y molesto por el cambio que la causalidad estaba imponiendo en su rutina, se cruzó con una mujer rubia, de largos cabellos, a la cual miró profundamente. La siguió. Trabajaba en una panadería y colocaba los panes meticulosamente ordenados, tan simétricos, que cualquiera diría que era su propio espíritu. Es ella, pensó. El rabino se equivocaba. Ella estaba ahí delante de sus ojos.

   Simón se divorció de Sara y se arrojó a los brazos de María. Tras un año se casó con ella y los zapatos de tacón desordenados, caídos por doquier, volvieron a ser la estampa cotidiana de su dormitorio. Simón tuvo dos hijos con María, de la cual terminó divorciándose.

   Unos dicen que Simón sigue buscando a su alma gemela en cualquier escaparate de zapatería y, mientras tanto, enseña a sus hijos a ordenar meticulosamente los zapatos.

  Otros, que logró comprender que el amor no consiste en buscar y exigir que el otro sea un reflejo que responda siempre a nuestra medida, sino permitirse sentir amor y no temer amar. Por eso ahora bebe los vientos por Esther, una mujer que diseña zapatos asimétricos y de diferentes colores.

  No somos sino gotas, en un océano, que no comprendemos la inmensidad del conjunto.

Léase, por zapatos, las pasiones y emociones más reactivas. Simón lo que buscaba era aquella persona con la que pudiera vivir una vida serena. Como quiera que escudriñaba el “orden” de sus posibles parejas futuras, para intentar que su mente ordenase el proceso, se forzaba a enamorarse de aquello que le impresionaba iba a ser correcto y acababa siempre, contradictoriamente, con personas muy reactivas, enredándose en discusiones y reproches sin final. Cuando dejó de tener miedo, conoció a Esther.

 Quizá es tan malo dejarse llevar por lo que suceda, sin criterio, como intentar controlarlo todo. Al final, la vida arrolla.

Cartas desde la caverna

Miguel Altiere es un espíritu filosófico que se adhiere, sin compasión alguna, a los textos de algunos blogeros. Se define, sin mucha coherencia, como neoplatónico y es muy insistente. Yo diría, sin exagerar, que es muy cansino. Hasta que logra su propósito no te deja en paz. Hoy a tocado al mío. Y aquí está, dispuesto a plasmar sus lunáticas ideas en una carta que les dirige a todos ustedes. Me ha advertido que debo afirmar que tiene todos los derechos reservados en una plataforma de registro de la propiedad intelectual, por lo que absténgase de copiar sus fantásticas ideas. Bueno, qué decir que él las cree fantásticas, pero, les confieso, tiene un ego demasiado subido. Creo que es poco consciente de la realidad. En fin, les dejo con su carta y juzgen ustedes. Sin duda, coincidirán conmigo que está un poquito alterado. Ay, lo siento, me acaba de sacudir una descarga eléctrica. Rectifico, es una reflexión muy profunda y muy a su altura…

El poder de la mentira. Cartas desde la caverna

       Dale un carpetazo a las leyendas, cuentos, parábolas y moralejas. Y disfruta, ya sobrepasamos el siglo de la razón. No hay nada más que lo que ves, no existe nada más que lo que se comprueba. Dios ha muerto, ellos, dice Nietzsche, lo mataron por nosotros. El trabajo ya está hecho, a partir de ese momento el hombre puede ser su propio dios. El ser maravilloso deconstruido en un mundo creado, y cada vez más, para mentes de infantes. Empapémonos con sus dosis de realidad. No hay nada más exuberante, sobre todo si tenemos el frigorífico lleno de cerveza y estamos dispuestos a disfrutar del espectáculo.

       Diremos que no es racional pensar en nada sobrenatural. Es una alucinación de tu pequeña mente. Eres el aquí y ahora. Libre de discernir. El ser más informado, más despierto. Pero te hablarán de su “relato”, no de su verdad, y manejarán las cifras, los medios de masa, las comunicaciones y te presentarán medias realidades, asumidas como verdad, en la cultura de la desinformación.

       Negaremos la paradójica fuerza de los mitos. Son leyendas para hombres primitivos. Ahora somos personas en el siglo XXI. Pero a la vez introducirán mensajes de la nueva era, la creación de tu propia realidad, las relaciones familiares que traspasan los tiempos y una nueva mística que se relaciona, de forma no muy explicable, con un campo de la física. Ahora todo es cuántico. ¿No entiendes qué implica? No importa, ellos tampoco.

      Abrazaremos esta realidad en un camino ansioso por agotar nuestro deseo, más cosas, más éxito, más sexo implícito y explícito, más comida, más abundancia, más…más…más…Buscar el placer no es malo, pero este propósito freudiano, nos enlaza en la carrera del más, sin realmente plantearnos qué cantidad queremos. El más, más, más …no nos dejará ver…Es como llegar a unos grandes almacenes abarrotados de cosas con objeto de buscar algo bien concreto. Abramos las puertas de la confusión. Es realmente divertido ser nuestro propio dios, creerse capaz de crear una imagen a medida, un mundo a nuestra medida. Pero cuando tengas instalado en tu vida esa ansia compulsiva del más, te dirán que deseas por encima de tus posibilidades, que has caído en un exceso, y que las consecuencias que procedan son tu culpabilidad. ¿Y estarás perdido? Claro, perdido, dispuesto a recibir tu dosis de castigo. No hay causa sin efecto, regla básica, nos cuentas. O estarás dispuesto a abrazar las tesis de cualquier gurú que te salve de la ruina, el exceso, el consumismo. Ya nada te satisface, siempre, es más, más, más… Y así volverás a sentirte pequeño. ¿Un dios? Un ser pequeño, diminuto y débil…

     Valoremos la prostitución del pensamiento. Regodeémonos en lo macabro. Hagamos de las víctimas bufones del siglo XXI. Aireemos nuestras mediocridades. Eso sí, con gritos, aspavientos, enojos, a impulsos, echando fuera todo aquello que parece tenemos dentro. ¿Pero lo tenemos de verdad? Da igual, lo importante es vomitar. Y que el receptor del vómito se contamine. ¿Para qué enseñar serenidad? ¿Para qué buscar soluciones? El problema no es un problema es un espectáculo. Se resuelve en las tertulias, dando charlas, cambiando eslóganes. Y como en un rito iniciático de regresión infinita, creemos otro relato, en el que las palabras mágicas que hayamos diseñado en una tarde cualquiera, supongan la redención de nuestros problemas.

     Exageremos las teorías de la conspiración, hasta el punto que abracen el absurdo, y con ello se diluya, si lo tuvieran, su fragmento de verdad. Clamemos al universo nos otorgue una cáscara nueva, que rocíe el sol y nos traiga la primavera más maravillosa. Aquella en la que el hombre, rey del universo, abraza el único grial reconocido: El poder del dinero. Nuestra salvación infinita en un mundo de ocio permanente, series, bestsellers, luces, destellos, nuestra mejor imagen en las redes, para desolación de nuestro yo desnudo.

   Sigamos, pues, ascendiendo, entre la desinformación, para nuestra mayor gloria.

   Pero si algo puede ser cierto de esta distopía, es que por mucho que te prometan, no serás feliz.

  Recordemos la torre de babel, si el Dios de Israel, evitó la fuerza de la conexión de aquellos que pretendían desafiarle, haciendo que no se entendieran, al hablar lenguajes diferentes, esta maraña disruptiva, distópica y desinformativa, es la mejor manera de hacer que no pienses.

 ¿Dios ha muerto como decía Nietzsche? O ¿hemos creado un nuevo ídolo?

  Disfruta. Ah, y no olvides invitarme a una cerveza.

  Atentamente,

  Un habitante de la caverna

Martes 30 de abril. Tú no eres unas zapatillas rosa

        Tú no eres esas zapatillas rosas

 Referirse al calzado metafóricamente para asimilarlo a nuestra esencia, alma, o ser espiritual, es algo arraigado en nuestra cultura y que tiene unas bases conocidas. Cambiar de calzado y cambiar de esencia puede ser una alegoría que nos impulse al crecimiento personal pero, en su sentido más literal o materialista, es creernos distintos por una determinada apariencia. Los cuellos más bellos que he visto raramente están vestidos con diamantes.

 Ana era una chica alegre y divertida, siempre estaba riendo, buscando un motivo para una broma o para hacer un chiste. Qué decir tiene que, pese a sus 14 años, era el alma de su casa. No se podía no quererla. Era una joven de largo cabello castaño, con unos ojos grandes que te miraban fijamente, mientras no paraba de reír, contagiándote la risa. ¿Quién podría negarle algo?

 Ana quería unas zapatillas rosas de una marca conocida, cuyo precio acumulaba tres cifras. Su madre no era muy partidaria de gastarse un dineral en ese calzado, cuando tenía suficientes deportivas.

—Todas las chicas las tienen, mamá.

—¿Y tú tienes que querer lo que quieren todas? Debes pensar en lo que necesitas, no en caprichos.

—Si yo no las llevo pareceré una colgada, una freak. Mira estas zapatillas que llevo, mamá, no las querría poner ninguna chica de mi clase.

—Iremos a ver esas zapatillas, pero no te prometo nada.

   En la zapatería tenían un puesto destacado. Ahí estaban las flamantes y deseadas zapatillas. Ana cogió un par, de color rosa intenso, y el emblema de la marca bien visible.

 —Esas no, Ana. Mira, estas son más discretas le dijo su madre, mientras le exhibía un modelo del mismo color, pero en el que el logo de la marca era muy pequeño, casi imperceptible.

 —Esas no, mamá. Esas no las quiero. No se ve de qué marca son…

 —Entonces tu no quieres unas zapatillas de esta marca porque sean más cómodas y de mejor resultado. Tú lo que quieres es llevar un cartel en tus zapatos en el que diga “mira lo que llevo, tanto valgo”. Si no quieres las zapatillas, nos vamos. Yo no te voy a comprar un cartel. Si necesitaras llevar un cartel para gritar al viento que has podido comprarte unas zapatillas caras, me daría mucha pena, Ana. Yo no te he educado así.

 —Mamá, pero si no se ve la marca, las chicas van a decir que son feas.

 —Nunca hubiera pensado que una cosa es bonita o fea porque ponga su marca en grande. Para eso, que vendan unos sacos de patatas con su logo, y ale, todos con los sacos por la calle.

 —Mama…

 —Tú no eres unas zapatillas rosas. Eres Ana.

 Ana finalmente accedió a comprarse las zapatillas con el logo más discreto. Quizá en ese momento aprendió que no necesitaba otras zapatillas y que lo que buscaba en ellas era algo que no le podía dar un objeto. La identidad se construye. No llevar un objeto simplemente para ostentar es un lujo que pueden permitirse pocos.

¿Qué ves detrás de tu puerta?

     DOMINGO 28 DE ABRIL

     Estoy sentada con los pies cubiertos de tierra. Ella cubre de ocre el color de mis zapatos. Sé que son de color arena, clara, iluminada por el sol del mediodía. Pero no los veo.

       Detrás de la puerta, veo un monstruo

     Eva era una joven de 13 años, con unos ojos de un marrón intenso y unas cejas pobladas y marcadas, tan definidas que eran perfectas. Su tez era pálida, sus labios carnosos tenían un color rojo, natural, que hacía imposible no detenerte en su belleza.  Fue una niña solitaria, siempre enredada en construir fantásticas historias con sus juguetes. Le gustaba cambiar el final de los libros y también, muchas veces, el principio. Su mayor deseo era vivir en una nube llena de flores rojas. Cuando sus padres se divorciaron, su mundo se derrumbó como si fuera un castillo de naipes. La adolescencia se volvió difícil. Buscaba agradar, ser querida, pero cada vez que lo buscaba ella sentía que se perdía. El desorden marcaba la batuta de su vida. Muchas veces se sentía molesta con solo oír la voz de su madre y solía discutir con demasiada frecuencia. A veces, siquiera sabía por qué. Lo cierto era que, por mínima que fuera la crítica que recibiera, respondía con una ira inusitada. Eva, en realidad, se defendía de sus propias oscuridades, pero lo que no sabía era que, cada vez que lo hacía, atraía otras oscuridades mucho más peligrosas.

    Esta mañana le costó despertarse. Solo deseaba dormir. La insistencia de su madre hizo que se levantara, al menos para cerrar la puerta y decirle que la dejara en paz, que estaba muy cansada. Tras despedir a su madre, se volvió a hacer un ovillo en su edredón, conectó los cascos a su teléfono móvil y comenzó a escuchar música a todo volumen.

 Eva, te he dicho mil veces que recojas tu habitación. ¿Te parece normal? —dijo su madre, señalando una montaña de camisetas esparcidas por todo el suelo.

—¿Tú no te ibas al trabajo? Ya lo recojo, estás siempre igual. Yo ya sé lo que tengo que hacer.

 —Y yo lo que no te tengo que permitir. Deja ahora mismo el móvil y ponte a recoger.

 —Que me dejes en paz. Estoy haciendo cosas. Ya lo haré.

  —Tú misma  —dijo su madre, mientras se dispuso a coger todas las camisetas del suelo — .Como están en el suelo, es basura y a la basura me las llevo.

  —Que no mamá, que no… —Eva trato de impedirlo—. Eres una pesada, ahora las recojo, te he dicho.

  —Pesada me llamas, tú no tienes respeto a tu madre. Dame el móvil, quedas castigada sin él una semana.

  —El móvil no…

  Su madre intentó quitarle el móvil y Eva impedirlo. Estaba esperando ese wathsapp del chico más guapo de la clase. No podía llevárselo.

  —Bruja, bruja, eres una bruja, una idiota, no te ves una vieja amargada, siempre regañando, Eva por aquí, Eva por allá. No me extraña que papá no te quisiera. Te odio.

  —Tu comportamiento es incorregible, Eva.

  —¿Incorregible? Bruja, fea, gorda, que eres una gorda, por eso estás amargada

  Eva agarró el móvil, las camisetas, las metió en su mochila y salió de la casa dando un portazo.

   Esa noche no volvió, se quedó a dormir en casa de una amiga. Su madre llamaba insistentemente a su teléfono, así que la bloqueó. Esa noche tuvo una terrible pesadilla. Un monstruo estaba detrás de la puerta de su habitación y le saludaba como si la conociese de toda la vida. Era como una masa informe gris muy oscura y le decía, Eva, tú y yo somos lo mismo. Se despertó agitada y confusa. Se dirigió a la cocina de esa casa extraña para buscar un vaso de agua. Sentía la boca muy seca. Allí estaba la madre de Inés, preparando unas tostadas para el desayuno.

 —¿Te ha visitado el monstruo gris? Le preguntó la madre de su amiga Inés.

 —¿Cómo sabes lo que he soñado?

  —Porque una vez, hace muchos años, también me pasó a mí. Y sabes, con el tiempo, me di cuenta de una cosa muy importante, que yo era quien lo estaba creando.

  Para que las paredes de tu casa no sean negativas y en tu puerta no se asome un temido monstruo gris, tan temido porque anuncia que tendrás que aprender a golpes, en lugar de caminar suave, paseando, en esta primavera de tu vida, lo importante es conocer que muchas veces nosotros alimentamos la negatividad. Pensamos que huyendo a una casa extraña se diluirán los problemas, y lejos de ello, se vienen con nosotros.

 Después de recordar a Eva, limpié mis zapatos de la tierra oscura y me dispuse a soñar, como a ella le gustaría, con una nube plagada de flores rojas.

Cuatro huesos

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Vomitó, y lo hizo con ganas, como provocándose, hasta que notó que la bilis quedaba atragantada en su garganta. Luego lloró, desconsoladamente, como diría su padre, como una niña a la que se le quita la muñequita. Menudo era su padre, con esa voz grave y ese tono alto, autoritario, como pretendiendo comerse el mundo, y ahora, ya no quedaba nada de aquel hombre, si podía llamársele de esa manera. Lo miraba y no le parecía su padre, era un pellejo, cuatro huesos depositados sobre una cama. Lo había odiado tanto, pero ahora sentía que no le quedaba odio, ni siquiera le quedaban lágrimas. Las había agotado en el camino de ida al hospital. Sintió vacío. Mucho vacío. Un hueco en el estómago, como si un ácido le corroyese por dentro.

   Se acercó una enfermera. Una mujer de unos cuarenta años, alta, delgada, de pelo castaño y ojos grandes, de un color opaco, como tristes.

   —No murió de Covid, no fue coronavirus. Le hemos hecho la prueba. Fue un desgraciado accidente. Resbaló en la residencia y cayó, con tal mala suerte que se rompió la base del cráneo.

    No sabía por qué iba a consolarle más que fuera un accidente. Había muerto su padre y, lo que era más desgarrador, sin llegar a quererle nunca.

   La enfermera siguió hablando hasta que entendió que él no estaba, allí, en la conversación.

   —Lo siento mucho, comprendo lo que está pasando. Ahora lo llevarán al depósito hasta que lleguen los de la funeraria. Lo siento.

    —Gracias. Hablaré con la funeraria entonces.

    Entraron dos hombres que, con gran delicadeza, emprendieron el traslado del cadáver a la morgue. La cama quedó vacía. La observó un instante. El mal es como un agujero, la nada, la ausencia.

    Una amarga sensación de regresión hacia su pasado inundó su mente. Se veía, con su pequeño cuerpo, lleno de golpes, por el pasillo, sin encontrar refugio donde acurrucarse y esperar que todo pasase. “A este niño lo enderezo yo —decía su padre, con ojos de poseso y mano abierta. “Déjale ya” —, gritaba su madre. Y él enfurecía todavía más, la apartaba, discutían, siempre gritaba, siempre rompía algo, siempre la rabia atada a su ser y su pensamiento, la rabia que descargaba sobre él y sobre su madre. Esa rabia, la que le dejó tan pegada, durante años, a una sensación intensa de impotencia, ahora eran cuatro huesos. Era la nada. La mirada hueca. La ausencia de alma.

   Salió del hospital con la cara tan desencajada que asombró a su buena amiga Laura, quien le esperaba en la puerta.

   —Te dije que no debías de ir. Que se encargase la funeraria. Te hace daño incluso aunque esté muerto.

  —Tenía que asumir este trance, Laura. Si no lo hubiera hecho yo, hubiera venido mi madre y eso tenía que evitarlo. Ya bastante pasó.

   Laura apretó su mano—. ¿Qué has sentido, Jorge?

   —Nada. Justamente eso, nada. No había nada en aquella habitación. Era eso, él no tenía alma.

Indicios

    Día ocho de diciembre. Un día apropiado para poner el belén. Así lo pensó Marta, quien bajó al sótano de su vivienda, donde se ubicaba el trastero, a fin coger las cajas donde guardaba las figuritas navideñas. Abrió la puerta del garaje y un rastro de gotas rojas impresionadas sobre el suelo de cemento. Por Dios, que no sea sangre, se decía. Era realmente desconcertante. Miró alrededor pero no observó nada extraño, así que se dirigió a la puerta de su trastero para coger las cajas que buscaba.

    Había colocado el tablero y un dibujo de estrellas. Todo preparado para comenzar a poner el musgo, hacer los caminos, el rio, poner el puente. Pero al abrir la primera caja, cuál fue su sorpresa, cuando lo primero que vio, fue un cuchillo. ¡Un cuchillo! y de grandes dimensiones, de unos 27 centímetros de hoja- Menudo escalofrío. No era suyo, no, no, no era suyo.

    Lo inspeccionó y no tenía rastro de sangre, pero aun así, no podía sacarse la imagen de las manchas rojas sobre el cemento. ¿Iría a la Policía? ¿Y si era sangre de verdad? ¿Le inculparían? El cuchillo estaba en sus cajas.

    Cariño, no te habrás acordado y será algún cuchillo que tendríamos, lo dejaste olvidado tras recoger las cosas de navidad. El año pasado guardábamos un jamón en el sótano, pudo ser eso.

     Las explicaciones de su marido sonaban bien. Era eso. Seguro. Menuda tontería.

      Esa misma tarde en la televisión vio a Javier, un vecino suyo. Sí,  un hombre tripón, de bigote pelirrojo, siempre sonriente. Y ahí estaba detenido, según decían, por asesinar a una joven de tez clara y pelo moreno que en la fotografía parecía feliz. Javier negaba todos los hechos, aunque el cuerpo, mutilado, había aparecido en su trastero. Volvió a sentir un gran escalofrío. ¿El cuchillo?

      Asustada, llamó a la policía, y efectivamente pasadas las pruebas correspondientes, el cuchillo tenía rastro de sangre. Quedaba pendiente el ADN para ya saber con certeza si era el cuchillo del asesinato. ¡Qué horror! ¿Cómo pudo aparecer el cuchillo en su caja? ¿Pudo forzar la llave del trastero? Era fácil, la policía dijo que era sencillo abrir esos trasteros.

       ¿Y si fuera al revés? Mientras Marta observaba a su marido, volvió a sentir un tremendo escalofrío.

El oráculo / Sin rumbo

              Antes de partir hacia el círculo de Jano, Suib pensó que sería interesante consultar al Profeta, un alma errante que se vanagloriaba de su carácter antisocial no compartiendo el submundo con las demás, viviendo entre los árboles del Parque del Retiro.  Era un ser curioso, alto, alargado, parecía un hilo de humo. Era también algo maniático. Había que reclamar su presencia con un ritual, marcando en el suelo tres triángulos concéntricos, era una excentricidad del Profeta, pero si no lo hacías, no acudía.

            ! Cuanto tiempo, Suib!- exclamó el Profeta- cayendo sobre un banco con una fuerza inusitada. Voy de camino hacia el Círculo, he pasado por el túnel de las errantes. Es lamentable verlas. He visto acartonada a la vieja Bruja y todavía estoy impresionado- dijo Suib, mostrando mucha preocupación-Además creo que están invadidos por un gas. Al principio creí que era oxígeno, pero ahora lo dudo, porque no pude respirar.

          El aire que respiráis, explicó el profeta está compuesto, aproximadamente, por 78,08 % de nitrógeno,  20,94 % de oxígeno,  0,035 % de dióxido de carbono  y 0,93 % de gases inertes, como argón y neón.  No respiras oxígeno puro, Suib. El oxígeno nos impone una paradoja. Si respirases oxígeno puro continuamente se colapsarían tus alveolos pulmonares. No podéis vivir sin oxígeno, pero a medida que respiráis,  la cantidad de oxígeno define vuestro envejecimiento.  Yo no creo que lo que hayas experimentado no sea oxígeno, prosiguió, habría que hacer un análisis, pero me arriesgo a decirte que, al contrario, por lo que me describes, lo que hay es un exceso de oxígeno. Más oxigeno del tolerable incluso para ti, Suib, errante universal.

         Lo ideal es que no fuésemos tontos, afirmó Suib, y respiráramos solo nitrógeno, nos conservaríamos como una fruta envasada al vacío. El profeta rió. y le contestó : Me temo que la evolución determinó que respires oxígeno, necesitas tu nivel oxidativo. Es el pago de la ley de la evolución, el envejecimiento y la muerte

        ¿Tú crees de verdad hubo un paraíso como el bíblico con otras condiciones? Preguntó Suib.

        Sabia pregunta, incluso imposible para un Profeta- le contestó-No, no lo creo, un cuento del Paraíso, manzanas y eso,  pero entiendo que quizás algo diferente pudo haber, distinto, que pudo haber marcado otra adaptación de los organismos vivos y que por algo se fustró.

    Tu sabiduría me asombra- dijo Suib-Me quedaría años aquí divagando contigo pero tengo que seguir viajando, a ver si encuentro algo que explique el atasco de los Puentes.

     El Profeta se marchó rápidamente,  tal como había llegado, no sin antes regalarle a Suib este consejo: “Sigue adelante, sigue adelante, pero no dejes de mirar cada paso que diste hacia atrás”

 

¿Y si no es oxígeno?/ Sin rumbo

                    Reten pensó que no había mejor opción para investigar el problema que un nuevo análisis de la situación en la zona del colisionador de hadrones. Y allá se fue acompañado de Javier, con la intención de realizar todas las comprobaciones que se le ocurrieran. Utilizó herramientas, medidores, cálculos, pero nada, no veía nada que le pudiese arrojar una pista, hasta que, cuando ya daba todo por perdido,  advirtió que  Javier jugaba con un medidor de gases. Se fijó en su pantalla, advirtiendo que arrojaba unos datos contradictorios.

                    Espera, dijo Reten, ahí está. Hay un flujo de gas, no puedo identificarlo, pero que opera aquí dentro como un líquido, evaporándose y provocando una intensa cavitación. Eso puede causar la inestabilidad elástica de la cúpula y el atasco de los puentes. Pero de dónde sale este gas y qué es.

                    Puede ser un gas modificado, por algo, o alguien, quizás si calculamos su masa molecular- apuntó Javier- podremos saber algo más ¿Estamos en condiciones de hacerlo?

                Mientras Reten proseguía en su búsqueda, también lo hacía Suib, en su particular visita a las almas errantes. ¿Hay alguien más aquí que sepa algo? preguntó a la Doncella y al Inglés. No creo, contestaron al unísono las almas errantes, la mayor parte de las criaturas que aquí vivían ya están acartonadas, son materia muerta, cartones, nada. Nos pasará a nosotros también- dijo la Dama- es triste, muy triste,  si no detenemos el avance del oxígeno.

                  Suib comenzó a toser. No es nada, no es nada, masculló, me ahogo. Suib comenzó a sentir una presión incompatible con la presencia de oxígeno en grandes cantidades como al principio parecía. Tuvo que hacer uso de su mochila de oxígeno para respirar.

                 ¿Y si no es oxígeno? Al principio me pareció que sí, pero ahora…no respiro. Sea lo que sea no era propio de ese submundo, ya que paradójicamente, estaba “matando” a las criaturas fantasmales, El problema era complejo, realmente complejo, pensó Suib mientras se despedía, para proseguir su camino hacia el círculo de Jano.

            En ese momento, les sorpendió volando una imagen acartonada, que exclamaba con voz entrecortada: ¡son ellos, han sido ellos ¡ cayendo acto seguido al suelo.

               Suib reconoció enseguida esa figura de cartón. Todos la conocían por el nombre de Berta, la bruja del abismo. Ella guardaba el tránsito al inframundo, y siempre evitaba que las almas buenas, por muy errantes que fueran, cayesen en sus aguas.Desconcertaba verla así, sin vida, con la misma textura de una caja de cartón . Ya ves, afirmó  el Inglés, pronto todos seremos eso, cartulinas extendidas por estos túneles. No hay esperanza.

             ¿Pero quién eran ellos? ¿A qué o quién se refería la vieja Berta?

Oxígeno/ sin rumbo

       No fue la pérdida de una batalla, ni siquiera la batalla de la vida, la que llevó a Suibhne a aceptar su destino de errante. Fue justamente todo lo contrario, en él se depositó la mayor confianza y se le otorgó todo un poder, no precisar de los portales para visitar las diferentes realidades. Este poder llevaba una gran obligación como maestro y padre de las siete sagas: la necesidad de dar cohesión a la función de todos los mundos, siendo guía material y espiritual y quien sabe, algún día, poder ser testigo de la normalidad del tránsito entre las diferentes fases. Reten estaba destinado a sucederle en su función pero en un mayor estado de cohesión, juntando el mundo errante de Sweeney y la guardia de los portales  temporales de Jano. Era tal su destino, que existía un grave peligro de que pudiera pasarle algo, pues a ninguna fuerza del mal le podía interesar su existencia. Por ello,  el Comité de Sabios decidió se fingiera su desaparición, siendo llevado a la dimensión terrestre y adoptado como si fuera un huérfano normal. Suibhne nunca dejó de seguirle el rastro, por eso cuando el eje terrestre determinó el atasco entre portales, el día 5 de junio de 2017, no fue casual ni la pérdida de su empleo ni su encuentro en el almacén.

     Suib- como era conocido- sabía que Reten solucionaría el atasco en cualquier momento, pero tan importante como hacerlo era averiguar la causa real del mismo y quien estaba detrás. Cuando nos preguntamos a quién le interesaría dejar a la tierra aislada en el siglo XXI, en el año dos mil diecisiete, sin que ninguna intervención pudiese hacerse en el acontecer de la misma, nos podemos imaginar miles de sospechosos. Lo principal, en esta búsqueda, era averiguar que está pasando a partir de septiembre de dos mil diecisiete y cuyo control se intenta evitar por los guardianes del principio. ¿Pretenden un cambio de la historia? ¿Un caos en el que no se pudiera intervenir? Sabía que la aparente normalidad que vivía la tierra en estos momentos era eso, apariencia, y temía que si no se actuaba pronto poco se podría hacer.

           Como quiera que los portales estaban cerrados, la única manera de averiguar algo era  que el vagabundo Suib se internase en las calles de Madrid en busca de alguna respuesta. Por eso debió partir tras encontrar a Reten en el almacén, dejándolo a cargo de Sweeney (y no lo contrario).

            En un local, hoy destinado a bar, de la Plaza del dos de mayo, existe una puerta al espacio de las almas errantes, aquellas que por alguna cuestión se encuentran atrapadas tras su muerte y vagan de un lugar a otro sin cesar. Suib pensó que sería un buen lugar para empezar a investigar. Siempre había contado con la simpatía de esas lúgubres almas fantasmales, pues, de alguna manera, compartían el pesado destino de no estar en ninguna parte.  En aquel submundo no había oxígeno, por lo que tenía que portar una mochila auxiliar para facilitarle su respiración.

           ¿Dónde va? le preguntó el camarero, al ver que Suib entraba en el local y se dirigía a la trastienda. Suib hizo caso omiso, corriendo el camarero tras él, en un intento fallido de retenerle, pues la imagen de Suib desapareció como el humo, dejando atónito al empleado del bar.

           Suib  siguió un estrecho pasillo hasta una estancia donde la sensación de humedad era intensa. Allí se encontró con  la Doncella y el Inglés, dos de las más sabias almas errantes. De hecho, llevaban errando desde la guerra de la Independencia y habían visto muchas cosas. “No es nuestro el movimiento” le dijo el Inglés, a nosotros también nos está afectando. Mira mis manos, dijo la Doncella, se están agrietando como cartón piedra. Algo hay en el aire en este submundo. ¡Nos está entrando oxígeno! Y era cierto,  Suib retiró el tubo de inhalación y pudo comprobar podía respirar…Oxígeno.

        Y que hubiera oxígeno donde no debiera estar decía mucho sobre la posibilidad de que hubiera una fractura de las dimensiones de la tierra. ¿Qué pudo causar esa fractura? ¿Dónde se localizaba?

        Suib- dijo la Doncella- tienes que acabar con esto, estoy envejeciendo, hecha un asco, es terrible, terrible. !Ayudanos!