Es una de las personas que más quiero, pero no soy parcial cuando aplaudo su talento. Tiene algo, un toque impresionante, una maestría con las letras asombrosa. Lo que no tiene es botón de reblogeo en su blog, se lo digo…..pero hoy, saltándome el inconveniente he cortado y pegado su poema. Cierto, impresiona, es impactante, no busca frases hechas, ni apegos a maneras al uso.
He aquí un Poema de Boadicea( Pilar Astray Boadicea) al estigma que por siglos y civilizaciones ha rodeado a la menstruación.
Juzgad por vosotros mismos, ahora os dejo con ella,
POEMA PARA DÍAS ROJOS
Tener la regla como las gatas que maúllan
cosiendo sus ásperas lombrices en silencio
en un desgarrador grito congelado.
Manchar las bragas como María Magdalena
y lapidarse ante las miradas ajenas.
Frotar, frotar, sin tregua.
Sentarse en el suelo del vagón
como un gran orbe rojo y señalarte,
esta es mi sangre,
yo soy una mujer que sangra
y chapotea en su basura.
Exhibir las compresas,
preguntar a las vecinas por la cantidad
y el color como quién pregunta del tiempo.
Exigir un té caliente en los días no nombrados,
morirse,
autosuicidarse
un largo siglo al mes,
romper la infinitud,
sellar para después la risa.
Ser tu muerte,
tu no vida desparramada por el wáter,
ser la niña que no olvida
el día del comienzo de esa herida
y los susurros del recreo.
Cu-chi-chear.
Casi podría ser Cuchi una nueva marca de tampones,
pero tú quieres entregarte a lo salvaje
e huir de todas tus glaciaciones.
Sabes que no eres la bella oveja blanca
porque eres mujer que sangra
y se cuelga del espejo.
A veces no hay nadie
y no danzan los esqueletos.
Coges un pañuelo y te lo pones en el pelo,
y posas como para una madre
y te haces tierra de cajón.
Solo es un instante
antes de la montaña rusa
y el vértigo del golpe
en los ovarios.
Fotografías la luna que se te va
tan llena de luz, tan tuya
y tan roca muda
como una leve constelación de barcos fantasma.
Tú sabes de tu pozo
y como se apellidan sus esquinas.
Bajas sin cuerda sola
a descubrirte
en tu fragilidad de mujer asaltada
por el ciclo natural
que te asesina las entrañas
y te exime de la culpa,
de la creación y de la duda.
Otra vez será cantan ebrias las luciérnagas de tus ancestros
y te recuestas desnuda sobre tu caballo indomable,
desnuda, con tu vestido favorito,
bajo cirios de abismos.
Eres tu eco de feminidad
mártir de una juventud que se silencia
en la fachada que desboca su pintura
en una revolución por tener nombre de aldea
y ser termita en estampida.
Mírame,
construyendo mi nido, temblorosa
con todos mis caminos recorriéndome la piel,
como hoy nunca será este trueno
que me deja en esta zanja
y mis cenizas consumiendo mi absurda vergüenza
ante el olor
de mi sacrificio natural
de antigua marea.
Somos la cinta de sal
y somos las ballenas de árboles gigantes
estas noches de erizo
en la humedad de nuestro sexo eterno en flor
rebosante de escondites sin cerrojos.
Esta sangre
no es un bodegón que se intuye cereza seca y suave,
es mi realidad abierta,
mi cierva a salvo de las balas,
sin discordia entre mis dunas de diamante
me desagüo,
me desagüo,
no preguntes.
Mi penumbra
yace intacta para el insaciable cosmos,
es por esto que nos vallaron el paraíso
y nos hicieron extranjeras que relinchan
una vez al mes
encogidas como huesos miserables
ya marcadas para caldo de virtudes.
Hoy somos milagro sin siembra
que se repliega
testarudo ante sus crímenes.
Danzamos
Con un fulgor de algas en los ojos,
nos reducimos,
nos endurecemos,
nos sabemos mortales
bailando en círculos.
Habiendo esquivado el incienso
no somos polvo
ni nos dirigimos a la borda con un salto,
con la tranquilidad de habernos traicionado
como las sumisas yeguas que jalean
siempre cerca y siempre lejos,
siempre nosotras,
nos reconocemos en los miles de rostros
y nos abrazamos para recomponer
el inmenso gong que hoy nos nombra.
Oigo la rebelión exacta de las estatuas,
la cadencia perfecta del ahora
y el instante vital que se desploma
y me sujeta a este planeta
está llenando de amapolas mis gusanos
con un pigmento de campana.
Deshilvano mi fingida inocencia
en este cementerio macabro rutinario
que solo yo conozco
y en el que todas me acompañan
con sus molestias de hembra y sus rastrojos.
Giran en el viento
las sombras de las quemadas por un falso cielo
al que aúllan nuestras lobas y taladran nuestras escobas
arrastrando para nosotras el espectáculo nupcial de la lluvia
sobre las cosechas.
En nuestro interior
hay un ejército de semáforos impertinentes
erigiéndose con burla ante el silencio de las olas.
Nos amordazaron,
nos asesinan y sabemos
que hay mucho ruido para seguir tecleando,
para seguir componiendo,
para seguir sangrando,
pero sangramos,
y este es nuestro sagrado linaje
donde nadie puede talar el inmenso bosque
que forma nuestra única voz
cuando nos hermana la madre
y allí todas, somos una.