Si hubiera en realidad un árbol de la vida,
tendría hoy las raíces bien marchitas,
y desparramadas cual onda expansiva,
sobre las aceras donde pisan los demonios
y sufren miedo los ángeles.
Quizá,
sí contásemos con anteojos de misericordia
podríamos ver un verdecino brote,
entre los escalones que llevan a la periferia
del incesante tránsito de las almas,
negociadas,
sobre la inocencia del fracaso.
Y es que entender que no existe
ni fracaso, ni prueba, ni pálpito, ni nube,
es dejarnos desnudos
en las fábricas de manos vacías.
Despierta,
esta tierra,
de raíces marchitas,
no te promete atributos,
no hay dones regalados
ni penas merecidas.
Solo hay ganancia
de quien marca las cartas
antes de que empiece partida,
repóquer de ases,
jaque mate
a toda vuestra satisfactoria indolencia.
La ausencia de dolor se parece mucho
a un pacto satánico
para nuestra bien llevada ceguera,
por no querer ver, no vemos
ni siquiera nuestras propias miserias.
Aunque yo te pido,
de forma persistente,
que mires.
Sé feliz, mientras puedas.