Invernando,
las alas del infierno,
encontraron hospedaje
en el invierno,
y rompieron los faustos
terrenales
desbocando al viento,
cada vez más negro.
La cueva se hizo más fría
y fue el albergue
de un ejército mutante,
que se confabuló contra las nubes
y dinamitó todos los puentes
de nuestras posverdades.
El mar gritó,
luego gritó la tierra,
gritó la savia entera
y la montaña
la carcoma de los bosques,
el avance de las sombras,
la contaminación.
Hubo muchos,
que se taparon los oídos,
mientras comentaban
desde su móvil
su mejor selfie posmoderno,
de sus múltiples realidades
tan imaginarias como relativas.
Y ahora se preguntan,
por qué no son indemnes
al vampiro que acecha la puerta de su casa.
Super-hombres,
tropezando
en el universo de los zombies.
Super-hombres
tropezando,
frente a la duda,
y he ahí la pregunta,
quizá yo también fuera
un muerto en vida,
tan ausente,
de ti y de mí mismo.
Cuando nuestros antepasados
precisaban purificarse,
se descalzaban sintiendo el tacto de la tierra,
el peldaño de ascenso,
la mejora,
ese saberse parte,
solo una pequeña parte de todo.
Nadie es inmune a lo que construya
o a lo que destruya.
La naturaleza impone
el orden de las cosas.
Nuestra primera obligación es conservarla
para conservarnos.

Ahora te pido dos segundos. Observa la belleza del paisaje, los cálidos colores que te arropan. Respira. Siéntete dentro, siente el calor de los rayos del sol, recuéstate sobre la hierba de forma imaginaria. Vuelve la vista a la imagen ¿Ves algo entre las piedras? ¿En el árbol? ¿En algún extremo del bosque? Es tu mirada la que sana y retoma la luz de un nuevo día.
Tú eres el mejor paisaje. Cuídate.
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