Va pasando la vida

             Va pasando la vida, y no despacio,

             enredada y asida a correntías,

             unas fuertes mareas, marejadas,

             y otras olas pequeñas, como rimas,

de los besos que siempre prolongamos

             y regalan, a saltos, la alegría.

             Va pasando la vida, tropezando

             con los cantos más grandes y pequeños,

             los vaivenes del tiempo y el espacio,

el desamor, las luces, y ese fuego

que prende el amor en nuestros labios.

             Va pasando la vida, como un juego,

la fortuna en su rueda traicionera,

unas veces nos alza, otras nos lleva

boca abajo, sin rumbo, sin espera.

             Va pasando la vida, y es lo menos,

que cuente el tiempo el reloj

y que el otoño traiga vides

repletas de las uvas de septiembre,

y las lluvias y el frio de noviembre

             pues la nada es el olvido y la carencia,

             el vacío del alma y la tristeza,

             ese no hallar sentido, y en un sueño

             sumergirse en las glorias del pasado,

             a veces tan amargo, a veces tan distante,

             y otras veces tan cálido y vibrante.

             Va pasando la vida, como un soplo.

             Y pobre del que huya de este paso,

              siendo fantasma de sus propios miedos,

              exista sin vivir, y muera entre lamentos.

              .

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Respiro

He quebrado las patas de la mesa

ya no hay espacio para comensales,

ni peces, ni vino,

ni siquiera uvas,

para una agradable sobremesa.

Los cubiertos no encuentran mensajeros,

mientras una gaviota,

busca carroña en mi basura.

La observo detenidamente,

desde la ventana,

preguntándole,

por qué tantas veces,

avistamos mar abierto

y nos conformamos con un patio soleado.

La necesidad de supervivencia

es un programa reactivo,

que se enreda en el camino fácil,

sin hacernos conscientes,

que ya es hora, ya es hora,

de sobrevolar el laberinto.

La lluvia espanta

a la solitaria gaviota

y yo me quedo danzando

festejando

que nada me alimenta.

No deseo tener una larga melena,

ni unas uñas pintadas de dorado.

No preciso nada,

No deseo nada,

respiro,

exhalo,

respiro,

permitiendo me alcance

el aire renovado,

de mi misericordia.

La noche era oscura

Era una noche oscura,

sin huella de una Luna,

ninguna luminaria

asomaba en el cielo.

Mis ojos eran negros,

confusos, silenciosos,

amargos y distantes,

de las velas ausentes.

Y el bosque ya marchito,

inundado, impreciso,

con todas esas lágrimas

que me quedaron dentro.

El dolor es mi espejo,

lo único presente,

la espada que me atrapa,

la restricción, otoño,

plagado de desiertos.

Y en esas horas negras,

oscuras y pérdidas,

no hay nada que me una

esos pedazos solos.

No hay nada

nada

Ya no encuentro herramienta

para amainar tormentos

renaciendo la vida,

a pasos, pasos lentos.

Me quedo en el dolor,

más tiempo del preciso,

quiero la herida abierta,

la ausencia de sutura,

no voy a persistir

en transmutar mi sangre

en una flor de primavera.

El dolor no te engaña,

ni tampoco abandona.

Los sueños sí te rompen,

te abandonan, te increpan,

te culpan, te arremeten.

No plantaré una flor.

La noche es muy oscura.

Y sin embargo,

aunque no lo comprenda,

hay algo en mi,

que me empuja a salir,

en pleno mediodía

Y plantar esa flor

que dije no plantaba

Y seguir en el sueño

de las velas ausentes,

Y a amarlas en la ausencia

y en pura rebeldía,

robar el fuego externo

e iluminar mi estancia,

frente a todo decreto,

venga del propio abismo.

En esta noche oscura

no hay más que versos rotos..

Ausencia

Hay cosas sencillas, cotidianas,

que emergen en todos los paisajes,

un pequeño jarrón, las flores en un patio,

la diversidad caótica del tráfico,

un beso para ti,

aquella mirada

y el imponente palpitar del fruto

de un naranjo.

Y, aun así,

persistimos en buscarnos en conceptos

con complejas palabras enredadas

en la maraña de nuestras propias ausencias.

No es posible entender la vida

sin vivir apegado a la realidad más perceptible.

Ni la vacuidad del universo,

la nota primordial,

el símbolo del tiempo,

la divagación finita,

puede llevarme

a tus labios

si me ausento.

Interrogante

             ¿Y si hubiera una magia de las cosas?

              La lámpara de un genio imaginado

              que te concediese los deseos,

               sin límite de número ni tiempo.

                Pedirías, quizá, la eternidad, la luna,

                la abundancia, un cofre de tesoros,

                ser un sabio, saber la profecía,

                leer los posos de café de la mañana,

               presentir, adivinar o ganar siempre,

               en todos los instantes de la vida.

               Y si eso fuera así, tu yo omnipotente,

               ¿Sería acaso un yo perfeccionado,

               o una incorrecta desviación que absurda,

                divaga entre los restos del deseo?

             ¿Serías quizá lo que siempre soñaste?

                O, tal vez,

               ¿tu peor versión?

                 Los interrogantes descansan

               en la acera del pensamiento,

                 sacudiendo las baldosas,

                  para abrazar, renovados,

                  el nacimiento de una margarita.

                   El diseño es tan perfecto

                    que habría que felicitar al creativo.

3 de abril. 32 años y un laberinto

Víspera de Befana de 1999. Marcelo esperaba impaciente el regalo de esa vieja maga de zapatos rotos. Su padre le había prometido llevarle al laberinto de Villa Pisani.

      Era una mañana cálida, pese al invierno. Marcelo se entretenía dando vueltas al laberinto persiguiendo a una mariposa blanca, sin pensar en otra cosa.

      —Vas haciendo círculos —le indicaba su padre—. Síguenos, no quiero que te pierdas.

      Marcelo hizo caso omiso. Se perdió, como era de prever, y varios guías tuvieron que emplear todos sus esfuerzos en localizarle.

      —Te lo dije —le regañó su padre—. No sé si Befana traerá regalos para ti esta noche.

        Sin embargo, Befana trajo regalos. Siempre se compadece de los niños traviesos. Además de sus juguetes preferidos le dejó una carta, lacrada con un raro sello de color blanco, que solo podría leer al cumplir 32 años.

    Marcelo conservó la carta y, aunque tuvo muchas tentaciones de abrirla a lo largo de los años, no lo hizo, quizá porque creía internamente que ese sobre amarillento conservaba algo que se esfumaría,si no cumplía con sus indicaciones.

   Marcelo, aunque fue hallado aquel día por los guías turísticos, llevaba una vida metafóricamente apegada a la continua pérdida, en los senderos de un complicado laberinto, persiguiendo una mariposa blanca que nunca alcanzaba. Había caído una y otra vez en profundas oscuridades y nada parecía satisfacerlo. Desordenó sus horarios, abandonó sus estudios y acabó trabajando en cualquier cosa por pura supervivencia. Su novia, Sofía, una muchacha alegre y cariñosa, no tuvo más remedio que dejarle tras múltiples engaños y faltas de compromiso. Nunca llegaba a tiempo a los sitios y siempre había una disculpa para no mirarse en el espejo.  Hoy era su 32 cumpleaños. Esa mañana se despertó con una tremenda resaca. Tocaba desayunar paracetamol y un café bien cargado. Cerró el teléfono. No podía ni aguantar el sonido de las llamadas de felicitación de cumpleaños. Mientras bebía el café se acordó de aquella carta. Era el momento de conocer qué decía.

        Querido Marcelo:

     Cuando se estropea un aparato doméstico y hemos de acudir al temido libro de instrucciones, podemos invocar a la divinidad en arameo, más no evitaremos chocarnos con la ineludible realidad: No hay quien lo entienda. La vida se asemeja, a veces, al aparato con instrucciones deficientes, como un código indescifrable en el que no encontramos la tecla del reset. ¿Dónde estará esa dichosa tecla? ¿Dónde el reinicio? ¿Dónde estará ese lugar que todos buscamos?

    Al final todo se reduce a un callejón que parece no tener salida, sin internarte en caminos estrechos y sinuosos, entre la oscuridad y la claridad. ¿Cuántas lecciones precisamos para ver el final del laberinto?  El hombre vive en la eterna duda, pero hay algo que nos puede guiar. El peor enemigo, para buscar la salida a nuestro propio laberinto, no es lo malo que nos pueda pasar, ni la dificultad de su diseño. Es el miedo, Marcelo, el miedo. Ninguna de las páginas más negras de la historia de la humanidad se hubiera escrito sin la complicidad del miedo de los que callan. Es natural, el instinto de supervivencia se impone sobre todo, aunque se nos vaya todo en ello. Por eso quizá la tecla de reinicio reside en algún lugar más allá del miedo; más allá del instinto. Pero para no tener miedo, no debemos sentirnos solos. Marcelo, no temas, haya pasado lo que haya pasado, eso no te define. Nadie es su pasado, sino quién quiera construirse en el presente. Siempre serás bienvenido. Es hora de sentirnos conectados.

  Preparé tu cuarto, con sábanas de amapola, y encendí el incienso de rosas, para tu bienvenida. Quería recorrer tus ojos, agarrarte las manos y visitar las estrellas. No llegaste. Quizá te despistó una sirena o tal vez un pirata, esos mares siempre tienen turbulencias. Seguiré esperando, tejiendo nubes, porque, algún día, todos acabamos llegando a Ítaca.

       Los sueños infantiles se quedan impresos en algún lugar de nuestra memoria. Ese lugar en el que encontramos quizá lo más auténtico de nosotros mismos. Era la hora del regreso. La tecla del reinicio, nunca mejor dicho. Su madre le había escrito esa carta 20 años antes. Lo seguía esperando, tejiendo nubes. El mejor regalo de su 32 cumpleaños fue el abrazo de los suyos.

1 de abril.¿ La vida te arrolla?

       Buenas tardes, permítanme que me presente hoy aquí, de improviso. Me llamo Aurora y quienes me hayan leído en una anterior entrada conocerán alguna cosa de mí. Mi creadora me ha pedido que les cuente algo sobre mi vida, lo que me resultó más difícil de aprender y, por lo que, en ocasiones, sufrí muchas desilusiones. Yo era como un recipiente, un pequeño cubo que se pone en el exterior y no se mueve, de forma que si llueve recibe lluvia, si nieva nieve y si hace un sol arrollador se abrasa. La vida me arrollaba, yo no tenía las riendas. Y esa fue la experiencia de vida que me costó más aprender. ¿Y cómo lo hice? A base de golpes, desilusiones y sensaciones de caos. Reconozco que en ese proceso tuve un encuentro providencial.

         Mi primer día de colegio encontré a mi mejor amiga, fue la primera que me habló. Las otras no lo hacían. Me eligió ella, no yo. Y a partir de ahí, mi vida comenzó a funcionar con las mismas reglas.  Cuando llegó la adolescencia, yo quería tener novio como las demás, y mi primer novio fue uno de los primeros que me lo pidió. Resultó un fiasco. También él me eligió, yo solo estaba esperando como ese cubito en el exterior, a recibir agua, nieve…lo que fuera. Conocí a mi marido en una fiesta de cumpleaños. El primero que me pidió bailar. También fue un horror. Doce años de matrimonio convertidos en martirio. Elegí mi profesión tras consultar mi carta astral. Al final la dejé por aburrimiento y comencé a estudiar filosofía, y ahora estoy aquí, dando clases de filosofía en una ciudad que elegí en una tirada de dados.

        Mis parejas me decepcionaron, mis amigas me decepcionaron, mi trabajo me daba problemas. Un día, leyendo el periódico, observé un anuncio de una consulta de psicología. Marina Bao, psicóloga. Me gustó el nombre. Y como todo en mí es intuición, allá fui. Lo que yo ahora les voy a contar, para mí, fue esencial. Una mujer de 52 años resultó iluminarse por una joven de 30. Desde ese día, podríamos decir que, pese a mis peculiaridades, he tomado las riendas de mi propio carro.

       —Así que te gustan los dados para guiar tu destino. Juguemos al tarot.

       Marina puso encima de la mesa de la consulta la carta del carro. Genial, pensé, la primera psicóloga bruja que me he encontrado. Gracias universo, será mi psicóloga para siempre. Pero ella me preguntó:

      —¿Qué opinas de esta carta?

      —Pues el carro, el regreso, el destino.

      —¿Cómo elegiste este destino, trabajar aquí?

      —Porque en los dados me salió el seis. Asigne un número a cada destino del concurso de traslado y salió el 6.

     —¿Y a tu marido?

     —Porque ese día bailamos y me pareció que la luna brillaba más fuerte. Era un mensaje. De todos los que allí estaban, era el más guapo.

     —¿Tus amigas?

    —Aquellas que quisieron serlo.

    —¿Y tú, cuando has elegido algo?

      Me quedé pensativa. Era cierto, eludía mi responsabilidad al elegir, esperando que la vida me diera lo que me correspondiera.

      —Si eres un mero recipiente estático, recibes las inclemencias del tiempo. Si decides dónde situarte. Podrás recibir lo que buscas. Eso no quiere decir que no puedas tener desilusiones, pero lo que tú haces es jugar a la ruleta rusa —observó Marina.

      Era eso, en la vida no hay que esperar lo que venga. Hay que elegir. Para elegir debemos aprender a saber lo que queremos. De lo contrario, la vida te arrolla.

Y si digo

Y si te digo que tus ojos son como esmeraldas

despertando a la luna,

me dirás que te hago una metáfora,

no muy realista

porque tus ojos son del color de la miel

y les duele la noche.

Nuestras oscuridades son un campo de batalla

y no tenemos gafas de visión nocturna.

Quise encargar en Amazon una lámpara azul

pero informan que el producto está descatalogado.

Quizá podamos vernos

en la estantería de los libros prohibidos,

único lugar en el que encuentro

el código secreto para hablarte.

Es duro comprenderte, mi adversario,

ese incombustible antagonista,

que no teme a la luz.

Siempre fantaseo

que existe un lugar como refugio

de los buenos momentos

y que algún día hallaremos un motivo

para descorchar los sentimientos

y sentir como la pasión recorre

todos los segundos de mi tiempo.

Fuera de mí. Dentro de mí.

Arriba y abajo.

Una palabra puente,

para transmutarnos

entre las luminarias de diciembre.

Y si te digo que tus ojos son la miel serena

que despierta el sabor de tus abrazos,

me dirás que es una metáfora

y no muy realista,

porque tus ojos a veces son tan verdes

que se pierden

en las profundidades de tu bosque.

Y es así, mi adversario, que entenderte

supone enfrentarse a mis silencios.

De esta historia hay que salir indemne

para no repetirla en otra vida.

Aunque si fuera así, también confieso,

que quizá tus besos

calmarían la sed de mi sonrisa.

Espejismo

Con demasiada habitualidad

nos nominamos,

magnificando estados,

frase que relega las emociones,

a un envoltorio de juguete.

 

Mejor que nunca

amplifica el tengo miedo,

no sé cómo transcurrirá este día,.

Otras veces asimos, 

el altavoz de la queja, 

sin comprender que eso que te carcome,

y corroe todos tus metales,

tiene poco que ver con las afrentas

y mucho que decir de tu viaje.

 

En la esquizofrenia del éxito,

la programación del resultado

es la celda de tortura.

La siempre interminable

exhibición de los logros,

los grilletes de tu esclavitud.

Si desatamos las manos

veremos,

como la trampa está en la meta,

es como un espejismo,

que te parasita

y te obliga a seguir en la carrera.

 

 

 

 

El rayo que me alcanza

Después de unos días de obligada actividad en otros ámbitos e inactividad del blog, ahí va mi primera recuperación:

 

EL RAYO QUE ME ALCANZA.

 

Yo me erijo entre las noches,

anestesiando el dolor entre la ropa,

pues el rayo que me alcanza

sobre la descordura de mis manos,

se erige en la sombra de los parias.

 

Cuando la condena es no poder confesarse,

es un insulto recibir castigo,

y no hay alimento que deslumbre

la lealtad del pasado,

el nuevo desconcierto

y el retablo de sueños de futuro.

 

El rayo que me alcanza

no tiene muesca ni número de serie

sino una decimal aproximación,

un maremoto,

de pulsiones que vienen y que van,

que a veces ni me escuchan

y que claman libertad cuando son yugo,

ese tan propio,

que eleva al victimario a tan alto poder

que incluso mendiga la indulgencia.

 

El rayo que me alcanza

tiene un poco de cielo entre su risa,

un segundo de luz,

ese que empuja,

con la fuerza titánica de un Dios

a los desamparados de la vida

 

Y aquí estoy, o estamos

para decir sin trampas

que la verdad perdura

y siempre en la baraja

hay un angélico comodín para el que sufre.

 

La cuestión es no perderse deslumbrado

ante el repóquer de quien aprisiona

en celdas de versiones la palabra.