Buenas tardes, permítanme que me presente hoy aquí, de improviso. Me llamo Aurora y quienes me hayan leído en una anterior entrada conocerán alguna cosa de mí. Mi creadora me ha pedido que les cuente algo sobre mi vida, lo que me resultó más difícil de aprender y, por lo que, en ocasiones, sufrí muchas desilusiones. Yo era como un recipiente, un pequeño cubo que se pone en el exterior y no se mueve, de forma que si llueve recibe lluvia, si nieva nieve y si hace un sol arrollador se abrasa. La vida me arrollaba, yo no tenía las riendas. Y esa fue la experiencia de vida que me costó más aprender. ¿Y cómo lo hice? A base de golpes, desilusiones y sensaciones de caos. Reconozco que en ese proceso tuve un encuentro providencial.

         Mi primer día de colegio encontré a mi mejor amiga, fue la primera que me habló. Las otras no lo hacían. Me eligió ella, no yo. Y a partir de ahí, mi vida comenzó a funcionar con las mismas reglas.  Cuando llegó la adolescencia, yo quería tener novio como las demás, y mi primer novio fue uno de los primeros que me lo pidió. Resultó un fiasco. También él me eligió, yo solo estaba esperando como ese cubito en el exterior, a recibir agua, nieve…lo que fuera. Conocí a mi marido en una fiesta de cumpleaños. El primero que me pidió bailar. También fue un horror. Doce años de matrimonio convertidos en martirio. Elegí mi profesión tras consultar mi carta astral. Al final la dejé por aburrimiento y comencé a estudiar filosofía, y ahora estoy aquí, dando clases de filosofía en una ciudad que elegí en una tirada de dados.

        Mis parejas me decepcionaron, mis amigas me decepcionaron, mi trabajo me daba problemas. Un día, leyendo el periódico, observé un anuncio de una consulta de psicología. Marina Bao, psicóloga. Me gustó el nombre. Y como todo en mí es intuición, allá fui. Lo que yo ahora les voy a contar, para mí, fue esencial. Una mujer de 52 años resultó iluminarse por una joven de 30. Desde ese día, podríamos decir que, pese a mis peculiaridades, he tomado las riendas de mi propio carro.

       —Así que te gustan los dados para guiar tu destino. Juguemos al tarot.

       Marina puso encima de la mesa de la consulta la carta del carro. Genial, pensé, la primera psicóloga bruja que me he encontrado. Gracias universo, será mi psicóloga para siempre. Pero ella me preguntó:

      —¿Qué opinas de esta carta?

      —Pues el carro, el regreso, el destino.

      —¿Cómo elegiste este destino, trabajar aquí?

      —Porque en los dados me salió el seis. Asigne un número a cada destino del concurso de traslado y salió el 6.

     —¿Y a tu marido?

     —Porque ese día bailamos y me pareció que la luna brillaba más fuerte. Era un mensaje. De todos los que allí estaban, era el más guapo.

     —¿Tus amigas?

    —Aquellas que quisieron serlo.

    —¿Y tú, cuando has elegido algo?

      Me quedé pensativa. Era cierto, eludía mi responsabilidad al elegir, esperando que la vida me diera lo que me correspondiera.

      —Si eres un mero recipiente estático, recibes las inclemencias del tiempo. Si decides dónde situarte. Podrás recibir lo que buscas. Eso no quiere decir que no puedas tener desilusiones, pero lo que tú haces es jugar a la ruleta rusa —observó Marina.

      Era eso, en la vida no hay que esperar lo que venga. Hay que elegir. Para elegir debemos aprender a saber lo que queremos. De lo contrario, la vida te arrolla.

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