Que el mal existe en algunas personas es una realidad. No hay locura en el vecino que a la par de sonreir amablemente cuando va a comprar el pan, maltrata a su pareja, a su madre, a sus hijos o a sus dependientes. No hay locura en él que, anteponiendo sus propios deseos objetualiza a los demás, buscando en ellos la satisfacción propia, sin ninguna empatía con sus sufrimientos, sea por dinero, sea por satisfacerse sexualmente, sea por orgullo, sea por despecho. Pero el mal dota a las personas de una característica propia:Su mirada. Obviamente los ojos son diferentes en su forma o color, pero la mirada, la mirada, siempre me impresiona la misma.
Hace unas semanas, reflexionando en estas impresiones, escribí lo que ahora comparto:
LOS OJOS DEL MAL
El mal no tiene corazón
El mal tiene mil rostros
pero el mal siempre observa con los mismos ojos
atornillados, fijos, impasibles, rotos
encallados sin puerto, a veces hirientes,
otras perdidos, anclados, sin destino
Por mucho que se escondan
Oscuros, huidizos, cabizbajos
Por mucho que te devuelvan desafiantes la mirada
Inexpresivos, arrogantes, pretenciosos
Siempre son los mismos ojos.