No temo la crueldad de la batalla, ni el fracaso, lo que temo es recrearme en esa sensación de pérdida, porque cada minuto que nos autocompadecemos y seguimos en la queja, perdemos un segundo de subida.
Confieso, a veces, he perdido batallas.
He perdido silencios,
rutas, tiempos.
Pero también confieso que no lamento el fracaso,
lo que lamento,
es no haber sido capaz de rescatar las lágrimas
para formar un acordeón con sus sentidos.