No preciso mil bastidores
para tensar el lienzo
en la imprimación de tus paisajes,
en esa textura del acrílico,
deshojando las aristas de mi literatura,
con la belleza impresiva de tu Venus.
Siempre me gustó el toque del aceite de nuez,
versatilizando los colores,
en ese aroma renacentista,
entre soportales y abanicos,
buscándote en las puertas,
para conjurarte
en la rebelión de los condenados,
“sol entre las estrellas”,
en el último cielo de tus ojos.