
La estancia está vacía,
una fantasmal batuta
marca la pauta de una vieja canción.
Madrid tiene las calles ausentes.
Las aceras del sueño
se transmutan
en aceras del miedo. Hay mucha bruma
y el silencio abarrota la cotidianidad.
Cuando te conocí aun existían baladas,
que hablaban del amor romántico
y labios de pasión.
La voz de una cantante armoniza
los vórtices del Jazz.
Rotación, expansión, contracción,
y la lucha a fuego abierto,
resiliente a vislumbrar los disfraces
que arman de balas la razón.
Un joven busca referencias
en lugares ignotos y lenguaje barroco.
La desnudez siempre impresiona sencilla,
pero no hay nada más complicado
que lo sencillo y humilde sin ser impostado,
si es que en este mundo
queda algo
ajeno a la impostura.
Y si me hablaras de ti,
una vez más,
desprovisto de la auto-idolatría,
desprovisto del yo,
quizá pudiéramos recoger margaritas
y hacer un centro para el salón.
Lo circunvalaría nueve veces,
nueve olas,
para no revelarme a la paciencia.
El dolor emocional nos avisa
que hay algo inconcluso en esta huida.
Quizá falten palabras y los símbolos
hoy disputan su trono pervertidos
de toda su abstracción.
Nadie navega mar adentro,
sin reconocer sus limitaciones.
La voz de la cantante domestica
el juego de partículas,
transfigurándolas
y mi imagen ya no tiene un contorno preciso,
quizá porque no estoy,
no soy,
me diluyo
cual holograma
en la caverna de los nombres.
Todos queremos suelo firme,
un techo que mirar
y una sonrisa.
Demasiado para buscarlo fuera.
Preteridas
las densidades de las ropas.
Hay demasiadas capas,
demasiadas corbatas
Y collares de diamantes.
Hay demasiados te quiero,
La vida correcta,
la línea.
Quién te dijo que la luz era más buena
que la oscuridad de la noche.
Lo presumes porque no la ves.
Pero los ojos son siempre altamente limitados.
La luz se propaga en línea recta,
pero su trayectoria se curva
a través de pequeños orificios.
Los rayos de luz no existen.
No hay nada tan exacto
en esta irrealidad
que no nos permita revertirla.
La luna de diciembre
protestará sus facturas por impago
de los pequeños rostros,
dónde están las virtudes
y la potestas
bajo la espada de Miguel.
No hay autoridad que no nazca del amor,
por eso el hierro fiero de la ira
se derretirá con un solo beso.
La estancia está vacía,
ya imagino
un centro de margaritas
sobre la mesa del salón.
Perdemos algo en la huida, pero ganamos más.
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