En la imaginaria del terror,
su imagen sobrecoge,
y es oscura,
porque oscuro es el miedo
entre las sombras.
El dybbuk
se pega a las paredes
de pieles indolentes.
Dicen que desconoce que está muerto
y pretende habitarse en otro cuerpo,
con la complicidad de sus entrañas.
Pudiera hablarte en doce idiomas,
mover objetos, destronar amores
de coronados fastos y etiquetas.
Y mirar como ausente.
Es un espejo
De la agonía de la ira.
Tal vez pudieras atraparlo
en una caja de vino,
embriagarlo,
para arrastrarlo al inframundo.
Tal vez como un lémur,
se contentaría,
con un plato de judías negras.
Los espíritus no tienen hambre
de cestas de panes y de dulces.
Le disgustan las velas y las flores,
las sonrisas, la eterna primavera,
las luces de neón y las palabras
que se susurran suaves al oído.
Por eso piensa en el mar,
en las ventanas,
abiertas a la luz del mediodía,
pues no hay peor espíritu que el propio
cuando se torna en destructora larva
y corroe las venas y los ojos.
No temas al dybbuk
solo tiene el poder que tú le otorgas.
Me recuerda a un poema con que inicia el libro del Zahir, de Paulo Cohelo. Y estoy de acuerdo, el poder se lo otorga cada uno.
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Cierto. Gracias por tu comentario. Un abrazo!!
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