No soy una historia, ni siquiera maquillada con el relato propio. La memoria habita entre cajas de basura, algunas tan ajenas que yo diría impropias, un cúmulo de limitaciones que se nominan creencias por puro eufemismo. Para creer, mejor dicho, crear, es preciso un buen aderezo de incredulidad y sobre todo limpieza de ese tremendo vertedero mental que vamos depositando, sin saberlo, en nuestro subconsciente.
Yo soy, pero ¿quién soy yo? Dicen que no hay respuesta cuando se formula mal una pregunta. Quizá sea eso. Quitemos el yo.
No soy mis pensamientos. Descartes aludía a la función mental como propia de la conciencia, y sin embargo qué liberador es afirmar que no seré mis pensamientos, no seré mis rumiaciones, mis obsesiones, mis limitaciones, mis miedos.
Kundera quiso enarbolar la emoción como motor y sentido. Y sin embargo qué liberador es sentir que no soy mis emociones, que no me dejo arrastrar por ellas, que no soy la desesperación, la angustia, la tristeza, la ira, ni el enojo, ni el arrebato, ni mis temores.
Entonces, ¿quién soy? O qué no soy. Pudiera responderse, nada. Resulta igual de liberador creer que no se es nada. Aunque la nada realmente no es así, no implica vacío. Una vez en un poema dije “la nada es nuestra madre, pero ese no es su nombre”. Cuando se afirma con serenidad, y no desde la angustia, que no se es nada, en realidad se está afirmando que se es todo, se siente parte de todo, pero sin la atadura del yo.
Si soy capaz de dejar que mis pensamientos fluyan y no me limiten, si soy capaz de dejar que sus emociones se expresen, pero no me arrastren, si soy capaz de sentirme a gusto en la sensación de no ser, en realidad soy libre. Tan libre, que- y sin caer en el orgullo propio del ego pequeñito- entiendo porque el relato bíblico cuenta que el Dios abrahámico responde “yo seré el que seré” (o para otros yo seré el que estaré). Mucho mejor que yo soy (según ha sido traducido). Simplemente, el poder de la libertad propio de un Dios.
¿Podemos tener nosotros una caja de resonancia oculta que nos acerque a esa idea del yo seré? Grandes místicos de todas las religiones y creencias así lo mostraron. Llevamos dentro esa tecla que nos acerca a nuestra consciencia en plena libertad.
Persuadida por ambas ideas, ese no ser que te permite lidiar con los pensamientos- a veces inexplicables- que nos aturden, o no llevar al traste mi serenidad con una tormenta de emociones negativas y ese seré- siempre futuro, libre, proyectado- me doy permiso para relativizarlos y relativizarlas. Y, entonces, es cuando la observación es puro arte. Si me importa relativamente poco- una no es del todo perfecta y algo del yo pequeño siempre pervive- la descripción de quién soy desde mi ego, soy tal, soy cual, hago bien esto o aquello…Justamente por no sentirme desde el ego, camino libre.
Pero el puzle no estaría completo si no comprendiese que, por no ser, o mejor dicho por ser parte del todo, estoy conectada con el resto de sus partes o individualidades. ¿Influyen los pensamientos negativos de los otros? ¿Las emociones ajenas? De algún modo sí y quizá más de lo que nuestra mente quiere admitir. Pero en esa pregunta podemos hallar una respuesta maravillosa. No busquemos un ser, un ángel o un ente ajeno que nos alivie, nos salve, o cambie el devenir caótico del mundo. Somos la parte de ese todo. Si nos ocupamos de nuestra parte, y otros lo hacen, mejoraremos la imagen de este puzle.
Vivir sin vivir en mi( en mi ego) es hoy todavía una idea revolucionaria.
«Un cajón para cada pensamiento» decía Shopenhauer, o un «mono en cada silla», como decía mi bisabuelo Mariño que, aunque no le conocí, lo tuve muy presente en los mandamientos de mi abuela. «Un mono para cada silla, neniña, no pueden estar dos en la misma silla». Y que razón tenían. No pueden agolparse los pensamientos, debemos abarcarlos de forma fragmentaria, para poder ocuparse, disfrutar o incluso, sufrir, cada cosa en su momento. Tener cajones que abrimos y cerramos para nuestros pensamientos. Anticipar lleva a la angustia, procastinar al bloqueo.
Regla inteligente, sin duda, pero no tanto como la que aconseja «no emborrachar a los monos». Pensar, no significa responder al golpe, de forma impulsiva, sino evaluar y valorar las consecuencias que implica nuestro planteamiento(sobre todo las que pueden ser adversas).Pero una vez evaluado, ejecútalo. Internarse en un bucle, de si sí, de si no, de tal vez, puede resultar fatídico, emborrachas al mono y como decía mi bisabuelo, entonces no se puede sentar en una silla y se cae de bruces.
Cando chega esta època todo lémbrame a Compostela. Ese paso polas rúas cara á Catedral, quentándome as mans co papel do cucurucho das castañas. Cada castiñeiro unha ruta, cada castaña un desexo, un tempo, un son. Cada castaña un paseo.
Chega Samain, bendito nome, inigualable para traer aquí o que non paso, o que non sucederá, pero que sempre estará na memoria. Convídovos a pasear esa noite no paseo interior máis abrupto, cara a dentro, cara dentro. E alí comezar a escudriñar no universo dos días non pasados, non futuros, non presentes. Eses días que me traen o aroma intenso a muérdago e lémbranme que estamos aquí por algún motivo.
A prosa apíñaseme entre as letras, mentres se dilúe na cervexa, o mel dos designios. A quén pasearás o 31? A quén?. Sempre a mesma pregunta. E sempre a mesma resposta. A todos, pero principalmente a min.
Soa raro, pero hai unha parte de nós que está morta porque está escondida no prezo que pagamos polos días que non sucederon. Paseemos pois a noite de Samain, sen que os fachos do seu lume céguennos e impidan apreciar que na máis absoluta escuridade reside a luz.
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Cuando llega esta època todo me recuerda a Compostela. Ese paso por las rúas, por las calles, hacia la Catedral calentándose las manos con el papel del cucurucho de castañas. Cada castaño una ruta, cada castaña un deseo, un tiempo. un sonido. Cada castaña un paseo.
Llega Samain, bendito nombre, inigualable para traer aquí lo que no paso, lo que no sucederá, pero lo que siempre estará en la memoria. Os invito a pasear esa noche, en el paseo interior más abrupto, hacia dentro y allí comenzar a escudriñar en el universo de los días no pasados, no futuros, no presentes. Esos días que me traen el aroma intenso a muérdago y me recuerdan que estamos aquí por algún motivo.
La prosa se me agolpa entre las letras, mientras se diluye en la cerveza, la miel de los designios. ¿A quién pasearás el 31, Pilar? ¿ A quién?. Siempre la misma pregunta. Y siempre la misma respuesta. A todos, pero principalmente a mí. Suena raro, pero hay una parte de nosotros que está muerta porque está escondida en el precio que pagamos por los días que no sucedieron. Paseemos pues la noche de Samain, sin que las antorchas de su fuego, nos deslumbren e impidan apreciar que en la más absoluta oscuridad reside la luz.
Hay veces que la tristeza nos invade, pero en realidad, si reflexionamos, lo que esperamos es un cambio. En definitiva solo los muertos no esperan algún cambio.
«Y la muerte del mundo cae sobre mi vida»( P.Neruda)