Reflexiones al borde del pijama

 

                     Ya es de noche, sí, lo sé, menudo descubrimiento, y como una noche cualquiera, aunque sea de viernes, he abierto la despensa en busca de mis galletas de arándanos, cuando, eh aquí, me sacude uno de mis oscuros pensamientos. ¿El también compraría galletas de arándanos? ¿O de mantequilla? ¿Buscaría quizás en los estantes del supermercado su marca favorita, lo que más le gustaba a ella?

                     ¿De quién hablo? De aquel que saluda a las vecinas. Ese del que dice todo el mundo “pero si era muy normal”, “iba a por el pan aquí a esta panadería, compraba galletas”. Resulta complicado explicar a la vecina, y más, tal vez, al periodista, que un asesino no lleva el cartel de asesino, hace cosas normales, la maldita anormalidad de la normalidad. Pudo ser un día cualquiera, en el que tras una intensa “luna de miel”, le compró su postre favorito, cuando luego preso de furia acabó con su vida. Pudo ser un hombre cualquiera, solitario, que tras visitar a su novia y regalarle un ramo de rosas se encontró con una prostituta en su camino. Y otra vez la furia. Y en mi imaginación-vaya- todos compran galletas e incluso llevan amablemente la compra de su anciana vecina.

                  Menos mal que el pensamiento no se torna recurrente y mientras da vueltas el microondas, me veo resolviendo un nuevo enigma. Las personas desordenadas no son felices, decía un artículo que leí no sé muy bien dónde. Pues, nada, ordenemos para ser felices y desordenemos para serlo más y volver a ordenar, y volver a ser felices, todo en un bucle. ¿Podría ser el orden como la dopamina?  Si nuestro anormal/ normal imaginario asesino fuera ordenado estaría más feliz. No, no eso no es. Todos  tenemos en mente psicópatas muy ordenados y muy malvados.

                   Un neurocirujano japonés ha concluido que el comportamiento violento tiene relación con una menor densidad neuronal en la amígdala derecha. A vueltas con la base orgánica de la conducta. Menor densidad neuronal, mayor reacción de ira o de miedo (factor importante). Pero ¿A dónde vamos con ese razonamiento? Ponemos tanta atención en la causa que bien la justificamos ( lo hice porque me dijo esto…porque me recriminaba…porque…) o bien buscamos la base orgánica que fomenta su reacción.  Pero quizás  lo importante no es la causa, es el efecto. Si no pongo atención en las causas externas, sino en mis reacciones internas, yo controlo. Ya no hay justificación, porque nunca la hubo. Manda la voluntad y ahí está el reducto de la libertad. Y  si yo sé controlar mis impulsos, ya no importa como sea mi amígdala derecha.

                Hay que ver lo que dan de sí un paquete de galletas de arándanos.

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Levedad

Leves son tus pasos

la observancia rítmica

en la que se impone tu presencia

Aquella levedad

que resta la ausencia detenida

a la parcialidad de mi recuerdo

Leve es la cadencia de tu ropa

aireada en el tendedero de la vida

rebuscando pipas de girasol y regaliz

para agitar el aire de nuestras conversaciones

rotuladas de azúcar

Leves son tus pasos

sí, leves

pero tu levedad imprime

quizá con más profundidad

la huella que me dejas

 

Residentes no visibles

   Cando chega esta època todo lémbrame a Compostela. Ese paso polas rúas cara á Catedral, quentándome as mans co papel do cucurucho das castañas. Cada castiñeiro unha ruta, cada castaña un desexo, un tempo, un son. Cada castaña un paseo.

    Chega Samain, bendito nome, inigualable para traer aquí o que non paso, o que non sucederá, pero que sempre estará na memoria. Convídovos a pasear esa noite no paseo interior máis abrupto, cara a dentro, cara dentro. E alí comezar a escudriñar no universo dos días non pasados, non futuros, non presentes. Eses días que me traen o aroma intenso a muérdago e lémbranme que estamos aquí por algún motivo.

     A prosa apíñaseme entre as letras, mentres se dilúe na cervexa, o mel dos designios. A quén pasearás o 31?  A quén?. Sempre a mesma pregunta. E sempre a mesma resposta. A todos, pero principalmente a min.

     Soa raro, pero hai unha parte de nós que está morta porque está escondida no prezo que pagamos polos días que non sucederon. Paseemos pois a noite de Samain, sen que os fachos do seu lume céguennos e impidan apreciar que na máis absoluta escuridade reside a luz.

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     Cuando llega esta època todo me recuerda a Compostela. Ese paso por las rúas, por las calles, hacia la Catedral calentándose las manos con el papel del cucurucho de castañas. Cada castaño una ruta, cada castaña un deseo, un tiempo. un sonido. Cada castaña un paseo.

  Llega Samain, bendito nombre, inigualable para traer aquí lo que no paso, lo que no sucederá, pero lo que siempre estará en la memoria. Os invito a pasear esa noche, en el paseo interior más abrupto, hacia dentro y allí comenzar a escudriñar en el universo de los días no pasados, no futuros, no presentes. Esos días que me traen el aroma intenso a muérdago y me recuerdan que estamos aquí por algún motivo.

     La prosa se me agolpa entre las letras, mientras se diluye en la cerveza, la miel de los designios. ¿A quién pasearás el 31, Pilar? ¿ A quién?. Siempre la misma pregunta. Y siempre la misma respuesta. A todos, pero principalmente a mí. Suena raro, pero hay una parte de nosotros que está muerta porque está escondida en el precio que pagamos por los días que no sucedieron. Paseemos pues la noche de Samain, sin que las antorchas de su fuego, nos deslumbren e impidan apreciar que en la más absoluta oscuridad reside la luz.