Auto-reprogramarse,
hallar el botón del reseteo,
en el lóbulo de la oreja
y en el laberinto de las compensaciones.
Y volver a tragarse aquella galleta ácida,
a encerrarse entre las sábanas,
escribiendo poemas en una servilleta de papel.
Y admitir que no siempre se tienen respuestas,
que a veces deseas el algodón de azúcar,
ni el palo, ni la zanahoria,
sino caminar con los pies descalzos
porque no naciste con más obligaciones que el resto.
Deja pasar las páginas,
observándote
desde una diferente mirada,
mientras el agua de la lluvia,
humedece los suelos,
restando calor a la tierra.
De súbito,
un viento inopinado
libera todos los esquemas
para hacerte dueño de tu propia vida.