
Era una noche oscura,
sin huella de una Luna,
ninguna luminaria
asomaba en el cielo.
Mis ojos eran negros,
confusos, silenciosos,
amargos y distantes,
de las velas ausentes.
Y el bosque ya marchito,
inundado, impreciso,
con todas esas lágrimas
que me quedaron dentro.
El dolor es mi espejo,
lo único presente,
la espada que me atrapa,
la restricción, otoño,
plagado de desiertos.
Y en esas horas negras,
oscuras y pérdidas,
no hay nada que me una
esos pedazos solos.
No hay nada
nada
Ya no encuentro herramienta
para amainar tormentos
renaciendo la vida,
a pasos, pasos lentos.
Me quedo en el dolor,
más tiempo del preciso,
quiero la herida abierta,
la ausencia de sutura,
no voy a persistir
en transmutar mi sangre
en una flor de primavera.
El dolor no te engaña,
ni tampoco abandona.
Los sueños sí te rompen,
te abandonan, te increpan,
te culpan, te arremeten.
No plantaré una flor.
La noche es muy oscura.
Y sin embargo,
aunque no lo comprenda,
hay algo en mi,
que me empuja a salir,
en pleno mediodía
Y plantar esa flor
que dije no plantaba
Y seguir en el sueño
de las velas ausentes,
Y a amarlas en la ausencia
y en pura rebeldía,
robar el fuego externo
e iluminar mi estancia,
frente a todo decreto,
venga del propio abismo.
En esta noche oscura
no hay más que versos rotos..