
En el bestiario de la Apocalipsis
deshabito mil identidades,
como si se pegaran a mi ropa,
las encarnaciones más desesperadas,
para que sienta su aliento.
Me resultan más apacibles las Ánimas,
que desprovistas de ego,
danzan al anochecer.
Si todo es para bien,
no entiendo,
por qué rebota la luz
y la energía
se oculta oscura entre la noche.
No proyecto mi imagen.
No hay espejo,
que todavía me reconozca.