Me ves,
estoy aquí
con un cesto de manzanas y de flechas,
que son encrucijada entre mis ojos.
Porque no me quisiste,
yo no pude quererme,
por eso,
arañé mis brazos
hasta que brotó la sangre,
sangre,
espaciosa, blanda
sangre a solas,
en el vendaval de mi impaciencia.
Y en ese empeño persistí en la daga,
tatuando un emblema sobre mis manos,
esas manos,
que apenas son visibles en las cortinas de la luz.
Tú me viste,
altiva, quizá, pensaste, débil…¿alocada?
entre la densidad de tu delirio
No me reflejes, no,
no me reflejes
Tus espejos me molestan
y ya las nubes no son consejeras en nosotros.
Yo soy tu sombra,
soy tu voz,
la mácula
de la ignorancia del mundo.
Y si arde Alejandría,
oda a los libros
que se contuvieron en la memoria,
mi memoria…
la memoria de todas ellas.
No me reflejes, no,
no me reflejes
que temo,
hacerme daño.